En días pasados, mientras esperaba a un colega en una cafetería de Monterrey, me tocó escuchar una discusión entre dos personas que se sentaron en la mesa de al lado. Asumo que llevaban un buen rato en el intercambio, porque nomás instalarse en la silla el primero de ellos, un hombre cuarentón con un inconfundible acento venezolano, soltó esta perla (la cuento como la recuerdo):

-La catástrofe que vive América Latina, Carlos, no es por la llegada al poder de la izquierda radical; la tragedia viene de mucho antes, y no es otra que el fracaso de los gobiernos –sobre todo los democráticos- en dar educación y fomentar el crecimiento de los ciudadanos para que no sean manipulados y engañados por populismos y vendedores de jarabes mágicos.

Carlos respondió con calma y en voz pausada, lo que me obligó a afinar el oído para seguir el hilo de la conversa:

-Mi querido Antonio, no hay que olvidar el fracaso de la gente en educarse, informarse y asumir valores democráticos. No todo es culpa de los gobiernos. Los ciudadanos tienen deberes y al final del día son responsables de buena parte de lo que les sucede.

-Pero es que tú no puedes exigirle a un adulto que se comporte civilizadamente si cuando niño no le enseñaron modales y valores. La sociedad es el resultado de lo que los gobiernos han querido que sea. En estas tierras, los que mandan han fabricado sociedades dependientes y no pensantes, muy a su conveniencia.

-Pues yo creo que la realidad es exactamente al revés. Los gobiernos son el resultado de lo que las sociedades han querido que sean. Una nación es mucho más grande –y debería ser mucho más poderosa- que cualquier gobierno.

-Claaaro;¿no ves que la gente quiere tener gobernantes corruptos, que no cumplen nada de lo que prometen, que violan las leyes y secuestran las libertades? ¿Eso es lo que quiere el pueblo? Ahora resulta que la víctima es la que tiene la culpa.

-Pues no. Puede que el pueblo no quiera tener unos malandros de gobernantes, pero sí es responsable de permitirlo y hasta de fomentarlo ¿O es que Chávez se ganó la presidencia en una rifa? Las cargas –por no llamarlas culpas- son compartidas. Mucho más si estamos hablando de una decisión colectiva que fue tomada en democracia.

En ese preciso momento llegó la persona que yo estaba esperando y me metió por una de plan de negocios y proyecciones de ventas que me impidió seguir el curso de la discusión entre los dos paisanos (ambos eran venezolanos; casi puedo apostar que un oriental y un caraqueño). Salimos del café y allá se quedaron Carlos y Antonio, quizás excavando en sus mochilas ideológicas para reforzar posiciones. Y uno se pregunta si los argumentos que cada quien defendía no están en el fondo de lo que alguien ha llamado el péndulo latinoamericano: por una parte, las sacudidas hacia un extremo y otro que dan muchos de los países de la región cuando los mandatarios no cumplen con la tarea de hacer felices a sus gobernados, y por la otra la falta de sentido autocrítico que tienen las sociedades cuando meten la pata una y otra vez –con la excusa de cambiar todo para ver si algo cae de pie-y eligen a lo peor y menos capaz para que administre las funciones de gobierno.

La externalidad, ese rasgo psicológico asociado a la baja motivación de logro que provoca la percepción de que el origen y la solución de las cosas están fuera del individuo y más allá de su control, se encuentra detrás de los argumentos de Antonio. Cuando afirma que los gobiernos “fabrican” sociedades a su conveniencia para que no piensen y se dejen engañar se niega una de las premisas fundamentales por la que existe la democracia: aquella que establece que los pueblos saben gobernarse, son responsables y saben distinguir el gato de la liebre.




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