Ahí van las instituciones

Las instituciones no son otra cosa que las reglas de juego, tanto político como económico: las leyes, los organismos oficiales que regulan, permiten y prohíben; los que establecen cómo se organiza el Estado y qué deberes y derechos tienen los actores económicos

Hay países que fallan y países que triunfan. Unos progresan y se hacen ricos y poderosos, mientras que otros se empobrecen, se corrompen o se vuelven cerrados y dictatoriales, o todo a la vez. Es el tema sobre el que han trabajado los ganadores del premio Nobel de Economía 2024: el libro que escribieron Daron Acemoglu, profesor de Economía en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), y James A. Robinson, profesor de Economía en la Universidad de Chicago, ¿Porqué las naciones fracasan? (Why nations fail? en su idioma original, publicado en 2012) es un buen compendio del trabajo por el cual recibieron el máximo galardón de las ciencias económicas junto a Simon Johnson, también profesor del MIT y asimismo autor de múltiples trabajos de investigación sobre la prosperidad de las naciones.

La respuesta de Acemoglu y Robinson (A&R) a la pregunta sobre el fracaso o el éxito de las sociedades se resume en el rol de sus instituciones, tanto las políticas (de qué forma se elige el poder, cómo se administra y distribuye) como las económicas (qué tan abierta es la economía, cuánto interviene el Estado, qué importancia tiene la propiedad privada y qué caminos de inversión incentivan las leyes).

Según A&R, las instituciones –su calidad y su diseño- son la causa primaria de que el desarrollo económico y humano se instale y se dedique a crecer, o de que suceda todo lo contrario. Y en este sentido, se catalogan en dos extremos: inclusivas y extractivas. Las primeras tienden a distribuir el poder y la riqueza a la mayor cantidad posible de gente, mientras que las segundas concentran la prosperidad en una elite reducida, generalmente afín al gobierno, y fijan pocos límites al ejercicio del poder. Las instituciones inclusivas promueven la participación ciudadana y la generación de riqueza, y facilitan su desborde en la forma de calidad de vida, oportunidades, derechos y libertades. Las extractivas hacen lo contrario: eliminan incentivos para el progreso y amplían la brecha entre los que mandan y el resto.

Simplificando un poco, las instituciones no son otra cosa que las reglas de juego, tanto político como económico: las leyes, los organismos oficiales que regulan, permiten y prohíben; los que contabilizan, pagan y cobran a los ciudadanos; los que establecen cómo se organiza el Estado y qué deberes y derechos tienen los actores económicos. En pocas palabras, las instituciones definen el funcionamiento de un país y los límites y cuotas que se le imponen a la sociedad y a los gobiernos. El trabajo de A&R recuerda lo que sostenía otro premio Nobel de Economía, Douglass North, cuando decía en 1993 que “la diferencia entre naciones ricas y pobres es fundamentalmente explicable por la forma como se organiza la gente”.

Hay un pequeño detalle en el argumento que otorga a las instituciones la capacidad de navegar hacia el éxito o naufragar en el remolino, y es que habría que medir la disposición de la gente –gobiernos incluidos- a cumplir lo estipulado por las leyes, las normas y los principios formales, o por el contrario la inclinación a tomar atajos y hacer las cosas como se le antoje a la élite económica o política. Y es que las instituciones no tienen vida propia, sino que dependen de la gente que las integra, gobierna y administra. Así como una empresa no puede ser mejor que su gente, lo mismo pasa con las instituciones. El organismo mejor diseñado, con su estructura eficiente, sus sistemas confiables, su estrategia y su visión puede ser un adorno o un estorbo si la gente que trabaja en él no hace cumplir las normas, no respeta la estructura y viola los sistemas. Es decir, si hay una cultura de incumplimiento en la sociedad, esa cultura será la responsable del naufragio, por muy inclusivas y sofisticadas que sean las instituciones.

Para ilustrar el argumento, tomemos un caso cercano como el de las elecciones del pasado 28 de julio en Venezuela ¿Fue la institución CNE la que hizo trampa o fueron más bien las personas y la cultura del régimen las que falsearon los resultados? El sistema de votación estaba tan bien diseñado que no hubo forma de crear actas falsas, pero los funcionarios se encargaron de poner a un lado la normativa y terminaron volteando la elección a su antojo. Y es que las instituciones no tienen vida propia; la vida –buena o mala- se la dan las personas que trabajan en ellas.

Con este artículo me despido hasta el 12 de enero del próximo año, deseándoles una feliz Navidad y un próspero 2025.

 

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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Ahí van las instituciones

Alberto Rial
Alberto Rial

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