Los vecinos de la avenida principal de La Campiña de Naguanagua no soportan vivir más en un lugar donde ningún servicio público funciona. Por eso decidieron protestar usando pitos y pancartas, trancando la calle para hacer escuchar sus voces.
Escasez de gas, racionamiento de agua corriente, incesantes cortes de electricidad y un bote de aguas negras con más de tres años sin reparo tiene a la comunidad al borde del colapso. “Esto ya no se aguanta más”, dijo Isabel Robles, quien tiene 35 años viviendo en la urbanización.
La preocupación de Isabel, al igual que la del resto de los habitantes afectados, es una mezcla de emociones superpuestas: Indignación sobre desesperanza, tristeza sobre rabia. Jamás pensó que tras su jubilación tendría que vivir en medio de tantas precariedades. “Hemos acudido a las autoridades en reiteradas ocasiones y han hecho caso omiso a nuestros oficios. Entonces tenemos la sensación de que se burlan de nosotros”.
Transgredidos
Aunque nadie responda, Isabel y los vecinos más perjudicados por el desbordamiento de las cloacas no se cansan de insistir. Regresan cada vez más destemplados, agotados por la desidia y acumulando noches en vela que suscitan las preocupaciones.
El insomnio de Isabel Robles es su madre: una señora de 74 años a quien ha tenido que llevar al ambulatorio en varias ocasiones por deficiencias respiratorias: el olor putrefacto de las aguas servidas impregnado en su casa agudiza la asfixia.
La madre de Jackeline Pinto, de 84 años, también se ha visto gravemente afectada por la problemática. “La tuvimos que llevar al dermatólogo porque le salió una sobre piel escamosa en los brazos, y ahora usa lentes porque le arden los ojos de tantas bacterias que ya están en el aire”.
Ante la extenuante situación los habitantes de La Campiña se sienten transgredidos. “Las noches y los días se han convertido en la misma cosa. No podemos hablar de Derechos Humanos porque los hemos perdido. Estamos dejando de ser humanos para convertirnos en animales”, comentó Robles.
Salud vulnerada
Tras los días lluviosos los charcos de aguas negras se extienden por toda la avenida y con el recurrente transitar de los carros es inevitable que más de un transeúnte quede chisporroteado. “Este es el trampolín a muchas urbanizaciones del norte, sur y este, por aquí pasa todo el mundo. Muchos se hacen la vista gorda porque sienten que no les afecta de forma directa, pero no se dan cuenta que el daño y la contaminación nos perjudica a todos”.
A Laura Rondón le duele tener que hacerle tantas restricciones a su hija, sobre todo en tiempo de pandemia. Le gustaría dejar a su pequeña jugar en la calle pero teme que se enferme como la mayoría de sus vecinos. “Aquí los más vulnerables son adultos mayores y niños. Precisamente esta urbanización está poblada de esos extremos, porque la mayoría de jóvenes y adultos de mediana edad están fuera del país.
“Y que la muerte los alcance”
La manifestación transcurrió de forma pacífica. De vez es un cuando un vehículo desaceleraban para observar con curiosidad al grupo de grupo de 30 habitantes que reclamaba entre consignas improvisabas y una flamante bandera tricolor.
A una cuadra de la protesta, dos señoras limpiaban con sus propias manos la vegetación crecida entre las aguas negras que bordeaban la acera de su casa. “Hacemos esto a cada momento, para que no se nos acumule la suciedad. Luego nos lavamos las manos con vinagre y cloro”.
Otros vecinos que transitaban a pie no detuvieron su paso. A Robles la indiferencia y las actitudes de resignación le hierven en la sangre. “Algunos callan por timidez, otros por miedo. Sonríen, bajan la cabeza y que la muerte los alcance”.