“Cuando los hombres se ven reunidos para algún fin, descubren que pueden alcanzar también otros fines cuya consecución depende de su mutua unión.” Thomas Carlyle

Ya se aproxima el momento del derrumbe tanto de este régimen, como de los mitos que le sustentaron. Ya los venezolanos se despertaron a la realidad de un país sumido en el caos y la corrupción, con imbatible inflación y en la penumbra total; un país en emergencia social y con urgencia moral. Veinticinco años de odios y resentimientos, de decadencia, mentira e ineficiencia ininterrumpida. Eso es lo que hemos soportado los venezolanos que nunca nos dejamos atraer por esos desentonados cantos de sirena y que una vez que este parapeto de gobierno finalice su estrepitosa caída que ha de ser tan meteórica y tan drástica como su ascenso, nos dedicaremos a la reconstrucción que clama y se merece nuestro carajeado país.

Ha llegado el momento del despertar de esa horrible pesadilla, y de apartar ese espejismo de atraso para llegar al realismo – que no “mágico”- y de repensar la inserción de Venezuela en el Siglo XXI, que nos ha dejado atrás lo que lleva de vida. Y para tal cometido (tal como lo apuntaba Francis Fukuyama, palabras más palabras menos) se requiere más libertad de organización para las empresas privadas y menos compañías del Estado para evitar la corrupción. Y arrancando ese periodo de transición, habrá que aupar la transacción; esto es, el cumplimiento de los contratos entre particulares, entre empresas, y entre éstos y el Estado. Que los agentes económicos puedan actuar disminuyendo costos.

Para esto debe terminarse con la corrupción en el sistema judicial. Hay que poner fuera a abogados y jueces corruptos. Que en la sociedad existan valores y normas compartidos; es decir, que haya una ética, una sola moral, para el trabajo, la producción, el comercio, la política, la cultura. Que si el juez no es honrado, que, si el líder político no actúa conforme a sus compromisos, sepa que está violando principios morales que la sociedad condena y que por ello será penalizado de alguna forma.

No hay reunión de más de dos personas, ni grupos de “chats” donde no aflore, con sentida preocupación, la urgente expresión: ¿Por dónde empezar? Necesitamos, como punto de partida – y como seguramente ya lo han previsto – el conocimiento profundo del ciudadano, sus motivaciones, emociones, esperanzas y expectativas; sus anhelos y preocupaciones. Sus sentidas y reales necesidades, lo que le preocupa y lo que espera; sus atavismos, su nivel cultural (¡Ojo! NO el que nosotros creemos que sea)

Para empezar a construir un país de verdad, para salir del atolladero en que nos encontramos de una manera eficiente, con alternativas viables y con la rectitud que se merece una nación que viene de ser ultrajada, se hace ineludible abordar el problema de complicidad subyacente en buena parte de la sociedad venezolana, ventilando públicamente los problemas que acarrean, han acarreado y se prestan a acarrear los grupos de presión nunca alineados con el interés general. Sobran los ejemplos de esa perversa complicidad entre decisores o gestores públicos y entes del sector privado quienes, basados en sus credos o convicciones personales, promovieron políticas públicas que dieron al traste con el normal desenvolvimiento de correctos asuntos financieros y con la incipiente competencia que se veía a finales del pasado siglo.

Más que plantear un enfrentamiento ideológico – de lo que realmente, estamos hasta la coronilla – lo que se espera es un proyecto que represente las reales y sentidas necesidades sociales del país en estos tiempos. Que convenza a la ciudadanía de la necesidad de construir el clima de certidumbre y tranquilidad interna, de comprometer nuestras acciones y visiones, para que prive esa tranquilidad y sosiego en todas las familias venezolanas. Nuestra tarea y responsabilidad, así como el compromiso de todos los ciudadanos de buena voluntad, es consolidar y promover las interacciones que sean necesarias. Esa debe nuestra prioridad absoluta: la gente, la sociedad. Solo desde el compromiso se podrá constituir un poder capaz de forzar la realidad a un cambio

En Venezuela estamos echando de menos la existencia de estadistas con visión de futuro; y, sin duda alguna, esa dupla de Edmundo y María Corina está lista para emprender esa ardua labor. Especialistas en planificación hay muchos y muy buenos, tienen años mostrando la ruta conveniente, a través de análisis basados en el raciocinio y los exhaustivos estudios que les han permitido presentar planteamientos en las áreas monetaria, fiscal, petrolera, social, constitucional, educativa , de salud, agrícola y moral.

El próximo gobierno deberá ser un gobierno de restauración en varios sentidos. De restauración moral, en primer lugar; de restauración institucional, en segundo lugar y de restauración económico y social, por último. Esperemos sea un gobierno progresista y obligatoriamente austero, que propicie un país emprendedor y competitivo y lo lograremos si privilegiamos, fundamentalmente, la educación, y si revalorizamos la cultura del trabajo. Sin mitos, fantasmas ni fantasías.

¡Ah! Pero no podemos olvidar que la forma para comenzar con el cambio que merece el país, es mediante una incuestionable y rotunda victoria electoral el próximo 28 de julio, histórica fecha en la que Venezuela cuenta con tu decidido apoyo y participación. Manuel Barreto Hernaiz




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