Óscar David Herrera, el atleta paralímpico que vive en las calles de EE.UU.
El atleta invidente venezolano Óscar David Herrera, diploma en los Juegos Paralímpicos de Londres 2012, nunca imaginó que tendría que vivir en la calle cuando emigró a Estados Unidos, y, a pesar de los infortunios que han marcado su vida, su espíritu «luchador» lo empuja a sobreponerse e incluso a soñar con volver a ser olímpico.

El deportista, que representó a su país en Londres 2012 en salto triple, donde fue séptimo con una mejor marca de 11,34 metros, tuvo que dormir durante semanas en el aeropuerto de Fort Lauderdale, en el sur de Florida (EE.UU.), al verse desamparado en el pasado verano.

Ahora, desde un albergue donde reside, recuerda en una entrevista con Efe la inquietud de aquella primera noche en el aeródromo, donde finalmente encontró un lugar «tranquilo» en la terminal de salidas nacionales y compartió espacio, conversación y bancos para dormir con pasajeros que habían perdido sus vuelos.

Los días se le iban recorriendo el «circuito de solidaridad» que le llevaban por los albergues e iglesias donde recibía comida y se mantenía alejado de los problemas habituales de alcohol y drogas en las calles.

A pesar de estar «limpio», consiguió plaza en un albergue para personas con problemas de adicción situado en la Florida rural y regentado por la organización española sin fines de lucro Remar.

ORGULLO OLÍMPICO

Herrera viste el uniforme de la selección paralímpica de su país, camiseta blanca y chaqueta color vinotinto ya algo estropeada. «Es mi fetiche, un recuerdo de lo que hice», explica.

Las medallas y trofeos los dejó en Venezuela, de donde salió en 2021 debido al «hostigamiento político» y la «presión» del Gobierno para que manifestara su apoyo público al régimen de Nicolás Maduro.

Le quedan los recuerdos de sus triunfos, de sus medallas, como la de bronce en los Campeonatos Mundiales de 2006 en Assen (Holanda) y, sobre todo, la sensación de competir ante las 80.000 personas que llenaron el Estadio Olímpico de Londres cuando cosechó su diploma olímpico.

«Tantos aplausos y ánimos fue algo que abrumó mis oídos y activó mis sentidos», rememoró este admirador del jamaiquino Usain Bolt.

Estos recuerdos y las dos características que, dice, reflejan su personalidad, la «fortaleza» y el espíritu «positivo», son los que le han permitido sobrellevar la pérdida de sus padres, tener que salir de su país, vivir en la calle y el ataque violento que hace más dos décadas le dejó ciego.

A los 22 años fue asaltado cuando regresaba a su casa en Caracas. El resultado fue mucho más allá que una cartera y unos bolívares menos. Le arrojaron ácido en el rostro. Quedó ciego e internado en el hospital durante meses.

Fue la primera gran prueba de su vida como adulto, pero no la última. Ahora, a sus 46 años, está literalmente en la calle.

El amigo que lo ayudó a emigrar, llegar a Florida y le dio alojamiento, recayó de su cáncer y tuvo que irse a vivir a Nueva York, dejándolo desamparado a la espera de presentar su pedido de asilo, que le otorgaría además un permiso de trabajo y le abriría las puertas a recibir ayudas públicas destinadas a los invidentes.

SUEÑOS OLÍMPICOS

Herrera dice que quiere ser «útil», poner en práctica sus estudios de Educación Integral y ser maestro de primaria y a ser posible compaginar su trabajo con el deporte de élite.

Su sueño es representar a Estados Unidos o al equipo de Refugiados del Comité Internacional Paralímpico (IPC), ya sea en atletismo, béisbol para ciegos o, quién sabe, ser el primer venezolano que participa en unos Juegos Paralímpicos de invierno.

Un atleta le ha explicado ya cómo entrenar el parabobsleigh y no descarta hacerlo para poder ir a una futura cita olímpica.

Mientras tanto espera en este albergue en plena naturaleza, donde los residentes cuidan animales, rezan y leen la biblia.

No sabe cuánto tiempo tendrá que permanecer allí, lo justo hasta que una campaña en su nombre en la plataforma GoFundme recaude el dinero suficiente para poder rentar un sitio «sencillo» donde vivir hasta que le den el asilo y empezar a trabajar. La meta son 7.000 dólares y llevan ya recaudados cerca de 2.000.

Por eso pide, especialmente a la comunidad venezolana y cubana en el exilio del sur de Florida, una nueva muestra de solidaridad que él promete devolver con trabajo y quizás representándolos bajo la bandera de su nuevo país, Estados Unidos.




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