Hace algunos años escribí un artículo con este mismo título, para llamar la atención al gobierno sobre el tema más acuciante, después del hambre y la inseguridad personal, que tenemos los venezolanos. Hoy vuelvo sobre el título y el tema, porque todo se ha agravado y hoy la educación está en proceso de disolución, con las nefastas consecuencias que todos nos temíamos y ya es una tenebrosa realidad.

En la campaña electoral norteamericana de 1992, Bill Clinton fundamentó su campaña en el slogan: “Es la economía, estúpido”, como una manera de llamar la atención sobre los temas más relacionados con la vida cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades prioritarias. Ahora, es pertinente replantear el tema educativo, ligado con lo económico, porque la escandalosa deserción escolar -de alumnos y docentes- ya es una realidad tangible, producto de la crisis terminal que vive la República.

Esta semana pude oír, con asombro, el testimonio de la Profesora María Luisa de Maldonado ex rectora de la Universidad de Carabobo y quien aún, meritoriamente, dicta clases después de más de 30 años de docencia: “la cátedra que dicto en la Universidad tenía diez salones de más de 80 alumnos cada uno. Este semestre, por la ausencia de alumnos abrimos apenas cuatro (4), en  dos de los cuales solo se inscribieron siete (7) estudiantes”. Ese testimonio me conmovió, especialmente, porque en esa misma Facultad dicté clases, por casi 30 años cuando era un edificio alegre y bullicioso, como debe ser, por la multitud enorme de jóvenes que concurrían en busca de conocimiento y futuro. Cuando lo comenté con la Rectora Jessy Divo de Romero me dijo, angustiada y emocionada hasta las lágrimas, que 30% de los docentes se han ido del país y casi el 40% de los trabajadores han desertado, porque los sueldos no les sirven ni para cubrir sus más elementales necesidades de alimentación y transporte.

La preocupación por el tema educativo no sólo es de la academia venezolana, sino de toda Iberoamérica, para muestra basta un botón: Felipe González coordinó y editó un extenso trabajo, publicado en un libro de la Colección Carolina Siglo XXI el año 2012, que tituló: Iberoamérica 2020, Retos ante la crisis. Allí escribieron, entre otros, Michelle Bachelet, Belisario Betancourt, Jorge Castañeda, Carlos Fuentes, Alan García, Julio María Sanguinetti, Dilma Rousseff, Juan Manuel Santos, Ernesto Zedillo, Ricardo Lagos, Luis Ignacio Lula Da Silva, Fernando Henrique Cardozo y otros líderes del mismo elevado ranking del pensamiento latinoamericano.

Todos, sin excepción, plantean que el camino para salir de la crisis, para no llegar tarde a lo que Alfonso Reyes llamó “el banquete de la civilización” es a través de la educación. Sanguinetti, por ejemplo, afirma que “vienen tiempos más difíciles, pero si Corea y Finlandia salieron del subdesarrollo porque son los primeros en la educación de sus jóvenes, no tenemos mucho para dudar. El camino es uno solo y todo ha de ponerse al servicio de ese superior objetivo”.

Esto lo han entendido muchos compatriotas, pero parece que el sector más importante, el llamado a ser el rector de esa política aún no lo comprende: el Estado. He allí la angustia. Conste que no andamos auspiciando el liberalismo decimonónico como contrapartida a este comunismo del mismo siglo antepasado. Como afirma Sanguinetti y lo respaldan todos los demás autores mencionados en el libro editado por González: “La ilusión estatista nos ofreció más justicia, pero nos hizo perder el rumbo del crecimiento. La magia libremercadista nos brindó expansión y euforia, pero nos deja la interrogante de un futuro incierto. Es la hora de rescatar el rumbo y reemprender la marcha: educación popular, innovación productiva, comercio libre, competitividad, empresa privada oxigenada por el crédito para crecer. Estado garante de los equilibrios de la sociedad. Es la sociedad del conocimiento que nos llama”.

Ahora bien, un país con hambre que les paga, en promedio, apenas 5 dólares mensuales a sus maestros está destinado a la mayor de las miserias, pues los condena a morir, literalmente, de hambre. Cuando se plantea dolarizar la economía, es porque solo falta dolarizar los ingresos, porque todos los egresos ya lo están. Es cuestión de sincerar las cosas, para que el educador venezolano sea, como en los países desarrollados, el ciudadano mejor pagado.

El maestro es el trabajador que desarrolla la mejor de las obras. Dicho con palabras de Luis Beltrán Prieto: “La obra del maestro es una obra de futuro. Por eso los maestros no se pueden desesperar porque ellos son los dueños de la esperanza, porque ellos son los administradores de la fe, los administradores del porvenir, y el porvenir será siempre del tamaño de la ambición de un pueblo que crea la escuela para ponerla al servicio de la humanidad”.  Hay que ser estúpido para no entenderlo.

aecarrib@gmail.com

@EcarriB




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