Hace casi dos décadas estábamos en Madrid por San Isidro y su Feria. Entonces vivimos tres situaciones, si bien independientes entre sí, estaban conectadas con el fenómeno migratorio.

La primera fue la de una larga fila, en la Plaza Mayor, a lo largo de una de sus galerías circundantes. Gente con rasgos evidentemente andinos, esperaban para ser atendidos en una oficina de inmigración. Los pasantes los miraban con desprecio, manifestado en sus movimientos reprobatorios de cabeza.

Un poco más tarde nos encontrábamos en el Restaurante “Cuchilleros” almorzando, cuando llegó un grupo de seis personas, que ocuparon una mesa cercana. Su conversación nos permitió deducir que se trataba de una joven venezolana con sus padres, y su novio español, también con sus padres. El padre venezolano comenzó a hacer alardes de su nueva cámara de video, que colocó sobre un trípode a un lado de la mesa, y la puso a grabar con un control remoto. La hija le corrigió cuando el mesonero llegó con una enorme sopera, pues el evidentemente nuevo rico comenzó a grabar, dictando en un micrófono Bluetooth:

– “Está llegando el mesonero con el caldo gallego”.

– “Madrileño, papá, madrileño…”

– “Está llegando el mesonero con el caldo madrileño”.

– “Cocido, papá, cocido…”

– “Está llegando el mesonero con el cocido madrileño”.

Mientras el nuevo rico grababa, ya el mesonero, servidos los platos, se había ido.

Y al día siguiente, en otra tasca, un “señor” le reclamaba al barman, de muy mala forma, que se excusaba, con reconocible acento peruano, el haberle servido unas “tapas” frías. “Sudaca inútil”, concluyó el airado madrileño. No pude aguantar el recordarle que, en los malos años de España, habíamos acogido a sus inmigrantes con calidez y espíritu fraterno, si bien hubo algunos venezolanos incomprensivos, que los trataban con desprecio.

En ese entonces, esos venezolanos xenófobos ni imaginaban que más tarde sus nietos seguirían el mismo calvario

En ese entonces, años iniciales de la “Venezuela bonita y socialista” ya se vislumbraba la “Venezuela fea, arruinada y socialista” de hoy: el contraste entre los venezolanos con fresquecitas cuentas en euros mal habidos, gracias a sus conexiones con los altos mandos, y los que, penosamente, deben atravesar peligrosas sendas en busca de un país donde puedan vivir decentemente.

Y para nadie es un secreto que el tráfico de migrantes es un pingüe negocio para muchos “coyotes”, como llaman a quienes transportan migrantes, hacinados y encerrados dentro de camiones, y muchas veces irresponsablemente abandonados y muertos por asfixia en desérticos caminos y accidentadas trochas selváticas, a lo largo de América Central y México. Por supuesto, después de haber cobrado los transportistas, en buenos dólares, el “servicio”.

El Tapón del Darién, es una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo; un tramo de selva tropical montañosa y remota, transitado por migrantes que buscan llegar a Estados Unidos. En lugar de mejorar la comunicación entre Panamá y Colombia, las autoridades panameñas han amenazado con cerrar la frontera. Lejos de ser una solución, aumentará la presión social y económica por los refugiados en el lado colombiano (Petro se niega a reconocer la debacle venezolana) y crecerá la cuota de ahogados por la zozobra de sobrecargados botes fletados a “coyotes”, esta vez marinos, en los mares que Panamá divide.

Será como cercenar la arteria radial, que lleva sangre a las manos,para detener la hemorragia en alguien que se ha rebanado un dedo.

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