Calor de marzo, sopor de sequía, aunque acontece todos los años nos sorprende nuevamente. Mañana azul, cielo despejado, sol brillante, esplendido, radiante, generoso de luz.

Emprendo mi ruta citadina. Solo días atrás los ojos ardían por la candela en los cerros, con la calima y el humo, la ceniza y el polvo. La ciudad se calma en los inicios de Semana Santa, es el cumpleaños de esta vieja señora de 469 años.

De pronto explosión de color frente a mí, sin esperarlo se precipita el evento cromático. Floración de Araguaneyes llena de color el escenario urbano. Copos de miel que recuerdan florecimientos anteriores, siempre anunciando cambios, siempre despertando esperanzas, como ha sido el anuncio de la alianza sellada por dos mujeres valientes que ilusionan a millones y mueven al país. Tiempo de florecer de nuevo, aun en este marzo seco que corre a entregarse a un nuevo abril de primavera venezolana.

Y me quedo contemplando la belleza del Araguaney, del Araveney caribe,  de este Guayacán bonito. Vuelve erguido después de permanecer inadvertido, olvidado en el verdor. Luego de desvestirse de hojas ahora se presenta con su mejor gala trajeado de oro de la riqueza del suelo que lo nutre y sostiene. Y me llama, me habla su esplendor, me grita la exuberancia de su color. Ha vuelto con la esperanza, vuelve como la vida misma.

Estará allí después que sus flores caigan, cuando se vuelvan parte de la tierra o las lleven los bachacos a sus profundidades. Y cada año volverá a florecer como vuelve la luz cada día, cuando regrese marzo, con su calor y claridad.  Estará de fiesta por pocos días, dejando que las abejas y las avispan peleen y se confundan en su orgía de néctar y polen. Luego pasará inadvertido hasta la próxima sequía, cuando volverán sus capullos amarillos, cuando esté desprovisto de hojas, desnudo de nuevo, porque siempre regresará la sequía, porque nuevamente llegará la lluvia, porque siempre volverán las flores.

Araguaney de mi ciudad, floración de oro, capullitos de miel, inspira la causa de nuestra liberación, llena de esperanza los corazones rotos por la tristeza que dejó la diáspora de amores y sueños. Déjanos el recuerdo de tu belleza cuando el calor seque la garganta y el sudor de la frente se mezcle con la lágrima de algún poeta que sufra ausencias de musas y versos.

Así volverá el sentimiento profundo y sincero que nos une a este valle del Cabriales, con sus aromas y matices, con sus cerros y quebradas, reeditando anhelos de servir y hacer grande a esta noble ciudad, porque siempre volverán los araguaneyes a dejarnos su color una y otra vez, antes del encuentro definitivo con los justos que se fueron antes y que esperamos tener con la bendición de Dios y de nuestra Señora del Socorro.

LUCIO HERRERA GUBAIRA.

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