Foto: Armando Díaz

Se suponía que el trancazo organizado por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) culminaría a las 4:00 p.m de este lunes 26 de junio, casi todos los municipios acataron la orden. En algunos lugares se mantuvo la protesta.

A las 4:10 p.m un grupo de veinte encapuchados, en su mayoría hombres y algunas pocas mujeres, arrojaban piedras hacia la autopista del Este, sentido Maracay. Abajo estaban unos funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana, con sus camisas pardas y escopetas en mano. Sobre el elevado se sumaban más manifestantes y transeúntes, estos últimos corrían porque querían montarse en un bus que los llevara sus hogares.

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Los funcionarios parecieron retroceder y los manifestantes se creyeron la estretagia hasta que un joven con mascara antigas y suéter negro gritó «¡Vienen subiendo, activos!». Aquella multitud corrió hacia uno de los accesos del distribuidor para enfrentarse a los policías que en un intervalo de unos diez minutos fueron derrotados ante la avanzada de La Resistencia, incluso hicieron caer a uno de los hombres que huyó junto a sus compañeros luego de que su moto cayera al suelo.

50 funcionarios avanzaban lentamente, era la Policía Estadal que aceleraba y cruzaba el elevado de El Trigal

Los perdigones y las bombas no habían funcionado en ese momento, pero cantar victoria sería apresurado. Diez minutos después, 50 funcionarios avanzaban lentamente, era la Policía Estadal que aceleraba y cruzaba el elevado de El Trigal, venían de la Torre BOD. Desde la Autopista del Este accedía a la zona la PNB con sus escudos reglamentarios.

El enfrentamiento iniciaría y con esto el retroceso de la resistencia que no pudo aguantar ante la gran cantidad de uniformados que disparaban, no sólo lacrimógenas y perdigones. Las piedras y las balas estaban en el repertorio de ataque. Un manifestante con el aire entrecortado mostraba los casquetes de bala, eran tres y llevaban un aro rojo que según él no podían ser usado contra personas y apuntaba contra los uniformados y los acusaba de ser los que dispararon en su contra.

Los rescatistas rondaban la zona en motos y camionetas (Cruz roja, Cascos azules y brigada de rescate). Estaban ahí en el momento que una piedra impactó en la frente de un joven  que no llevaba el rostro cubierto. La sangre le cubría la mitad del rostro, mientras cuatro muchachos lo cargaban y corrían para evitar que lo atraparan. Esa roca había sido arrojada presuntamente por un miembro de la Policía de Carabobo.

Las bombas lacrimogenas dejaban su estela irritante en las adyacencias de la bomba de El Trigal. Un encapuchado se asfixiaba y buscaba una pared en la que apoyarse, para tratar de encontrar aire fresco, sus manos se agitaban y pedía ayuda con voz entrecortada.

«¡No retrocedan, hay que luchar somos la resistencia!»

La retirada se volvía inminente. Los uniformados del Gobierno los superaban en cantidad y sus armas podían derrotar con facilidad aquellos escudos de madera y de latón. Algunos gritaban «¡No retrocedan, hay que luchar somos la resistencia!», pero la mayoría prefirió resguardarse, porque continuaron la huida en dirección a la avenida principal de El Trigal, desde ahí rearmarían barricadas, mientras otros se refugiaban en una casa cercana, la cuál la Policía presuntamente intentó violentar, pero no pudieron penetrar. En el tiempo que eso ocurría la dueña de casa abría otra puerta para que aquellos jóvenes escaparan por la parte trasera.

Con el paso de los minutos los manifestantes entendieron que no habría más represión por ese día, muchos comenzaban a irse a sus respectivos destinos en camionetas que eran ofrecidas como transportes. La Policía de Carabobo se daba la vuelta y se alejaba más de los encapuchados y se apostaban en el elevado ante cualquier eventualidad. Al otro lado en la avenida principal de aquella urbanización los pocos hombres que quedaban rociaban gasolina sobre cauchos y los hicieron arder para dejar claro que a El Trigal no entrarían. 




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