El deporte siempre ha servido para aminorar las diferencias. Lo demostró Nelson Mandela en Sudáfrica, cuando logró unificar al país para alentar a la selección nacional de Rugby durante su participación en el Mundial de 1995, contienda donde resultaron campeones absolutos contra todo pronóstico. Todos apoyaroncon ánimo los “Springboks”, equipo considerado de gente blanca, crítica del presidente. La épica estrategia de Mandela dio resultado. Un país dividido, fragmentado,  se unió gracias a la hazaña del equipo, de a poco fueron visibilizándose las causas comunes y privó el bien colectivo por encima de las parcelas que por años habían dominado esa tierra.

Este recorrido fue inmortalizado por Clint Eastwood en la película Invictus, protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon. Obviamente el discurso oficial ayudó bastante a este reencuentro histórico, que hubiese sido imposible si reinaban las descalificaciones hacia la diferencia, como suele ocurrir en países como el nuestro, donde la dirigencia política desde hace años no hace otra cosa que descalificar a la disidencia, con el afán de imponer pensamientos únicos típicos en los regímenes totalitarios.

Traigo a colación lo ocurrido en Sudáfrica por la alegría que nos han dado nuestros medallistas olímpicos Yulimar Rojas, Daniel Dhers, Julio Mayora y Keydomar Vallenilla. Sus triunfos nos hicieron sentir orgullosos, miembros de una sola familia a pesar de las particularidades de cada quien. Los aupamos y lloramos sus victorias. Son ejemplo de disciplina, perseverancia y de la pasión que debemos impregnarlea nuestras metas, ingrediente necesario para alcanzar el éxito. Algunos de estos atletas residen en Venezuela, no cuentan con suficiente apoyo gubernamental y lograron saborear las mieles del éxito, escribieron sus nombres en lo más alto del Olimpo, donde están los grandes deportistas de la historia.

En el caso venezolano, que épico sería unirnos sin color político, así como nos unieron Rojas, Dhers, Mayora y Vallenilla y comenzar a exigir cambios a un gobierno que nos ha arrebatado la calidad de vida, vulnerado el  sistema democrático, prosigue en su afán de quitar mérito a quien piense distinto y es el responsable del más grande éxodo de la historia contemporánea de las Américas. Seríamosejemplo para el mundo si lográramos fusionarnos, dejando de lado ideologías absurdas y rescatar a esta tierra en la que nacieron nuestros campeones. No perdamos la esperanza.

Sigamos trabajando desde nuestros espacios en la posibilidad de articular un proyecto país que nos involucre a todos. Recordemos el momento que nos han hecho vivir nuestros medallistas y pensemos que la reunificación es posible, pero no impulsada por la politiquería barata, sino por el propio pueblo. Estoy consciente del daño que le han hecho al país, pero así como resurgió la Sudáfrica del “Apartheid”, la Venezuela roja puede cambiar de color en cualquier momento, pero es un asunto que debemos generar nosotros mismos con gallardía para poder superar los obstáculos.

Que la alegría olímpica sirva de ejemplo de la perseverancia que debemos sostener en nuestras luchas. Venezuela y las futuras generaciones lo necesitan. Seamos los amos de nuestro destino y venzamos la oscuridad que desde hace tiempo viene azotando al país.

 




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