Cuando te vi partir quise detenerte. Veías hacia adelante sin voltear a los lados. Tu mirada se perdía sobre el camino emprendido y yo, silente, sencillamente te dejé ir.

Cuando te vi partir mi pecho ardió en un instante. Y cuando quise llamarte ya no me escuchaste. Te fuiste alejando con actitud altiva, con la cabeza en alto apuntando al horizonte que ancho se abría frente a ti. Tal vez no querías mirar atrás, para no ver lo que dejabas, para no percibir la tristeza de quien te extrañaría.

Tu partida es ahora una imagen difusa que se congeló en el tiempo de la diáspora, en el reloj de la ausencia. Te escuché como susurro al oído que dice mil palabras que no pueden entenderse, que son parte de un murmurar, de una exhalación sin aliento. Palabras que fueron una vez reproches, reclamos airados de una generación doliente que se volvieron sílabas de sónica posta de consuelos y ternuras.

Te marchaste de tu tierra no porque no quisieras continuar luchando, te fuiste porque viste apagarse la llama del encuentro fraternal y no muchos querían sentarse al fuego del hogar patrio. Y aun así estuviste a punto de cambiar, de volver sobre tus propios pasos, sabías que quedaban pendientes tareas de nuevo labriego en la zafra delirante de jornadas infinitas.

Hoy más que nunca te pienso. Más que nada anhelo tu presencia. Y para preparar tu regreso he decidido volver al huerto, a cultivar sobre la vega ociosa y sacar de raíz la maleza que cubre mi tierra. Te prometo que trabajaré duro como el mejor jornalero.

Prepararé de nuevo el suelo y con mi viejo buey haré surco profundo para sembrar la semilla. A los lados, en los huertos vecinos estarán otros. Al final de la jornada, al caer la tarde, encenderé una hoguera, para que puedas ver en la oscuridad y encuentres el camino de vuelta.

Y volverás. Como llega la mañana al final de la noche. Como regresan los flamencos en cromático vuelo a nuestros humedales, como vuelven las golondrinas en las tardes de lluvia en su festín de insectos, para hacer trazos en el cielo que se va despejando y tomando el color que anuncia el crepúsculo.

Estarás aquí. Cuando se forjen las aldabas para llamar a las puertas de las nuevas alianzas. Cuando se retiren de las pieles marcadas los dardos de la amargura y la incomprensión que separa hoy a tus hermanos.

Y volveremos a estar juntos más allá de las distancias y los tiempos. Compartiremos en una nueva marcha hacia la recuperación de los sueños perdidos, hacia la luz de una realización colectiva, para bañarnos en el pozo del recuentro fecundo y alcanzar la paz que dan los logros y la calma que inspira el deber cumplido, ese que nos queda por delante, como asignatura existencial pendiente.

Cuando te vi partir, se me partió el corazón. Pero ya no volveré a ver el pasado, no quiero imágenes de sombras ni sensaciones de dudas que nublen tu retorno. Estaré fuerte y presto para recibirte, saciar tu sed y brindarte cobijo en la humildad de mi fuego. Así, en la nueva mañana, reiniciaremos juntos el camino liberador y de construcción de una nueva era, hermosa y fructífera, para nuestra Venezuela.

 




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