Platón hace hincapié que la Política está vinculada a la calidad del hombre bueno, Aristóteles la definió como el arte de lo posible, Pio XI como la forma excelsa de la caridad. Comúnmente aceptada como la ciencia de la conducción de los pueblos hoy vuelve a devaluarse en la conciencia nacional adquiriendo un sentido perverso en el imaginario popular. Y es que al entender del común se trata de una especie de invención satánica, instrumento de las más bajas pasiones humanas en la procura de obtener y luego conservar el poder.

Es que una actividad que ha trasformado al mundo es sin duda refugio de personajes de la más variada naturaleza y dimensión: Desde aquel servidor que con mística se involucra en su comunidad y quiere ser útil a su prójimo hasta el aventurero forajido que busca en su militancia un ascenso social y económico.

De ella nos enamoramos en tiempos mozos, en las aulas del liceo, en el servicio comunitario y en la misma emoción que nos dejaba un proceso electoral, en el que aún no podíamos votar pero que el país seguía con alegría y gran expectativa. Tiempos de alternabilidad del poder, en el que los partidos enfrentados supieron coexistir institucionalmente para permitirnos vivir los únicos años de civilidad democrática de nuestra vida como nación libre, después de tantas décadas de guerras, montoneras, golpes y dictaduras.

Pero nuestra fe se fue perdiendo y notables personajes en su afán de hacerse del escurridizo poder conspiraron y alentaron la insurgencia de un nuevo caudillo, al que le hacían carantoñas y guiños de ojos, para luego caer ellos mismos bajo la bota del insurgente insultador. Por estas calles ahora caminaba la revolución.
Y la política se perdió en el camino, y se convirtió en malquerida después de la devastación. Dejamos de escuchar buenos oradores por agitadores de oficio, que en despliegue de vulgaridad, alimentaban odios y resentimientos entre compatriotas, mientras las elites rojas comenzaron a enriquecerse para hacer el mayor saqueo que haya vivido el país.

Y es que dejamos de tener capacidad para identificar a los buenos dirigentes. Los gritos de la canalla se escucharon más que los argumentos y la ideas pasaron a ser despreciadas. Llegamos al empirismo, al pragmatismo más crudo y vacío, pero rentable. .

En esa decisión como nación nos encontró el siglo deseado, el que esperábamos desde niños. Llego el año 2000, al que se veía como el tiempo del cambio de la humanidad para bien, cuando el hombre llegaría a dominar la pobreza y la tecnología sería su aliada. Hoy abrumado por un mundo que corre y olvida se encuentra solitario y esclavo de esos mismos avances, en su necesidad de megas y entre el vapuleo de la Social Media. Pobre destino diría Unamuno.

Venezuela enfrenta hoy un tiempo de una nueva anti política, no aquella de quienes usaron en los noventa el disfraz de sociedad civil para aspirar al poder. No, ésta es más ruda y devastadora, es la acción de destruir los valores de toda propuesta de cambio, del fuego a ráfagas a la iniciativa en el campus de la construcción de la ideas.

Hoy vivimos para actuar por reacción, desnudando permanentemente las partes íntimas en un soez insulto o en un voraz reproche. Dejamos de tendernos la mano. Todos desconfiamos. El que escribe teme y el que lee duda. Un dilema hamletiano postmoderno, una paradoja existencial en el tiempo de la intriga.

El rio se ha crecido de impurezas y será necesario esperar a que bajen las aguas, revisar el huerto arrasado para volver al arado con la pasión del arriero y cuidar el cultivo con la paciencia del labrador.

La Política volverá a emerger en un país que necesita rehabilitarse de la adicción al odio. Volverá a ser en la medida en que las buenas voces se escuchen para dar y los corazones nuevamente se encuentren para soñar y amar. En la mañana de un tiempo distinto o en el atardecer de una existencia que desea ser fértil en invierno, aunque espere de nuevo encontrar primaveras.




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