“Nosotros, los venezolanos, no estamos condenados por una fatalidad al absurdo que estamos sufriendo: nuestra realidad es irrazonable e inadmisible, no hay nada que la justifique y tenemos que seguir comprometidos con la vida al rechazar con todas nuestras fuerzas vitales la cultura de la muerte que nos impone el absurdo como única alternativa política, económica y social” Fernanda Guevara Riera

Etimológicamente, absurdum significa contrario a la lógica aceptada. El absurdo fue un género literario, al que, mediado el siglo pasado, dieron contenido Ionesco, Samuel Beckett, Fernando Arrabal y otros. El arte del absurdo es la plasmación en palabra o imagen de la eterna descomposición del hombre en tiempos, anhelos y lugares. Para la filosofía existencialista el absurdo es lo que no puede ser explicado por la razón y lo que niega a la acción del hombre toda justificación filosófica o política. El absurdo es siempre lo que mejor explica las cosas que no tienen explicación. Su presunción más trascendente es expresar el vacío, la desorientación, la angustia y la desesperanza del ser humano ante un modelo de sociedad en el que el absurdo se convierte en el elemento consustancial de la vida cotidiana. Según Camus lo absurdo es entonces, la insatisfacción del deseo humano de trascender, así como la carencia de explicación a las preguntas por el sentido de la vida; y describe la experiencia absurda “el divorcio entre el espíritu que desea y el mundo que decepciona”.

En tanto que el teatro del absurdo se define por tramas que parecen carecer de significado, diálogos repetitivos y falta de secuencia dramática que a menudo crea una atmósfera onírica. Parodiando el existencialismo – aunque él se negaba a reconocerse como “existencialista” – concentrado en Albert Camus, en esta “Tierra de Gracia” tendremos que resignarnos a reconocer que una explicación completamente racional de cuanto acontece en lo que se nos pretende mostrar como “normalidad cotidiana”, está más allá de nuestro alcance, y en tal sentido, debemos ver nuestro pequeño terruño como un espacio absurdo. Constantemente nos sacude el absurdo – recordemos que absurdo significa “contrario a la razón” – con tan solo pensar que en lugar de ser un país más parecido a los países petroleros, tengamos que importar combustible, contar con una de las mayores inflaciones del mundo y el absurdo del absurdo que se plantee que nuestro carajeado país se está arreglando.

Acá hemos pasado de la comedia al drama, luego el llamado a lo que nos va quedando de estamento político opositor es que no nos lleven a la tragedia, todo ello sin perder a menudo un tono de teatro del absurdo. Tal vez fuese ya hora de situar de una vez por todas a los maestros del enredo y de la burla en su propio escenario delirante, llevándoles así a la contradicción.

Se transmite esos mensajes desilusionantes a la gente, cuando ciertos hombres públicos, aparentemente afines, han dicho en que no tiene sentido ni sensatez, hacer nada ahora por la unidad; que para tal cometido tenemos por delante, de aquí al 2024, mucho tiempo. Ante tal realidad, nos hacemos eco de Camus y su Hombre Rebelde con su sentida expresión: “Grito que no creo en nada y que todo es absurdo, pero no puedo dudar de mi grito y necesito, al menos, creer en mi protesta». Absurdo, pero allá vamos. Se le escucha al ciudadano común o se ve en los ojos de muchos activistas desilusionados. Es una expresión de temor, entrelazado con malhumor más o menos sistémico, desasosiego esencial que parece no registran quienes manipulan, de manera absurda, la agenda política. Resulta evidente que algo sucede, que algo no está funcionando bien, que algo no se está haciendo o simplemente que nos estamos dejando llevar por la inercia política del presente pretendiendo construir futuro que tan solo se concibe en estos dramaturgos del absurdo, mediante las consabidas “químicas de laboratorios políticos” que no llegan ni a “alquimia fétida”. Y esa terquedad política suele ser el resultado de quienes sostienen que la democracia la tratan de hacer posible unos pocos iluminados mirándose en el espejo de sus sueños… Así lo sostenía Camus: La estupidez insiste siempre.

Así como esperamos que el más enrevesado acto de este gran teatro del absurdo, que esperamos no nos deje esperando a Godot, hacemos un ferviente llamado los actores del reparto de nuestro teatro del absurdo, para que se pongan de acuerdo – ovación garantizada- y así eviten salir con las tablas de todo un país en la cabeza.

Sin embargo, al comprobar que el absurdo va de la mano, de manera inseparable, con la condición humana, y al ubicarnos al margen del apoyo religioso o de la corriente filosófica existencialista, entonces tendremos que reconocer sin aceptar que nuestro país es un caos; un abismo profundo y oscuro en el cual, como lo afirma el catedrático Joan Feliu cuando afirma que lo que es imposible hoy en día puede no serlo mañana, y si no lo es, será gracias al deseo absurdo de alguien.

Así las cosas, tal vez sea absurdo desear lo imposible, pero no hay nada imposible si somos lo bastantes absurdos para desearlo con las tres consecuencias del absurdo camusiano con las cuales vale realmente la pena mantener la tenacidad: pasión, rebeldía y libertad. Tal vez sea una verdad irrefutable el que no estuviésemos preparados para esta absurda travesía, pero a veces, además de las palabras alentadoras de los seres queridos, y la relectura de algunos libros leídos hace tiempo, nos ayudan a perseverar en la lucha.

Manuel Barreto Hernaiz




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