Vienen las elecciones presidenciales. Serán el 28 de julio próximo, según decidió el régimen en reunión con varios alacranes y un grupo de opositores de teflón. Se le dieroninstrucciones oportunas al CNE para que publicara un cronograma medio enredado y con tiempos bien cortos que pusieran a correr a los opositores, a los votantes y a unos eventuales observadores que serían invitados de última hora y que no se sabe si tendrán tiempo de estar presentes, si los dejarán observar o cómo será el asunto.Para actualizar el registro electoral en Venezuela y el exterior el período se fijó en un mes escaso, del 18 de marzo al 16 de abril, a pesar de los millones de ciudadanos que tienen pendiente su registro, especialmente en el exterior. La postulación de candidatos será del 21 al 25 de marzo y la campaña tendrá lugar del 4 al 25 de julio.

Así van las cosas en esta mal llamada V República, y con eso tienen que lidiar los venezolanos que quieran salir del chavismo con votos: un 80% de la población, para ser más precisos y de acuerdo con encuestas recientes. Por supuesto que nadie en su sano juicio espera unas elecciones libres, competitivas y transparentes, pues el simple hecho de que la candidata unitaria y mayoritaria de la oposición esté tramposamente inhabilitada le quita cualquier rastro de limpieza a estos comicios convocados de manera irregular y con piquete al revés. Pero eso, hasta ahora, es lo que hay, y con eso habrá que salir al campo a jugar un partido en el que se apuesta el futuro del país,el de sus hijos y muy probablemente el de sus nietos.

No lo tiene nada fácil la democracia. Estamos ante el enfrentamiento de un régimen sostenido por la fuerza y el monopolio del poder contra un colectivo sin armas, parado solamente en su abrumadora superioridad numérica. En las peleas entre piedras y cañones normalmente estos últimos son los que ganan, como le dijo en una entrevistaIsaiahBerlin al mexicano Enrique Krauze, hablando de los bolcheviques: “una minoría dura frecuentemente triunfa sobre una mayoría blanda”. Pero esto no tiene que ser un dogma de fe, ni la victoria hay que cantarla el mismo día de la pelea ni el colectivo tiene que estar abandonado a su suerte y sin aliados de peso. Con la suficiente inteligencia y el manejo preciso de las acciones, las alianzas y los tiempos –el timing es clave en una contienda como esta- se puede avanzar mucho y se puede debilitar al rival para dejarlo con el golpe adentro y sin muchas reservas de oxígeno.

Una circunstancia de las elecciones venideras es que la abstención dejó de ser una alternativa válida, en vista de las condiciones particulares que se han venido estableciendo en los últimos dos años. Desde el momento en que se anunciaron las primarias, en 2022,hasta que el candidato opositor se escogió con el sufragio de más de dos millones de personas, quedó decidido, tanto por el liderazgo político como por el soberano, que la ruta electoral era el camino que había que seguir. La inversión electoral de la oposición ha sido muy alta y ha rendido muchos y muy variados beneficios para abandonarla a estas alturas. Aún si el régimen llegase al extremo de suspender las elecciones y dar un enésimo golpe de Estado, el avance logrado por las primarias no podría deshacerse y el chavismo perdería el capital que ha puesto en dibujarse como una democracia con respaldo popular. Después de todo, y por alguna razón metafísica e inexplicable, no hay nada que le guste más a un dictador que el que lo llamen demócrata.

La oposición, por primera vez en su historia de 5 lustros, tiene el respaldo de una mayoría evidente y abrumadora, ratificada por encuestas y por multitudes en la calle, e impermeable a los candidatos esquiroles que pretendan sabotear la ventaja. Y esto significa que al régimen le quedan muy pocas opciones distintas a hacer trampa o darle una patada a la mesa o las dos cosas a la vez. Vendrán maniobras y arbitrariedades cada vez más atrevidas y abiertas de parte del poder oficial, pero su condición de exigua minoría también significa que los chanchullos tendrán que hacerse a la vista de todos, al descampado y con prisa. Y con el apuro vienen los errores que puede capitalizar el que esté dispuesto a caminar hasta el final, sin titubeos ni pasos en falso.

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