Después del estallido / Fotografía analógica / Luis Cabrera

Por: Luis Cabrera / @salteveneno

La estética, como definición, ha logrado la pervivencia a lo largo del tiempo sin importar las épocas o tendencias, pero los parámetros que la definen en el constructo social se van adaptando a los tiempos, evolucionan (o involucionan, de acuerdo a la percepción subjetiva del individuo), cambian, dialogan continuamente con la contemporaneidad.

Los dispositivos son un agente de cambio, sus virtudes y debilidades brindan nuevas posibilidades a los usuarios, reconfigurando estos el modo en que se aborda el acto fotográfico.

Por su parte, las redes sociales cumplen un rol complejo, pues son la vitrina de lo que se está desarrollando en un período determinado, y que de una u otra manera, los parámetros estéticos propuestos logran convertirse en tendencias. Por ende, intentan ser emuladas por otros usuarios, hasta que otra tendencia cobra más interés y se reinicia el ciclo.

El temor de hacer algo que no esté dentro de estos parámetros que definen la tendencia se hace cada vez mayor, por el riesgo a ser poco a poco invisibilizado por el algoritmo de la red social en que se esté compartiendo la imagen fotográfica. Y este escenario no es algo nuevo, antes eran las galerías, museos y editoriales quienes tenían ese poder de difundir o eclipsar.

Hay miedo de ser autor. Hay miedo de errar. Y este miedo obliga a no separarse nunca del cardumen. El caso de Robert Frank, quien en 1958 dio a conocer su estética al publicar el libro The Americans, le dio una bofetada a la estética de la fotografía directa norteamericana.

Instantáneas fortuitas, obstrucción del tema, luz deficiente, grano, fueron algunos de los recursos utilizados por Frank, y fue definido como fotopovera (fotografía pobre). Esa propuesta influenció a grandes exponentes como Michael Ackerman, Max Pam, Nancy Rexroth, Antoine D’agata, entre otros.

Para Clément Chéroux, esta definición de fotografía pobre no era del todo acertada, por lo que en su libro Breve historia del error fotográfico reflexiona sobre ello:

“Mucho más que fotografía pobre, convendría hablar de fotografía errante. Según la acepción más común errar consiste en ir de un lado a otro y dejar que sea el azar quien guíe nuestros pasos. Pero errar también significa arriesgarse a cometer errores. Errar es la forma en que vagabundea la serendipidad. Errar en fotografía consiste en estar dispuesto a acoger los accidentes como tantos otros pequeños milagros profanos, como verdaderas epifanías fotográficas.”




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