Por: Luis Cabrera / @salteveneno
La Inteligencia Artificial (AI) ha despertado interés y temor en una audiencia cada vez más amplia. Hay un halo de fascinación alrededor de esta tecnología, y cada quien tiene una opinión al respecto, tanto los que apuestan por su potencial como sus respectivos detractores.
Durante la llegada de lo que se denominó revolución industrial, las máquinas representaron un enemigo directo para la fuerza laboral. La inversión en maquinaria auguraba una mayor eficiencia y menores costos, convirtiéndose en una rentable alternativa para los empresarios, por lo que progresivamente los procesos fueron cada vez más automatizados.
Ahora la historia en su continuo espiral vuelve a presentarnos este dilema social, económico, y tecnológico, gracias a la AI. En esta oportunidad son otros los puestos de trabajo que se sienten amenazados por la automatización, en donde incluso pareciera que el ser humano perdió el monopolio de la creatividad.
Una de las puertas que se han abierto a la AI en materia creativa es el arte. Ya se habla de “Arte AI”, piezas generadas desde la inteligencia artificial, con poca o ninguna asistencia humana.
La fotografía no se ha escapado a este fenómeno. La imagen sintética, esa imagen que es el resultado de un algoritmo y que carece de propiedad testimonial, se ha ido filtrando en nuestra cotidianidad sin darnos cuenta. Solo para probar que puede pasar desapercibida, que también puede ser validada por las masas como algo real.
Son muchas las oportunidades de sacarle el mayor provecho a esta tecnología, tenemos el precedente de la revolución industrial, pero también hay unos riesgos inherentes a los que mantenernos atentos.
El reto fundamental es plantearse las preguntas correctas. La curadora y escritoria Joanna Zylinska lo planteó durante una entrevista que le hicieran acerca de su libro AI Art: Machine Visions and Warped Dreams (AI Art: Visiones de Máquinas y Sueños Deformes):
“Mi objetivo era interrogar este término y explorar la confluencia de ideas, creencias y fuerzas sociopolíticas detrás de él. Y para hacerlo, quería ir más allá de la mera pregunta acerca de si el computador puede ser creativo o no. Cuando la gente piensa en la IA y en el arte generado por computadoras, esta es la pregunta que a menudo se plantea. Si bien el libro intenta responder esta pregunta, también intenta mostrar por qué no es la mejor pregunta que nos podemos hacer y que de hecho no nos lleva muy lejos. En su lugar, propongo realizar otras –y más adecuadas– preguntas acerca del arte IA: ¿debería el uso reciente de la IA en la creación y la curatoría de imágenes animarnos a formular algunas preguntas más amplias sobre el propósito mismo de la producción artística? ¿Nos anima a cuestionar una vez más para qué sirve el arte? ¿Para quién existe? ¿Quién es hoy el artista? ¿Cuál es la naturaleza del mercado del arte y de la institución artística? ¿Pueden la tecnología y la IA desafiar esto de alguna manera? ¿La IA crea nuevas condiciones y nuevas audiencias para el arte? ¿Y cómo será el arte después de la IA? ¿Para quién será? “