Cuando el proceso político actual transita ya por su vigésimo quinto año de gestión y las condiciones generales del país se mantienen en franco deterioro, no podemos menos que preguntarnos, ¿a qué se deben los recientes acontecimientos suscitados dentro del sector oficial?

Sin dudas que aquella vieja consigna nacional de ¿hasta cuándo Gómez? está hoy más vigente que nunca. Aquel gobierno dictatorial de hace más de un siglo y que duró 27 años se estableció con el lema de “paz, unión y trabajo”; este con una copia poco original de “patria, socialismo o muerte”. Cuando se murió el líder cambiaron el lema y siguieron adelante, a la muerte.

Un cuarto de siglo ha bastado para destruir una de las mayores industrializaciones de américa latina, del Río Bravo hasta la Patagonia, significativos avances en salud, educación, electrificación y dotación de agua en todo el país y, en general, los marcados avances que hicieron de Venezuela la gema “en vías de desarrollo” de todo el continente. Todavía quedaba mucho por hacer, sin dudas, pero más bien escogieron deshacer. Hoy, mucha más gente vive triste, oyendo la lluvia en sus casas de cartón.

El apoyo público a la democracia perdido en el más absoluto desinterés, la economía derruida, migración multimillonaria, sanciones internacionales a instituciones y personas, la antes majestuosa PDVSA y sus filiales mermadas y en vergonzoso estado de mora con sus acreedores, nuestro pasaporte rechazado y una larga lista de otros logros similares son quizás la razón del montaje actual.

En otros malos momentos políticos este hábil equipo de gobierno ha sabido elaborar unos esplendorosos planes mediáticos de distracción popular. Por ejemplo, voltear el caballo en el escudo nacional no resolvió ningún problema social, otra estrella en la bandera tampoco generó mucho empleo productivo, ni cambiar el nombre del país o dedicar meses a hacernos creer que el muy mantuano Bolívar era mestizo y narizón. Vargas ahora es La Guaira, el Ávila lo mientan con no sé qué adefesio, y tantos otros ejemplos de trapos rojos.

Nada de ello fue para nada relevante, más allá del obsoleto y trasnochado empeño populista de tratar de cambiar la historia patria para refundar la República. Pero sí que logró distraer y mucho la atención de los problemas sociales, económicos y demás. Tal como lo fue por ejemplo la invasión de Las Malvinas, una abominable distracción que por momentos unió a los argentinos.

Ahora el oficialismo nos habla de corrupción interna, cosa que ya todos sabíamos hace exactamente 25 años. Por cierto, parece que la detectaron justamente el mismo día en PDVSA y en la CVG, asumimos que por una muy extraña coincidencia. O quizás si estaban al tanto desde siempre pero fue ahora cuando decidieron actuar, eso nunca lo sabremos.

Han desmantelado una importante red de corrupción, siendo todos los involucrados fichas conocidas de un cabecilla del proceso, pero éste está desaparecido en acción y ante la insistencia de los periodistas acerca de la situación del jefe, la respuesta institucional es que no pueden comentar sobre investigaciones en curso. Curioso, ya que ellos mismos sí que han comentado generosamente sobre todos sus opositores.

Vamos entonces, quizás, a nuevas negociaciones gobierno-oposición y a un proceso electoral con una enarbolada bandera anticorrupción. Por más que suene risible, ante los cuantiosos símbolos externos de riqueza, incluidos los ferraris y los jets, las cuentas bancarias en Andorra y los apartamentos en Dubai, por todo lo que creemos que sabemos y que apenas nos enteramos cuando los apresan afuera y cantan, y por lo que reporta a diario gente como Armando.info y otros portales noticiosos similares.

Todo apunta a una habilidosa estrategia comunicacional muy bien orquestada, sacrificando solamente los actores secundarios para distraer la atención y crear una falsa sensación de moralidad, con el firme propósito de cambiar para no cambiar. Introducir cambios para seguir igual. Aun cuando el Dr. Carlos Blanco, reconocido analista político y profesor universitario opina que los trapos rojos no son meras distracciones, sino la manera en la que el torero conduce el toro a la muerte. Patria, socialismo y muerte. Por eso no dejo de recordar la vieja consiga, ¿hasta cuándo Gómez?




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