Carlos y Mariana son amigos desde tiempos del Colegio pero esta mañana se pelearon en Twitter. Siempre se escriben pero hoy se enfrentaron en épica batalla dentro de ese territorio belicista y hostil en el que se convierte toda la social media cuando Venezuela es el tema.

Él vive en Arizona. Se fue del país hace apenas dos años. Pidió asilo político y todavía está en espera de la famosa entrevista, aunque honestamente su solicitud no tiene mucho sustento. Nunca fue un activista comprometido, ni siquiera le gustaba marchar, eso sí, que no quede duda, siempre votó por la oposición.

Hoy es un fuerte contendor cuando defender sus posiciones en las redes toca, que es frecuente. Su principal afición es despotricar a diestra y siniestra. Es un contrincante verdaderamente formidable. En su mira coloca y llena de plomo al oficialista, al enchufado, al boliburgués y al político opositor. Este último ha sido la presa preferida de los últimos tiempos. Por vendido, entreguista y traidor, dice.

Mariana se había levantado ese día un poco tarde, tenía como decía su abuela la empalizada en el suelo. Por eso no quiso discutir con su madre cuando le reclamó el estado de desorden de su habitación. Esto es un degredo, sentenció la doña dándose la vuelta.

Ella estaba triste. Se veía abatida, confundida. Después del café se fue al patio y se quedó mirando el verdor del cerro cercano. Allí tuvo la primera confrontación del día, como otras veces esta sería consigo misma. En algún momento reclamó airadamente al viento, mientras recordaba el reproche que desde afuera le decía: te lo dije. Era la voz de ese amigo que quemó sus naves y le proponía, casi como una exigencia, que abandonara y se fuera. Aunque él supiera que ella no lo haría.

Entonces vio el teléfono y le pareció acertado un tuit que invitaba a activarse. Además ese dirigente siempre le había gustado. Era un tipo sencillo, sensible y poco pantallero, no como algunos que se encuentran ahora, o tal vez siempre, en los corrillos de la política.

No pasaron dos minutos después de retuitear y comentar el mensaje cuando una notificación llamó su atención. Se había encontrado con el terrible Carlos, quien descargó su furia contra ella. Sigue dándole RT a ese imbécil, sentenció.

Allí se inició un desagradable contrapunteo que luego degeneró en palabras subidas de tono, por el uso de mayúsculas, y la incorporación de alguno que otro asomado que se metió sin invitación en el rollo.

En la tarde Marianita se encontró con el profesor Manuel que había sido testigo silente de la riña en texto. El viejo, que la quería, le habló con tono dulce y paternal acariciando el genio mal dispuesto de la joven.

Comparto contigo la angustia que sientes por la incomprensión de algunos, los que te reclaman por tu insistencia. Esos que te salpican con la saliva de sus gritos de teclado. Que te increpan porque no te das por vencida. Sé que es duro ver que después de todo esto que hemos pasado juntos algunos estén convencidos que no podemos hacer algo bueno en la Venezuela de hoy, mientras enfrentamos la infamia.

Mariana le miró, respiró profundamente y le habló con voz quebrada: Profe, a mi amigo del colegio le digo que ahora lucho más que antes, porque a pesar de las condiciones adversas para navegar en este mar picado de circunstancias tempestuosas mi voluntad sigue firme y mis sueños son velas desplegadas para recibir el viento que soplará a favor.

En la noche de ese día intenso, de emociones y tormentos, en la calma de su cama, entre sabanas revueltas de desvelo, ella le escribió con el afecto intacto.
Carlos, pana de mi vida. Insistiré en mis propósitos a pesar de quienes creen que todo está marchito en Venezuela. Seguiré trabajando duro por un cambio positivo en mi país. No voy a luchar para hacer daño a nadie, mucho ya se ha dañado, yo lo he sufrido. Voy a unirme a quienes quieren buscar luz en las tinieblas, calma en la tormenta, fe en la desesperanza.

Sé que podemos ser parte de un nuevo movimiento nacional. Que rescate lo mejor de todos los mundos del pensamiento y que inspire la acción de muchos que desean nuevamente activarse. No quiero ser ceniza, quiero ser lava, de nueva ganas. Que de mi boca emerjan palabras de fuego que ayuden a encender nuevas antorchas que alumbren y señalen. Convoquemos al que tiene agua fresca para compartir en este paso árido. En este desierto que pareciera no tener fin en el horizonte.

El amor no se fue de Venezuela. Aunque se hayan ido muchos amantes, aquí permaneció lleno de besos o tan solo de miradas. Se convirtió en abrazo de cuerpos y almas encendiendo las ansias de volver a empezar. Esto, más allá de una crónica, mucho más que un relato con final, es una buena historia donde un espíritu se desnuda y se entrega a una nueva conquista.

Querido Carlos. Te quiero y extraño. He comprendido tu decisión. Comprende la mía. Aquí me quedo sin reproches ni reclamos. Siento que este momento es nuestro, de los que aquí estamos y de los que aquí siguen sin estarlo, como tú.

Al minuto una nueva notificación rompió el silencio.
Querida Mariana RT.

 




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