Parroquia San Blas
Magaly Sánchez es la dueña de la casa más antigua de San Blas. Foto: Patricia Ochoa

Las calles de San Blas han sido testigos del paso de próceres y figuras como Salvador Montes de Oca, desde su creación en 1853. Lo que comenzó como la división de terrenos de la hacienda La Isabelica, es hoy el hogar de Angiolo Carrabs, un inmigrante italiano que lleva 63 años viviendo en la parroquia y más de una década en una casa dentro de la plaza La Glorieta, patrimonio cultural de Valencia. 

Esta es la única placeta de latinoamérica dividida por una calle. En un punto de la historia fue un peaje de militares, en la actualidad es el hogar de los Carrabs y otras cinco familias que habitan dentro del espacio que posee cañones y una escultura que, según Angiolo, es “una belleza natural”. La ve como particular y especial, una especie de edén donde la Glorieta parece una madre abnegada por sus hijos.

Al entrar se siente un aire especial, pues a pesar del desgaste de la pintura y falta de iluminación en los postes que rodean elementos históricos, se puede sentir la diferencia con el exterior, uno más urbanizado. Como la Glorieta abnegada por sus hijos, los habitantes de la plaza se esmeran para mantener uno de los espacios donde convive la comunidad. Riegan, cortan y cuidan los árboles, vigilan que delincuentes no roben y procuran minimizar el deterioro progresivo.

¿Cómo se formó San Blas?

En la entrada de Valencia se asentaron inmigrantes, familias de la zona, misioneros, curas y constructores. La primera gran estructura que construyeron fue la Iglesia Parroquial San Blas. Alrededor de la obra que data del año 1883, se formó una comunidad que perdura hasta hoy. 

Magaly Sánchez vive en la casa más antigua. La gran estructura de bloques de adobe se construyó a la par de la iglesia, hace 140 años en pie. La compró su abuelo y la heredó su mamá. En el espacio lleno de cuadros y figuras religiosas nació y ha vivido sus 78 años. 

Es algo grande vivir allí, ella sabe que ya no se encuentran lugares con tanta historia: “Yo no conocería ni viviría en otro sitio, no me adaptaría. Aquí está todo mi entorno, mi iglesia la tengo cerca”. Tiene razón cuando señala que hay pocos lugares así, pues muchas casas del casco histórico han sido reemplazadas con negocios industriales o talleres.

Sánchez reconoce que poco a poco las cosas han cambiado, pero sigue siendo una hermandad, en la que todas las familias se conocen, se sientan a las afueras de las puertas, juegan cartas, dominó y se ríen. Para ella, lo más especial es la familiaridad. “Si hay una persona enferma te trasladas a donde esté, le haces comida, se manifiestan entre todos”.

El cambio progresivo se ve en el mal estado de algunos espacios. Poco a poco la autenticidad de la zona se va perdiendo por la falta de mantenimiento que requieren estás estructuras que datan de períodos coloniales.

Magaly sortea la crisis luchando contra un accidente cerebrovascular y la preocupación de que su casa se puede caer. Pero se mantiene, porque Dios la trajo al mundo sin nada y así se irá. 

La identidad y tradiciones aún se preservan

La misma fe que Magaly tiene en Dios, la posee la mayoría de los habitantes de San Blas, pues su relación con la iglesia lleva más de un siglo. El peso de la historia es algo que tienen presente. La imponente estructura que se rodea de pequeñas casas coloniales, a pesar de las filtraciones y su reciente clausura por trabajos de remodelación a cargo de la Alcaldía de Valencia, sigue siendo el templo principal de la zona.

Los trabajos de restauración de la Iglesia de San Blas avanzan. Foto Carolina González

El párroco Eduardo Pereira defiende el progreso de la comunidad, a la par de la preservación de esos espacios que la hacen tan particular.

La Iglesia de San Blas alberga en sus salas los santos que fueron bajados de los altares por las reparaciones y a un equipo de Cáritas que favorece a más de 200 ancianos y niños. El párroco es originario de Bejuma y encuentra muchas similitudes entre su municipio de origen y San Blas, pues ambos son como un pueblo donde todos se conocen y ayudan.

La identidad no son solo casas, plazas e iglesias. Es el orgullo y apego que muchos vecinos sienten por el lugar donde nacieron, se criaron o vieron morir a sus amigos más cercanos. Los caracterizan sus ganas de preservar la historia y tradiciones ante las problemáticas económicas, políticas y sociales con las que se enfrentan a diario. 

Sin agua, alumbrado, espacios deportivos y pocas patrullas

En el casco histórico las tuberías que fueron hechas con asbesto, se rompen constantemente, lo que causa botes de hasta 3.000 litros de agua al día. Ante la falta de atención de Hidrocentro, la alcaldía de Valencia ha efectuado reparaciones que terminan siendo “paños de agua caliente”, según vecinos, porque los tubos son tan viejos que cuando reparan uno se rompe el siguiente.

La jefa de la comunidad, Zamira Charros, explicó que se le dice constantemente a los ingenieros que sustituyan la tubería completa, pero no lo hacen. Las reparaciones, por los años se vuelven a romper. La solución que proponen a las autoridades es la sustitución completa del asbesto en las calles más afectadas.

Elizabeth Garrido sufre las consecuencias de esta situación. Es madre soltera de tres niños y desde hace 5 años el agua no llega con regularidad a su casa. “Solo llega los lunes y jueves”. Cuando llega, debe hacer una conexión con la calle y subir hasta el sexto piso botellones.

Este viernes, 24 de marzo, la alcaldía a través del Plan Búho reparó un bote de aguas blancas que surgió luego que otra tubería fuera sustituida.

Charros destacó que la falta de control con los desechos de empresas también obstruye las tubería, pues en las alcantarillas más cercanas, botan el aceite.

Por la antigüedad de los transformadores, la luz es otra problemática constante. La jefa de la comunidad informó que talleres, empresas químicas y otros negocios, consumen más electricidad de la que el sistema puede proveer. 

Además, confirmó que los niños del municipio no cuentan con espacios deportivos, pues no hay una sola cancha en San Blas. Solo en las adyacencias, lo que imposibilita el traslado a espacios recreativos. 

Con respecto al patrullaje, comentó que por la falta de unidades o de personal, no se suple la necesidad de patrullas, que hasta ahora son solo dos.

Las casas derrumbadas son una de las mayores preocupaciones de los vecinos. Estos estan conscientes de que el cambio está mal, pues se pierde el patrimonio, ya que las fachadas de barro son estructuras que no se volverán a hacer. Charro alertó que estos espacios se han transformado hasta en galpones.

La pandemia, hizo que los habitantes de la zona se recluyeran. Luego, que se unieran. Las adversidades ahora las enfrentan en conjunto. Si una persona mayor necesita ayuda, puede ser adoptado por una familia, si alguien sufre de violencia intrafamiliar, se encargan de denunciar anónimamente. Quienes no tienen suficientes alimentos, de una u otra forma, reciben una mano amiga.

 




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