Vive en ti, pervive, se niega a emigrar de tu espíritu. Allí está, silente, expectante, esperando que vuelvas a llamarle.

Fue llama, se ha vuelto tizón, pero sigue encendido y de pronto se reavive con la brisa del norte que llega del abra estrecha que une a este valle ancho con el mar, más allá de las mismas nieblas perpetuas que cubren el Hilaria, hermanas de las brumas de la mañana de una playa en Morrocoy o de las nubes blancas que duermen en Pico Codazzi o Naiguatá.

Fue en momentos incendio abrasador, candela de sabana desbocada que en tu juventud arrasaba todo por delante. Ahora es ascua serena pero incandescente que espera que el viento sople para reanimar su calor. Al recordarle sientes nostalgia y de pronto una tonada de Simón o un verso de Andrés Eloy lo hacen de nuevo llamarada. Y es que cuando creías que se había extinguido te quema otra vez al rozar sus brasas.

Hoy es el mismo fuego, el que da muerte y existencia a la vez, dolor y calma, que destruye y forja, que va y viene entre vientos y sequías, que tras la devastación hace que regrese la vida en brotes verdes para llenar los viejos cerros de nuevo esplendor con luz y color.

Está vivo más allá de este tiempo, en un pasado de penas y glorias y en un futuro incierto pero cautivante. Está allí en el beso encendido de dos jóvenes amantes en el campus universitario cuando se va quedando solo al caer la tarde. En la memoria de un anciano que pasea en la plaza vacía de un pueblo olvidado y en la sonrisa del niño que salta a su lado demandando juegos del abuelo cansado.

Pervive ahora cuando caen las últimas lluvias del año en la espera de los alisios que soplarán anunciando la estación seca. Vive en la misa de domingo en la mañana y en olor a café recién colado al inicio de jornada en la madrugada de un lunes cualquiera. Subsiste en el sabor dulce y ácido del tamarindo y el mamón, en la hilacha en los dientes de un mango pintón y en el olor del cacao del mejor chocolate que traen de Cepe, de Canoabo o de Chuao.

Está presente en lo que quieres negarte, aunque le des la espalda y no quieras abrazarle, porque más allá de tu querida comarca provinciana todo ello es esencia misma de ésta tu tierra venezolana.

Así lo sientes en un compás de Laudelino o en una estrofa de Aldemaro. En la desesperanza de María Luisa, en la ansiedad de Chelique y en el perfume de la flor que inspiró a Yánez en Ciudad Bolívar, para luego irse que con la corriente dejando nostalgias de viajera del río.

Vive en el recuerdo del Canchuchú de Luis Mariano, en la voz de Neguito que canta Sin Rencor en El Saladillo y en el charrasqueo de Cheo cuando toca a gusto su cuatro sonoro a los muchachos de la Siembra o en un reencuentro notable del Ensamble Gurrufío.

Está en el placer sencillo de leer a Laureano o en el sabor de ají dulce de una receta de Sumito. Camina con en el fervor de nuestras procesiones, en un noviembre del Socorro o en el enero de La Divina Pastora, en un nuevo septiembre de La Coromoto o en otro miércoles santo saliendo de Santa Teresa con el Nazareno de San Pablo.

Está allí nuevamente. Te acaricia y se te entrega como la primera vez que lo sentiste. En una sala de cine o en un salón de clases, en el pupitre en primera fila o en el último asiento del autobús amarillo. En el dulce del melao de un buñuelo de yuca y en la sonora plenitud del bullicio de un sancocho en familia. En un gol con sabor a vino tinto para ganarle a Colombia o en un palo entre dos de Endy Chávez para dejar en el terreno a los Leones en la eterna épica de un Caracas Magallanes.

Sigue vivo en todo su esplendor. Te quema por dentro y salta en tu pecho, aunque el corazón se te haya partido mil veces por las penurias de muchos inocentes y las despedidas de tantos afectos antes de sus viajes sin retornos certeros.

Está y estará. Como antorcha eterna y brillante en una justa deportiva en el Olimpo de los tiempos. Y es que cuando sepas que no te olvida y entiendas que no lo has olvidado pensarás en el retorno. A tu tierra, a tu gente y a tus luchas, que son nuestras.

Entonces ya no será nostalgia, ya no se oirán lamentos, serán buenos momentos o vibrantes eventos que harán de esas iniciativas nuevas causas y de nuestros sueños renovados alientos.

Allí estará siempre porque vive en ti, pervive en tu corazón. Y se quedará a tu lado hasta el final de tus días. Es tu amor por ella, la enamorada de siempre, tu querida Venezuela.




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