Se autodescribe como una “viejita”. Reconoce que dudó que estaría compitiendo tanto tiempo. Pero, más allá de las dudas, Allyson Felix se presentó a sus últimos Juegos Olímpicos sin miedo a perder.
Y brilló una vez más en los 400 metros femeninos. No la medalla de oro, pero si un bronce que significa la décima medalla en su haber. Lucía radiante al subirse al cajón más bajo del podio en el Estadio Olímpico.
“Tantas veces, le daba toda la prioridad a estos campeonatos… No quería hacerlo en esta ocasión. He tenido que pasar por tanto. Siempre corro por el oro. Pero esta noche solo quería tener un momento de felicidad, pasara lo que pasara”, explicó.
La décima medalla olímpica de Felix rompió el empate con la velocista jamaicana Merlene Ottey, y ahora quedó igualada con Carl Lewis, quien ganó 10 preseas y estaba encumbrado como el atleta de pistas más laureado de Estados Unidos. Felix podría rebasar a Lewis el sábado en el relevo 4×400. Pero hay que esperar.
Por ahora, hay que hacer eco de la impresionante carrera de este viernes. Partió del puesto más solitario de la pista, la Calle 9, de dónde salen los que tienen menos opciones de victoria. Se cuidó de salir muy rápida, un instinto natural cuando no se tiene idea alguna por dónde va el resto.
Ejecutó una carrera casi perfecta. Y llegó un segundo y 10 centésimas detrás de Shaune Miller-Uibo, la bahameña que le quitó el oro hace cinco años en Río, cuando se estiró en la meta mientras Felix corría erguida.
Este bronce se da casi tres años después que Felix propició un debate sobre el trato que reciben la mujeres en el atletismo y en el deporte en general. Rompió su contrato con Nike, que descontaba pagos en los contratos de las mujeres que se embarazaban.
Y de hecho, ganó su medalla con unas zapatillas que ella misma diseñó para la compañía que fundó. Durante la semana, dio voz a un tema que encontró eco en Tokio: ganar no lo es todo.
