Mi mama tenía dos hermanos, Gustavo y Ernesto. El mayor se había casado con una caraqueña, Carmen Luisa Velutini, pero el segundo, Ernesto, se buscó una valenciana de pura cepa, Ilba Díaz Zozaya, de manera que, cuando mis tíos Ernesto e Ilba venían a Valencia a visitarnos, además de sus hijos, mis primos Titina, Héctor y Trina, los acompañaban las Zozaya, es decir, la abuela Trina, mamá de mi tía Ilba y su hermana, la tía María, que terminó siendo tía de todos nosotros.

En una de las visitas, la abuela Trina y la tía María, manifestaron su deseo de visitar a una antigua amiga. Aunque para los niños, las abuelas y las tías abuelas, sin serlo, nos parecían unas ancianas, la señora que nos abrió la puerta de aquella humilde y bella casa en el centro de Valencia, parecía menor. Era pequeñita, muy delgada, con mucha vitalidad. A lo mejor, contemporánea a las Zozaya, pero se veía tan bella y llena de vida, que lucía menor y nos encantó, sobre todo, lo encantadora que fue. La abuela Trina y tía María llamaron “Taña”.

Tenía un marcado acento extranjero. Nos atendió muy cariñosa y estaba bastante contenta con la visita. Con cierta frecuencia se paró a atender a una persona, con voz opaca, que gritaba desde algún cuarto, palabras inentendibles. La abuela Trina aclaró que se trataba de la cuñada de Taña, María Isabel, que estaba postrada en una cama. Creo que por eso quisieron ir a verla, para darle ánimos. Con los años me enteré de que María Isabel Pérez Mujica, fue integrante de la primera orquesta de mujeres de Latinoamérica, “El Bello Sexo Artístico”, de la que no me canso de hablar.

Ya en mi casa, esa noche, los comentarios de los adultos iban y venían. De alguna manera, todos habíamos quedado prendados de Taña. A los niños nos enamoró por una torta que nos ofreció y a los adultos, por ser Taña Pérez Mujica.
Mis padres no lo podían creer. Taña era Tatiana Ciedlówky, la viuda del artista plástico valenciano Andrés Pérez Mujica. Una mujer muy meritoria nacida en Rusia, que entregó su vida a los Pérez Mujica y a Valencia.

No puedo asegurarlo, pero uno de los cuentos afirmaba que, a finales de 1911, cuando apenas tenía veinte años, conoció al artista valenciano en París y fue la modelo de una de sus obras más famosas, “La Bacante”. En aquella época, no conocíamos esa escultura, pero hoy en día, Valencia tiene dos gigantes copias de esta hermosa obra. La original no llega a los cuarenta centímetros, pero las conocidísimas réplicas adornan dos lugares de nuestra ciudad: el Museo al aire libre Andrés Pérez Mujica, en la avenida monseñor Adam de la urbanización El Viñedo, desde 1972 y, desde la década de los noventa, la plaza homónima, “La Bacante”, en la urbanización El Trigal. Ambas estatuas fueron vilmente mutiladas entre 2017 y 2018, pero ya descansan restauradas de nuevo en ambas plazas.

Tatiana Ciedlówky se casó con Andrés Pérez Mujica en febrero de 1915, ella de veintitrés años y él de cuarenta y uno. Pero un año antes, había estallado la Primera Guerra Mundial y, cuando Prusia invade París, se van a vivir España por un tiempo. Luego la pareja decide que lo mejor es irse a Venezuela. Pero antes, regresan a París, donde el artista tenía su estudio. La falta de un lugar para resguardar su obra escultórica, obligó a Pérez Mujica a destruir gran parte de ella, incluyendo piezas como, “El peleador”, “El coleador” y “El guitarrista”, conocidas hoy en día gracias a fotografías de las mismas.

Vivieron en Caracas y él se dedicó principalmente a la pintura, aunque también recibió varios encargos de esculturas que pudo llevar a término, a pesar de su delicado estado de salud. Una de estas obras fue “Jesús de la Buena Esperanza”, que está en la Iglesia de San José de Valencia.

Cuando la guerra estaba por finalizar, en 1917, regresaron a París, donde el artista se dedica a pintar paisajes, pero estaba muy enfermo. En 1919 lo hospitalizaron y a finales de ese año, ya más recuperado, regresan a Venezuela. Así, a mediados de 1920, se mudan a Valencia, donde fallece Pérez Mujica, en diciembre de ese año.

Su matrimonio solo duró cinco años. Y Tatiana Ciedlówky de Pérez Mujica no volvió a Europa sino para representar a su marido, como hizo en 1928, cuando llevó “La Bacante” a la exposición de la Société Nationale des Beaux Arts en el Grand Palais de París, donde la obra, con carácter póstumo, fue premiada con mención de honor y diploma. Lo más impresionante de ella no es solo haber amado a su marido, Andrés Pérez Mujica hasta su propia muerte, sino a todo lo que lo rodeaba, su familia, sus obras y su ciudad, Valencia. Sólo tenía veintinueve años cuando quedó viuda.

La obra de Pérez Mujica está detallada en diversos libros de arte y enciclopedias y su obra está repartida en varios lugares de importancia de Venezuela, entre los cuales está el “Museo de Arte e Historia de Valencia Casa de los Celis”, donadas por la propia Taña en 1970, cuando Henriqueta Peñalver inauguró el museo. También hay obras en el “Gabinete del dibujo y la estampa” de nuestra ciudad y en La Galería de Arte Nacional, además de otros lugares de importancia.

En 1972, Valencia y su presidente del Concejo Municipal de entonces, Juan Vicente Seijas, le rindieron homenaje al artista, abriendo el Museo al aire libre “Andrés Pérez Mujica” y colocando como figura central, la preciosa y enorme copia de “La Bacante”. Tatiana debe haber asistido, porque en esa época, estaba viva. De hecho, la volví a ver un día, a mediados de los setenta, ella ya de unos ochenta años; estábamos en la Iglesia Nuestra Señora de los Dolores, de los Salesianos, en la redoma de Guaparo, haciendo la cola para recibir la Comunión. Me encontraba mucho más atrás de ella y, muy pasito, le comenté a una prima que estaba conmigo: “mira, esa viejita linda que está allá adelante, es Taña Pérez Mujica, la Bacante”, que estaba tan de moda en esos años. Y Taña me escuchó, porque, a pesar de la distancia, se volteó muy seria, me miró y se sonrió.

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