CHET
(Foto referencial de Archivo)

¡Qué alegría!. Mi hija quiere ser doctora. Lo dijo desde los 8 años, cuando quería ser médico forense, pero a los 16 lo repetía con convicción, ya no por las series policíacas, sino por el deseo de ayudar a los demás, por esa mística que yo creía implícita en la tarea de sanar el cuerpo y de asistir al enfermo que necesite auxilio para recobrar su salud o, en su defecto, para sobrellevar la pena con dignidad y con el menor sufrimiento posible.

Mi hija aún quiere ser doctora y yo sigo queriendo que lo sea. Lo deseo aún a pesar del mal ejemplo de aquellos que asumen su profesión con indiferencia, con indolencia, con una total falta de humanidad o por razones mercantilistas. Son esos a los que el sufrimiento ajeno no les hace quitar la vista del teléfono o de los papeles que rayan una y otra vez, en un afán de demostrar una ocupación que los aleje de la atención al que sufre que es, al final de cuentas, la profesión para la que dicen haberse formado.

El lunes 13 de septiembre Basyl Macías llegó al área de emergencia de la Ciudad Hospitalaria Enrique Tejera, la tristemente célebre CHET de Valencia. La acompañábamos su esposo Jesús, su hijo, Jesús, y quien esto escribe. Basyl necesitaba una diálisis de emergencia, sus valores de úrea y creatinina se habían disparado. Su condición era realmente grave, tras sufrir de un colapso renal como consecuencia del Lupus Eritematoso Sistémico que le había sido diagnosticado hace 12 años.

En la CHET la recibieron. Fue gracias al contacto de un amigo que conocía a una enfermera que, ¿por fortuna? estaba de guardia. Eran las 5:00 de la tarde del lunes 13 cuando entró al área de emergencia de adultos. A las 5:20 estaba afuera, muy estresada. Acababan de morir dos señoras y ella vió cuando las pusieron en el piso. «No puedo soportar esto», decía mientras las manos le temblaban y su respiración se agitaba a cada minuto.

Regresar era necesario. En el Hospital Carabobo le habían notificado, justo antes de partir hacia la CHET, que no tenían cupo para la diálisis que cada martes realizan en esa institución. Por la hora, las unidades de diálisis en la ciudad estaban cerradas, así que la única opción era la CHET. «Basyl tenemos que regresar, aquí al menos estarás atendida y probablemente puedan dializarte«.

La ingenuidad que desbordaba esa frase comenzó a golpearnos unas horas después. En la CHET difícilmente te hablan, no lo hacen ni los médicos ni las enfermeras, las explicaciones no abundan. ¿Por fortuna? el doctor de guardia esa noche era muy dado a hablar, bueno más bien a gritar. Eran como ladridos que llevaban implícitos muchos reclamos. Pero al menos, en medio de tanto mal carácter, había una explicación. «Si usted firma la historia se la puede llevar contra indicación médica, pero se va a meter en problemas en cualquier hospital al que vaya, porque usted fue en contra de la sugerencia del doctor», le dijo al esposo de Basyl cuando a las 11:00 de la noche notificó su intención de retirarse.

Habían dos razones para esto. La primera: Del Hospital Carabobo llegó un mensaje: «Vénganse mañana con todo que la vamos a dializar». La segunda: Cinco horas después, a Basyl no le habían suministrado ningún medicamento, no lo habían pedido. Ella seguía sentada en una incómoda silla, soportando un terrible dolor abdominal.

Hasta esa hora solo le habían mandado a hacer exámenes de sangre, que debieron gestionarse en la calle, frente a la emergencia de adultos, sede de un exitoso mercado asistencial que surte a los familiares de los pacientes de insumos, medicamentos y exámenes  que deberían proveerse en la CHET. Dentro del hospital le hicieron una placa, de manera gratuita, cuyos resultados fueron fotografíados con un celular para enseñarlos al médico.

Al tener los resultados de todos los exámenes será ingresada, fue la promesa del médico. Pero, cuando estuvieron listos ordenó otro, esta vez de orina, y Basyl ya no podía orinar. El ingreso se hacía más distante. Mientras tanto, se incrementaba su malestar, el dolor abdominal se tornaba insoportable y ella permanecía sentada en una incómoda silla.

Fue precisamente ese nuevo examen, que pudo haber sido solicitado con anticipación, junto al resto, lo que motivó la intención de sacarla. También fue lo que generó la arremetida del médico, quien criticó que algún nefrólogo hubiese permitido que una paciente llegara a ese estado. Criticó que no se hubiese dializado con anticipación, procedimientos que según él realizan a diario en la CHET. Unos segundos más tarde afirmó: «Esta paciente ya esta prácticamente internada, sólo falta que tengamos el examen de orina».

Una media hora después Basyl fue asignada a una camilla en la emergencia de adultos. El panorama era un poco más alentador. Algunas consultas a médicos conocidos indicaban que, dada su gravedad, era mejor no moverla. Los altos niveles de úrea y creatinina en su cuerpo la colocaban en una situación de extrema vulnerabilidad. «Si la llevas a la casa puede sufrir un paro cardíaco, o respiratorio. Es preferible dejarla en la CHET donde, al menos, estaría bajo vigilancia médica».

En medio de nuestra ignorancia, esa afirmación tenía una lógica extrema. Decidimos quedarnos en la CHET. «Allí al menos había vigilancia médica». Además, un médico que no estaba vinculado a la atención de Basyl aseguró, ante nuestra interrogante, que en la CHET dializaban a diario. No tenía razones para mentir, pero lo hizo.

Basyl estaba más tranquila, al menos estaba acostada en esa camilla, lo único que recibió mientras estuvo en la CHET.

Los pasillos pintados

En la CHET los pasillos están pintados, aunque algunos ya presentan nuevamente signos de suciedad. Es mucha la gente que coloca sus pies en las  paredes, quizás con la intención de descansar de tantas horas de espera, la mayoría de las veces por alguna explicación.

El 25 de agosto fue anunciado un Plan Cayapa en la CHET. Según nota de prensa de la gobernación de Carabobo, el gobernador Rafael Lacava instruyó avanzar en la recuperación de las distintas áreas de la CHET, labores a cargo de cuadrillas mixtas para el reacondicionamiento de fachadas externas e internas, rehabilitación del almacén principal así como de la  estructura e infraestructura del centro de salud.

Foto Gobernación de Carabobo

No se puede negar. A las paredes se les dio un baño de pintura, pero algunas quedaron con «monos». La parte superior de la pared frente a la que se ubicaba la camilla en la que reposaba Basyl tenía un manchón negruzco, con una coloración verdoza preocupante.

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Es un tema de prioridades. Quizás la inversión de recursos en pintura y otras acciones decorativas sería más efectiva si, por ejemplo, se destinara al pago de salarios decentes al personal lo cual, sin embargo, no justifica los procedimientos inhumanos que se aplican en la CHET.

Exitoso mercado de insumos fuera de la CHET

Es en esas paredes recién pintadas donde se apoyan muchos familiares, cansados de una espera que se hace eterna o de los constantes viajes que deben hacer a la calle que está frente a la emergencia de adultos, pero fuera de la CHET.

La calle de atrás alberga numerosos que venden los insumos y las medicinas que en la CHET no se encuentran. Foto Carolina González

En esos locales, apiñados uno al lado del otro, hay de todo. Farmacias, laboratorios, fotocopiadoras, ventas menos formales de insumos y medicinas, de comida y café. En fin, se trata de un mercado negro, muy exitoso, que oferta todo lo que en la CHET no hay, o no aparece.

El mismo de 25 de agosto de este año, el secretario de Seguridad Ciudadana, José Ávila, declaró a medios de comunicación que, por órdenes del gobernador Rafael Lacava, se estableció un plan de seguridad especial para los centros de salud en Carabobo, para combatir algunas mafias que roban insumos y venden de manera irregular por redes sociales o cercanías de los hospitales. Al parecer, esos puntos de control no funcionan.

Fuera de la CHET las estructuras no son las mejores, pero el objetivo se cumple. Entre paredes sucias, pasillos estrechos, cubículos improvisados, usted consigue las medicinas que los médicos le indican, cuando lo hacen, que debe comprar para suministrar a su familiar. No se preocupe, por lo general las hay.

Para Basyl nada cambió

El martes 14 Basyl amaneció en la camilla. Aún no la habían internado, porque no había orinado. El resultado del examen de orina llegó a las 10:00 de la mañana, pero nada cambió. Basyl no fue internada, seguía en la camilla.

En la mañana, con el cambio de guardia, hubo reunión en torno a Basyl. Era un caso médico complicado, la clase lo discutió. Nada cambió.

Los malestares se incrementaron cerca del mediodía. Los médicos caminaban, al igual que las enfermeras, pero nadie la miraba. Nadie se acercó a colocarle un tratamiento, ni siquiera cuando, tras comer un bocado de manzana, Basyl experimentó varios episodios de diarrea.

Ella era invisible para todos los que en la emergencia tenían algo que ver con la atención en salud. Solo un médico, vestido de verde, se acercó al mediodía para decir que al día siguiente le colocarían el catéter que su familia había llevado y que, al fin, sería dializada. Ocurriría casi 40 horas después de su llegada a la CHET

Pero los malestares seguían en aumento. En la tarde Basyl comenzó a experimentar crisis consecutivas. Ella se quejaba porque no podía respirar, porque tenía un dolor abdominal muy fuerte. «Sóbame el corazón, ponme una gasa con alcohol cerca de la nariz, pásame la mano por la espalda, sóbame los pulmones. Moja una gasa en alcohol y pásamela por los brazos, tengo mucho calor».

Su hijo le pidió a una enfermera que le tomara la tensión, lo que hizo a regañadientes. Al terminar informó el resultado. «Tiene 15,4» y se retiró. Jesús no supo que hacer con esa información, lamentablemente no es médico, ni tiene conocimientos de enfermería. Las peticiones de información no fueron respondidas.

Basyl comenzó a gritar, el dolor la dominaba, se quejaba, lloraba, intentaba respirar, intentaba aferrarse a la vida. Los médicos y las enfermeras no se inmutaban. Seguían viendo su teléfono o escribiendo en hojas. Ella se aferraba a las manos de quienes la acompañábamos. Por fortuna, la mayor parte del tiempo estuvo acompañada por un familiar.

Ya en la noche increpamos. Una doctora, la mayor del grupo, escuchó nuestra queja: «Tiene mucho dolor, no puede respirar», pero la respuesta fue insensible: «Lo que ella tiene es consecuencia del aumento desproporcionado de la creatinina en su cuerpo. Comenzará a delirar, sentirá que se ahoga, experimentará dolor. No podemos darle nada, lo único que a ella la ayudará es la dialisis».

¿Pero si se está ahogando no podrían ponerle oxígeno?, preguntamos. No tenemos oxígeno, respondió. Lo buscamos, insistimos. No servirá de nada, respondió.

La médico autorizó que se le suministrara una inyección de ketoprofeno para aliviar el dolor. Su esposo la compró en la calle, frente a la CHET. De regreso con la medicina, la enfermera pidió una solución 0.9. Se compró y se entregó. Luego pidió un macrogotero. Antes del tercer viaje a la farmacia de la calle le exigimos que pidiera todo lo que necesitaba de una vez, porque en esa viajadera a la farmacia se pasaba el tiempo y Basyl seguía sufriendo. «Eso es todo», respondió.

Ella colocó el medicamento, pero tardó en cerrar la vía cuando se terminó de pasar la solución. Finalmente lo hizo, pero no retiró el macrogotero.

Pasada una hora el dolor no se calmaba. Basyl seguía gritando, ahogándose y quejándose. A las 4:00 de la mañana, por petición del esposo, fue revisada la historia. La enfermera de guardia se percató de que el primer día le habían sido indicadas tres medicinas. Una era sodio, las otras dos no las nombró, al parecer eran para el dolor.

Treinta y cinco horas después de su llegada a la CHET le fue colocada la primera medicina de las indicadas, el sodio, que por supuesto compró su esposo en la farmacia de la calle. A estas alturas Basyl solo había recibido un medicamento para el dolor, por exigencia de los familiares. Tampoco se había cumplido el tratamiento que le habían indicado 15 días atrás en el Hospital Carabobo porque los médicos no respondían si se debía mantener. Los medicamentos para la tensión, los protectores gástricos, los diuréticos se quedaron en el bolso de Basyl. Y su estado de salud era realmente grave.

Cerca de las 5:00 de la mañana se salió la vía que le habían tomado a su ingreso a la CHET. Un chorro de sangre se disparó y su esposo pidió ayuda. No la recibió. El mismo debió colocar un guante para parar la sangre y presionar con una gasa. Un rato después se acercó una enfermera que no quería tocar el brazo para no llenarse de sangre.

Su salud se deterioró vertiginosamente. El estrés de estar recluida en ese sitio donde varias personas murieron, sumado a la falta de medicamentos y de una atención médica que ingenuamente creímos que iba a recibir, le pasaron factura.  A las 8:45 llegó el mensaje. «Basyl falleció».

En la unidad de diálisis, a la que fue trasladada día y medio después, solo pudieron ponerle el cateter. Un paro acabó con su vida.

Tarde lo supimos. Familiares de pacientes que vivieron la experiencia contaron a El Carabobeño, tras la muerte de Basyl, que existe la opción de pagar para recibir el tratamiento. El costo rondaría entre 20 y 30 dólares diarios. Durante la estancia de Basyl en la CHET nadie asomó esa posibilidad, pero es de suponer que allá adentro sabían que ella era periodista y eso genera temor.

Es una irregularidad, pero en la Venezuela de hoy, con una sociedad que enferma progresivamente, es una utopía pensar que la atención es gratuita, que se mantiene la mística y la vocación. El venezolano ha tenido que ceder, aunque ello vaya en contra de sus principios, de su bolsillo e, incluso, de derechos humanos como el de la vida, el más elemental.

¿Qué hubiera pasado si?

Basyl llegó a la CHET con la esperanza de recibir una diálisis de emergencia que le permitiera seguir su tratamiento. Creyó ingenuamente que sería atendida como un ser humano, pero finalmente lo único que recibió fue una camilla.

Hoy surgen varias dudas. Si se hubiese quedado en su casa con el tratamiento que la había mantenido con vida hasta ese momento, en una cama cómoda, lejos del estrés de ver morir gente, de enfrentarse a la indiferencia de unos médicos y unas enfermeras que la ignoraron por completo ¿se hubiese salvado?

¿Haberla retirado contra indicación médica de la CHET para llevarla al día siguiente al Hospital Carabobo la habría ayudado a seguir con vida?

En el Carabobo se abrió el cupo para Basyl, pero ya estaba recluida en la CHET y decidimos dejarla confiando en que sería atendida. Ciertamente Basyl estaba muy grave, el pronóstico era reservado, pero lo que sí es un hecho es que el sufrimiento que experimentó hubiese podido ser significativamente menor si hubiese podido seguir su tratamiento o si le hubiesen ayudado a sobrellevar el dolor, la asfixia y la desesperación. Nunca el abandono de un paciente podrá ayudarlo a recuperarse y en la CHET a Basyl la abandonaron a su suerte en una camilla, que fue lo único que le dieron en casi 40 horas.

Quedan más preguntas sin respuesta. ¿Si esos médicos o enfermeras hubiesen estado en una clínica, habrían actuado igual?. ¿Merece un trato más digno el que paga por atención médica en una clínica que el que no puede costearla y debe ir a un hospital?

Seguramente en una clínica, esos mismos médicos y enfermeras hubiesen actuado de otra manera. La hubiesen atendido, le hubiesen suministrado el tratamiento y quizás, hasta le hubiesen pasado la mano por la cabeza. El problema es que los costos de una institución privada están alejados de la realidad del 90% de los venezolanos.

¿Si el paciente resulta ser el familiar de algún alto funcionario gubernamental recibiría el mismo trato?. En principio seguramente no irán allá, pero si van con total certeza no los esperará una camilla y un trato tan degradante e inhumano como el que recibió Basyl.

En la CHET vimos gente desesperada por la falta de atención a sus seres queridos, pero debían calmarse. Los antecedentes de un joven que golpeó a un médico por no atender a su familiar y que terminó preso son recientes, aunque uno realmente entiende por qué pasó eso. Lamentablemente hay que respirar profundo y no dejarse llevar por las emociones, porque en esta sociedad de cómplices, aunque ellos incumplan no serán sancionados.

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En la CHET parece que hay una línea corporativa que induce al maltrato. La indolencia es la norma, las historias se repiten.

La falta de atención que vivió Basyl no es, para nada, una historia exclusiva. No solo la practican los médicos y enfermeras que estuvieron de guardia en la emergencia de adultos entre el 13 y el 15 de septiembre. Seguramente en cualquier departamento de la CHET conseguiremos médicos y enfermeras indolentes como estos.También los debe haber en el Hospital Carabobo, en el Simón Bolívar de Diego Ibarra, en el Carlos Sanda de Carlos Arvelo, en el Miguel Malpica de Guacara o en cualquiera de los hospitales del país.

Pero también sabemos que no todos los médicos son como aquéllos a los que debió enfrentarse Basyl. Ella encontró doctoras que la trataron con dignidad y demostraron calidad humana. Ocurrió en el Hospital Carabobo y seguramente como ellas habrá algunos en la CHET o en cualquier hospital del país, pero lamentablemente no abundan.

Hoy, después de esta terrible experiencia, yo sigo queriendo que mi hija sea doctora. Estoy convencida de que la educación, la calidad humana, la mística y la vocación son cosas que se van forjando desde la casa. Sigo creyendo que a pesar de las escenas tan terribles a las que se enfrenta un médico o una enfermera y que le van endureciendo, la sensibilidad frente al sufrimiento ajeno no debe perderse.

Sí, quiero que mi hija sea doctora, pero no una mercader que valore al paciente por el dinero que tiene, sino que lo acompañe en su proceso, sea rico o sea pobre; que no «olvide» leer una historia para dejar pasar algún medicamento, que no exija un pago extra por hacer su trabajo; que no sea un ser atorrante e indolente, sino un apoyo para el más necesitado. Que confronte las injusticias o trate de minimizarlas, aunque eso le cueste el cargo, que haga valer los derechos humanos, que respete el valor de la vida. Así debe ser ¿o no?




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