Desde mi balcón/Carlos Gardel se presentó en Valencia

El 25 de abril de 1935, a las 11:07 de la mañana, a bordo del vapor Lara, procedente de Puerto Rico, arribó al puerto de La Guaira, El Zorzal Criollo, Carlos Gardel. Más de tres mil personas lo esperaban desde temprano en el muelle venezolano. El evento lo transmitió impecablemente, de manera improvisada, sin guion alguno, el joven valenciano Abelardo Raidi, por la emisora Broadcasting Caracas.

Almorzaría en el Hotel Miramar y luego tomaría el ferrocarril que lo dejaría en Caño Amarillo, en Caracas.

Se comenta que, la multitud que fue a recibirlo, no pudo soportar que lo trasladaran en un automóvil de capota de lona cerrada y, con navajas destrozó el techo del carro, para no dejar de verlo. Por esta razón, Gardel se trasladó hasta el Hotel Majestic, a pie, acompañado de ese eufórico público caraqueño.

Al día siguiente, 26 de abril, comenzaba la gira en Caracas, en el Teatro Principal. Los precios de las entradas fueron seis bolívares patio, cuatro bolívares balcón y galería dos. En esa época la divisa estaba a tres bolívares por dólar, por lo cual, muchos admiradores optaron por esperarlo a las afueras del teatro, para al menos verlo, aunque no pudieran escucharlo.

Valencia lo esperaba con ilusión, pero Gardel enfermó y tuvo que suspender su gira, guardando reposo del 28 de abril al 5 de mayo. Sin embargo, al mejorarse, realizó ocho actuaciones en el Teatro Principal, la última de ellas la hizo el 9 de mayo y solicitó que se bajara el precio de Galería a un real, es decir a la mitad de un bolívar, para que las personas de escasos recursos también pudieran verlo. Todos los conciertos llenaron el teatro.

Hasta el 13 de mayo se presentó en Caracas y cerró con broche de oro, visitando la emisora Broadcasting Caracas, emisora que le pagó a Gardel 1.500 bolívares por su actuación, que, para la época, era mucho dinero.

Continuó la gira por el país, cantó en La Guaira y La Victoria. Luego cantaría en Maracay, en Valencia y finalizaría en Maracaibo y Cabimas.

En Maracay se presentó por invitación del presidente de Venezuela, General Juan Vicente Gómez, en el Hotel Jardín, y los tangos que cantó en su honor, se prestaron a doble interpretación, pues hubo quien lo tomó, como que lo llamaba viejo y enclenque, con sutileza y encanto. El General le pagó 10.000 bolívares que Gardel presuntamente donó a un grupo de venezolanos exiliados en Curazao.

Llegó el día, 17 de mayo de 1935 y toda Valencia lo esperaba con ansias. La multitud era algo sorprendente. Todas las entradas se habían vendido, el Teatro Imperio lucía como nunca. Estaba completamente lleno mientras en la calle, la frustración y la impotencia se peleaban, apostando ver, así fuera de lejos, al Morocho del Abasto. Y arribó el “Divino Carlos”, como lo llamó algún periodista. Sus acompañantes le abrieron camino en la multitud para darle paso. Sorpresivamente, un ser irreverente, un personaje de los que nunca faltan, aprovechó que el ídolo pasaba a su lado para tocarle el trasero.

Unos pocos se percataron del hecho, otros no, pero el malestar se sintió; por eso a muchos les extrañó la reacción del cantante sureño. Ese ser admirado por tantas, tierno amante de ilusiones, que reflejaba en su voz tanta paz, se volteó hacia el insolente y le dio un golpe en la cara que debe haberlo noqueado. Para desgracia del insolente, en el momento en que intentó responder al golpe que había roto su nariz, los admiradores presentes, le regalaron una extraordinaria paliza.

Carlos Gardel, por su parte, como si nada hubiera pasado, con su sonrisa inmortal, ajeno a toda situación irregular, se sacudió, revisó que su cabello no estuviera fuera de lugar y entró al escenario en medio de fuerte ovación. Así recibió Valencia al Morocho del Abasto.

Mucha gente piensa que fue el Teatro Municipal, el lugar que recibió al Rey del Tango, Carlos Gardel, pero el Teatro Imperio, que también tenía su importancia para la Valencia de antes, según testigos del hecho, fue el sitio que hizo que los valencianos lo escucharan en vivo. Es una lástima el deplorable estado en que este histórico recinto, se encuentra hoy. Ojalá algún día lo restauren.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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Ramón Villafañe y nuestro Betamax

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