A medida que pasan los años en las reuniones familiares decembrinas somos menos. De niños, recuerdo el patio de la abuela materna, en el pueblito de San Simón, Táchira, lleno de primos, tíos y allegados, era un mar de gente disfrutando en medio del frío. Las hallacas de la nonna no tenían comparación, eran las mejores; ni les cuento del bonito pesebre que se hacía con musgo que nosotros mismos recogíamos en la montaña. Crecimos y el grupo se fue limitando a la casa de nuestra madre y hermanos, luego nacieron los sobrinos y los grupos se fueron segmentando.
Pero a finales de la década de 1990 llegó el espejismo de la revolución y, con ella se fue avizorando una crisis económica, política y social que años después se hizo realidad, causando una migración sin precedentes en la historia contemporánea de Venezuela. Mi familia y muchísimas otras comenzaron a visualizar sus proyectos de vida en países con mejor calidad de vida, seguridad, salud, educación, dignidad. Esta realidad cambió el panorama social incluyendo las fiestas decembrinas, que si bien los que seguimos en Venezuela mantenemos con esfuerzo, ya estos encuentros no son lo mismo, ya no sonreímos como antes. Extrañar se volvió cotidiano.
Por suerte, la mayoría de los venezolanos de clase trabajadora somos solidarios y empáticos. En mi caso, los diciembres que he pasado en Venezuela hemos sido adoptados por alguna familia que nos hace sentir parte de la suya. La situación sigue siendo compleja pero nunca falta la gastronomía típica en la mesa. El compartir se hace habitual y subsanamos la lejanía de la sangre propia, con las bondades que ofrece la tecnología. Obvio, nunca será lo mismo.
Precisamente, estas fiestas, en las que el mundo cristiano recuerda el nacimiento del hombre más influyente de todos los tiempos, están para disfrutar de nuestros afectos, solidarizarse con el vecino que está solo, con el vigilante que pasa navidad cuidando de nuestros condominios, con las personas que sabemos están pasando situaciones económicas complejas. Si algo enseñó Jesús, sin ánimos de caer en discursos religiosos, es que debemos amar a los otros a pesar de las diferencias. Y quizá, el mejor momento de expresar ese sentimiento, es el fijado por Occidente para celebrar su llegada.
Jesús fue empático, sin importar con quien trataba. Esperemos que estas navidades sirvan para seguir compartiendo entre los familiares que nos quedan cerca, amigos, vecinos. Para apoyar a quien nos necesite sin mezquindad, para seguir construyendo desde nuestras acciones individuales y colectivas. Quizá esta sea la mejor manera de honrar el legado de quien demostró, que si no nos apoyamos los unos a los otros, nos extinguiremos como especie.