“Aquí no es bueno el que ayuda sino el que no jode, acuérdese…” Ricardo Arjona

La perniciosa incontinencia verbal sigue siendo el hobby preferido de los advenedizos digitales; esos necios que juegan a la política, mientras la necedad les impide ver la diversa y compleja realidad del país que reclama con urgencia cordura, compromiso y talento. Parece que la necedad resulta más fascinante que la inteligencia; la inteligencia tiene límites, la necedad resulta infinita. No hay argumentos, sino lo viral de las imágenes; no se tiene una trayectoria, sino el atrevimiento y la temeridad de la improvisación, o una gran cantidad de likes por alguna ocurrencia o chistosa peripecia. Ahora se expande esa especie de cizaña virtual en nuestras redes o grupos de “amigos”, donde los “me gusta” van con una inocultable carga de arrechera y al compartir los “hashtags” se evidencia una pesada carga de beligerancia. Y es que escribir no es tan simple como parece, pues al hacerlo, podemos comunicar mucho más de los otros entienden y mucho menos de lo que pretendíamos expresar. Si resulta inevitable el ciber-chisme, sería bueno que intentasen difundirlo un ápice de talento intelectual, con cierto destello de ironía y del humor, para que algo quedase de estas refriegas digitales.

Lamentablemente, esta nociva dinámica se contagia cual pernicioso COVID entre parte del estamento político que sabe que su cuarto de hora ya pasó y cierta incauta ciudadanía, retroalimentándose y generando la crispación y el desencanto que no ayuda en esta etapa donde se requiere la información precisa acerca del acontecer real del complejo momentum político.

Por tal razón, a pesar del empeño mediático y de todos los esfuerzos retóricos, los empecinados vendedores de la infértil cizaña no cosechan sino fracasos, pues sus procederes se suelen manifestar en la incapacidad de transcender el presente inmediato, de prever el futuro y valorar las consecuencias de sus actos.

Suficiente la plañidera, el reclamo mal intencionado y hasta mal direccionado, el anticipado pesimismo, así como también con la prolongada catarsis de muchos y la desconfianza de otros.

Que tal el darle un descanso a la manipulación, la tergiversación y el falseamiento de la realidad, que suele crear una maraña confusa de comentarios, cuando lo lógico debe ser darle suficiente espacio a la reflexión, a la auto-crítica, al sensato análisis y al diagnóstico, que nos permita medir que puede flexibilizarse y que debe radicalizarse.

Los improvisados y necios, lo enseña la historia, sólo confunden y desilusionan; de ahí que un resentido o un obcecado pesimista no le sirvan a nuestra cívica tarea de recuperar nuestra democracia y con ella, nuestro país.

El dilema que se nos presenta se puede encontrar, además de la ruindad del régimen, en la orfandad de gente sería, de una ciudadanía enterada que no sabe qué decir, no encuentra que pensar, pues se nutre de la más notable encarnación de la necedad.

Hoy, una vez más, se hace necesario evitar que nos devoren las pasiones políticas, o las confusas estrategias políticas desacertadas. El pensamiento y la acción política de este momento tienen, ineludiblemente, que acercarse a los ciudadanos, a sus sentimientos humanos y a sus problemas cotidianos, pero no puede apartar las consideraciones que combinen la técnica con la esperanza, el esfuerzo con el sacrificio y la praxis con las bondades que acumulen capital social. La impostergable regeneración de la vida política requiere la vuelta a las ideas y a los valores, recuperando así el auténtico sentido de la participación y la confianza.

No queda espacio para más equivocaciones. No se trata del estribillo de una monótona canción: Con las Primarias estamos iniciando un nuevo trayecto y sólo a través de una labor verdaderamente comprometida, apostando al mañana y no quedándonos en la obsecuencia del pasado podremos avanzar en ese futuro que anhelamos y le debemos a nuestros hijos. Lo repetimos de nuevo: Aquí cabemos todos, hay espacio para cada quien y cada quien es importante y necesario para rescatar el país, sus instituciones y su futuro.

Manuel Barreto Hernaiz




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