En estos momentos de angustia y desasosiego no queda más que estudiar la historia de Venezuela  para ver qué nos pasó, cuándo nos desorientamos y quiénes son, sociológica y políticamente, los responsables de esta catástrofe colectiva. Por mi parte, estoy trabajando para publicar un libro, a fin de año -si aún quedara papel en Venezuela- sobre el tema del militarismo desde nuestra génesis de nación independiente, es decir, desde 1830 hasta nuestros días.

En ese trabajo voy a tratar de explicar cómo el Cesarismo Democrático -tesis positivista del eminente sociólogo Laureano Vallenilla Lanz-  justificaba en el siglo XIX al “Gendarme Necesario”, pero verlo renacer en el siglo XXI es una aberración política, histórica, sociológica, sin explicación alguna. En efecto, el cesarismo impregnó toda la política venezolana del siglo XIX y parte del XX, aunque ese trauma fue interrumpido durante cuarenta años de civismo, de democracia y progreso; ah, pero resulta que ahora, en el presente siglo, estamos viendo aparecer de manera preocupante un gendarme innecesario, reminiscencia de ese pasado inmerso en el alma y en la psicología social de nuestro pueblo.

La independencia de Venezuela fue lograda por militares, lo que permitió a este estamento lograr un prestigio merecido por sus luchas en la liberación de la patria, pero tampoco debió convertirse, aunque siga ocurriendo, en una factura que fuese cobrada en una especie de tracto sucesivo eterno, por cuotas pagadas ad infinito y nunca saldadas por el resto de la sociedad. El cobro de esas facturas no es una especulación teórica, sino un hecho legalizado, desde el proceso independentista, a través de la “Ley de haberes militares” que terminó siendo el inicio de una etapa conocida en nuestra historia como del “feudalismo militar”.

Los héroes de la independencia se pasearon durante todo el transcurso del siglo XIX, con sus armas, alternándose en el poder detrás de José Antonio Páez, de José Tadeo Monagas o de Antonio Guzmán Blanco. El propósito de ese trabajo no es denostar del estamento militar, sino más bien convenir que fue inevitable su preeminencia, durante una época que el cambio de régimen se resolvía en el campo de batalla. Además, eso ocurría porque aquella clase social civilista, privilegiada y elitista, que había roto con la Madre Patria, había quedado tan diezmada, durante todo el siglo XIX y buena parte del XX, que estuvo rezagada detrás de aquellos héroes en una situación sub judice o de capitis diminutio, conformándose, al menos, con seguir influyendo en los gobernantes como un “poder detrás del trono”.

 Los militares en política son un desastre, porque las diferencias las resuelven como solo saben hacerlo: a plomo limpio. Para muestra un botón: (…) “Se cuenta que entre 1892 y 1900 (en apenas 8 años del final de aquel siglo) se registraron seis rebeliones mayores y ¡437 encuentros militares! En esas actividades militares miles perecieron, 80% del ganado fue destruido y la deuda de la nación pasó de 113 millones a 208 millones de bolívares. Esta deuda y su incremento por Castro se convertirán en la fuente de innumerables conflictos internacionales, particularmente con el bloque de las costas venezolanas de 1902”. (Consalvi. 2007). 

Después vino Gómez, con su “paz en los cementerios, unidad en las cárceles y trabajo en las carreteras” luego, los gobiernos transicionales de López y Medina, seguidos por “la revolución de octubre”, con su paréntesis democrático de apenas 3 años, interrumpidos de nuevo por la bota militar y, con ese retorno, diez largos años de la tiranía perezjimenista. Por fin el pueblo se obstinó y, en alianza con militares demócratas, en 1958, puso término a la etapa de dictaduras militares durante cuarenta años, la época más larga de nuestra historia que Venezuela ha vivido en paz, en progreso y bienestar. Era la época del militar profesional, sin poderse inmiscuir en la deliberación política, que le estaba constitucionalmente vedada, pero dedicado a la preservación de la soberanía de la nación, su auténtica misión.

Ahora, en pleno siglo XXI, apareció esta montonera que nos vuelve a regresar al siglo del oscurantismo, del atraso, del hambre y la miseria. Maduro arrebata en estas elecciones que nadie reconoce y ahora, ¿para dónde va su gobierno y qué hará la oposición? Busquemos la brújula todos: la oposición, deberá unirse en torno a una política coherente, sin dejarse chantajear por un radicalismo enfermizo o por un oportunismo logrero y ramplón. Y, el gobierno: deberá sacudirse el yugo y chantaje militarista mafioso, dar un vuelco de 180 grados a la política económica, de acuerdo con Díaz Canel (con Trump atrás), si quiere mantenerse en el poder un rato más.

A esta regresión histórica la llama el Maestro Carrera Damas: “una ideología de reemplazo”; a mí me parece, en cambio, que mantener a los militares decidiendo los destinos del país es una enfermedad de viejo, de anciano, en sus últimos estertores. Sí, se podría denominar esa enfermiza regresión histórica como “El militarismo, enfermedad senil del comunismo”. Así se llamará el libro. Espero que Venezuela se cure mucho antes de su publicación.

PS: Después les cuento la paradoja que significa el odio comunista a los militares y cómo ahora, sin embargo, gobiernan con ellos (por ahora), como una necesidad para poder repartirse cuotas de poder con cierta impunidad. Ya veremos cómo se comportarán los alacranes.                       

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@EcarriB

Antonio Ecarri Bolívar




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