Por: Luis Cabrera / @salteveneno
Desde su creación, la fotografía ha llevado consigo el estigma de la veracidad. Fue considerado un procedimiento que restituye de la naturaleza una imagen de parecido casi exacto. Y esto no es del todo cierto. Podríamos inferir que hay dos corrientes: la fotografía directa donde la imagen carece de preocupación por una interpretación y pretende ser una representación fiel de la realidad, y en contraposición tenemos a la fotografía artística, más ambiciosa, con aspiraciones a ser percibida como una forma de arte autónoma.
La posición que se ha ganado la fotografía en la percepción social como una disciplina artística, lo ha logrado gracias a ese distanciamiento respecto al paradigma de la fotografía directa y su preocupación inherente por el parecido literal. El arte no reproduce la naturaleza, no puede basarse en convertirse en una servil y vana copia de la cuestionada realidad.
El autor Jean Guichard-Meili, nos invita a reflexionar profundamente al plantear: “¿Se puede negar al arte de hoy concordar con tales visiones de la realidad o que se una a ellas? Si lo hace así, ¡por qué llamarlo menos surrealista que el que se atiene a la observación de la delgada película de las cosas, el de un Courbet mofándose: si queréis que pinte ángeles, mostrádmelos”.
La imagen que genera un software de Inteligencia Artificial (AI) es solo una reproducción de una escena que no sucedió, o la reinterpretación de algo que sucedió y que fue replanteado siguiendo las instrucciones del comando transcrito por el usuario. ¿Acaso no podría considerarse arte? La historia nos ha demostrado que los cuestionamientos son cíclicos.
Algunos escépticos identifican a este momento contemporáneo como el umbral de la muerte del artista. Charles Baudeliere en su poema CXXIII de Las Flores del Mal, titulado La muerte de los artistas escribe:
¿Cuántas veces tendré que agitar cascabeles
y besar tu ruin frente, taciturna parodia?
Para dar en el blanco, que es un místico afán,
¿cuántas flechas mi aljaba tendrá aún que perder?
Bajaremos nuestra alma en conjuras sutiles
y echaremos abajo armazones pesados
hasta que contemplemos a la ideal criatura
de infernales deseos que nos mueve al sollozo.
Hay quien nunca logró conocer a su Ídolo,
escritores malditos con un signo de afrenta
que la frente y el pecho se golpean en vano;
sólo esperan un raro Capitolio sombrío.
Que la Muerte en la altura, como un sol nunca visto,
haga abrirse las flores que contiene el cerebro.