Por: Luis Cabrera / @salteveneno
Vivimos inmersos en una época dominada por la inmediatez, que emerge como paradigma a través de las distintas redes sociales. El usuario está dispuesto a invertir cada vez menos tiempo en aprender a realizar una tarea, un oficio, incluso hasta una disciplina.
La profesionalización no es un fenómeno del pasado. Todo lo contrario, está vigente y resulta necesaria. Enmarca lo técnico, lo académico, lo ético. Hace del estudiante un ciudadano integral con conciencia de su contexto social.
Las redes sociales y los tutoriales que se pueden encontrar en ellas son una herramienta muy útil en el adiestramiento. Le permiten al usuario obtener una guía audiovisual sobre alguna tarea de forma didáctica y en poco tiempo. Sin embargo, la capacitación y la formación son conceptos que se escapan de su alcance.
Las instituciones educativas son las garantes de que se disponga de las condiciones necesarias para el proceso de aprendizaje. Sus aulas son los laboratorios académicos de los ciudadanos que marcan la dinámica de la sociedad. Por ello, el componente ético es imprescindible.
La sociedad, el mercado, se entrelazan. Esa amalgama se ve influenciada directamente por la tecnología que avanza a pasos muy acelerados en comparación a otras décadas. El estudio y la investigación nos permiten mantenernos actualizados y atentos a estos cambios, apostando por ser competitivos sin perder vigencia.
Atacar los modelos educativos reduciéndolos a un esquema primitivo y arcaico es una estrategia (tendencia para algunos) propia de aquellos que desaprueban sin fundamentos la rigurosidad propia de la academia, su disciplina, y valores éticos. Volver a la presencialidad académica después de este período de oscurantismo es un bálsamo para una sociedad que demanda ciudadanos comprometidos con su bienestar y crecimiento.
