Hay que llenar nuevamente el vaso del alma nacional, con inventiva, con una nueva narrativa compartida. Dejando la oscuridad de la incertidumbre que da el lamento paralizante volviendo a la luz de las realizaciones y a la emoción que da la sed de conquista.

Nuestra historia reciente es una lección para estudiar y aprender. Una propuesta política que ascendió con un mensaje de reivindicación y superación de los grandes problemas nacionales. Hoy las acciones de sus agentes se mueven en una sola dirección:Conservarlos privilegios del poder.

Al principio fue considerada en el mundo como una novedad tropical, un modelo político que se enfrentaba al establishment. Que representaba el sentir de cambio de una gran parte de la población. Mas el tiempo dejó ver su verdadera esencia a través de su discurso y accionar dirigidos a acentuar diferencias y establecer cercas medianeras entre la razón y la emoción, ello irrumpió como candela de sabana en el territorio nacional.

Hoy la realidad es otra. Tenemos un país viviendo el síndrome del trauma permanente. Donde el espíritu nacional es sistemáticamente golpeado y torturado, como lo hacen con los disidentes en los calabozos oscuros de Roca Tarpeya o en las inmediaciones de una tumba en Plaza Venezuela. Donde se tiene que hacer milagros para obtener los bienes, tangibles o intangibles, necesarios para la sobrevivencia.

En 2018 los venezolanos pensamos diferente. La gran mayoría no milita activamente en ningún partido. Solo quieren un cambio, abrigan la ilusión de reencontrase con una país donde se pueda convivir en paz, tener oportunidades para prosperar, seguridad para sus familias y para el fruto de su trabajo.

Ahora bien, nos corresponde a los venezolanos de buena voluntad darle forma a esa intención de cambiar para bien a nuestra Venezuela. Esta no será una lucha de pueblo contra pueblo. Debe ser la construcción de una nueva realidad a partir de la formación de un nuevo espíritu de unidad nacional.

Por ello nos unimos a las voces de quienes convocan a un gran acuerdo. A un punto de encuentro, a crear una nueva fórmula de presentar una propuesta de cambio para Venezuela.En la que la voluntad de entendernos permita la reciprocidad en un escenario donde escuche a todo el país, fuerte, alegre, esperanzado, y en el que haya lugar para los que hoy han sido humillados, por la amenaza de la violencia o por el chantaje de una dádiva para lograr la sumisión.
Ese nuevo espíritu nacional saldrá de las aulas, de los campos, de las casas, de la leña encendida ante la falta de gas. Del pescador del Caribe y del Orinoco, del obrero del metal ydel que trabaja con la arcilla hecha ladrillo, del hombre emprendedor y del joven retador, de la mujer hermosa que ofrece su pecho a la nueva vida y de la abuela que ha marchado con su bandera por un mejor porvenir para sus hijos y nietos.

Por ello tenemos que emprender la marcha hacia un nuevo punto de encuentro. Un lugar fuera de la bulla y el tumulto, donde las voces fértiles de la propuesta constructiva sean escuchadas más allá de los gritos de la ira colectiva y del reproche estéril que daña y no aporta. Y empezaremos con el verbo. Porque tanto decir como escuchar palabras positivas tiene un gran poder en la conciencia de la persona que las dice como en la del que las recibe.

Para ello tenemos que construir una nueva narrativa nacional, encontrarnos en los espacios, en el entorno físico, intelectual y espiritual con una nueva dialéctica nacional. Vivimos en un tiempo en el que se habla por no callar. En que la incontinencia de lo que se expresa con la palabra oral o escrita se convierte en un reproche recurrente al prójimo. Es el tiempo de crecer como sociedad crítica pero propositiva. En apreciar las diferencias entre el tóxico que en todo participa para cuestionar y el fecundo del que emanan iniciativas para unir, crear y conducir.

Venezuela se debate entre la desesperanza sumisa y las luces que una nueva inventiva nacional puede aportar. Ese es el espíritu de unidad que fortalecerá el tránsito a un nuevo escenario de realizaciones compartidas, que abrirá oportunidades al cambio positivo, guiará el retorno de la diáspora perdida en la incertidumbre del éxodo y construirá una nueva realidad para quienes aquí estamos y los que están por venir.

 




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