Egresé como periodista en la ilustre Universidad del Zulia en mayo de 1999. El año anterior, durante el mes de agosto para ser más preciso, inicié mis pasantías en El Carabobeño, mi escuela como reportero. Los jóvenes que nos formábamos en el Zulia anhelábamos ingresar al diario del centro. Además de la estabilidad laboral que ofrecía, El Carabobeño era y sigue siendo sinónimo de credibilidad y respeto por las audiencias que consumen información. Así que formar parte de El Carabobeño fue una meta cumplida y un gran impulso en el ámbito profesional.

Hoy me uno al júbilo que embarga a todos los que formamos parte de esta historia. En mi caso particular, trabajé como periodista en el diario hasta noviembre de 2004, cuando decidí probar otras formas de comunicación social y dedicarme cien por ciento a la docencia universitaria. Sin embargo, mis roles como profesor y gremialista siempre me mantuvieron unido a esta empresa cuya impronta llevo con mucho orgullo. En la actualidad soy columnista y me mantengo atento a lo que ocurre con mi casa, si mi casa, porque los que recorrimos esos pasillos de la redacción durante años, hicimos de El Carabobeño nuestro hogar y de nuestros colegas, una verdadera familia.

De El Carabobeño siempre recordaré el apostolado de sus jefes por la búsqueda incesante de la verdad, siempre respetando la dignidad humana. Don Salvador Castillo vigilaba cuidadosamente todo lo que se publicaba. Nos recordaba que una vez hecha pública una noticia, no hay forma de recogerla.

He aquí la relevancia de revisar muy bien todo lo que se escribe, pues el impacto ante la opinión pública es incalculable. Lecciones básicas de periodismo que ocurrían en esos espacios en los que a pesar de la velocidad con la que debíamos escribir, siempre hubo tiempo para el cafecito de las tardes y las tertulias con los maestros Alfredo Fermín y Raúl Albert, quienes nos hicieron vivir momentos épicos en la redacción. Conocerlos me hizo muy afortunado- Seguro estoy que, desde el cielo, prosiguen con sus charlas y arrancan más de una carcajada hasta al propio San Pedro.

Los que les cuento me trajo recuerdos y lecciones que se mantienen vigentes hoy más que nunca. “Ante las dudas absténgase”. Esa frase me la repitió en diversas ocasiones Víctor Ostá, temido por los periodistas más jóvenes, pero en el fondo lo hacia con la intención de seguir formando, porque El Carabobeño, ante todo, era un espacio de aprendizaje y socialización de conocimientos sin mezquindad.

Otras lecciones provenían de Chichí Hurtado, de quien aprendí durante mi paso por la redacción deportiva, que un periodista ante todo es un ser humano, que vive, siente y a veces padece. De Chichí también me quedó el ímpetu por asumir retos con disciplina, responsabilidad y, sobre todo, amor por lo que hacemos.

Mi paso por El Carabobeño me hizo recordar amistades que me hicieron sentir en familia. Mis amistades y gente cercana saben que soy del estado Mérida, así que en este diario me adoptaron varias madres. La primera, Basyl Macías. En la época de la exitosa telenovela Betty la fea, nos escapábamos a mediodía a ver el culebrón en su casa. Creo que Carolina González no conoce de estas travesuras. Basyl además siempre estuvo para escuchar y apoyar con cariño. Lamentablemente se nos fue muy temprano, víctima del caótico sistema hospitalario venezolano, donde no pudieron hacerle una diálisis y salvarla.

La segunda, Marbella Jiménez. Ella me preparaba consomé de sardina, porque padezco de colesterol alto. Semanalmente llevaba la porción y vigilaba que lo consumiera. Sin duda, amor de madre.

No puedo olvidar a Dhameliz Díaz. Cuando llegó a El Carabobeño emprendió retos y ofreció a los más jóvenes nuevas oportunidades. En mi caso, me asignó trabajos para que lograra destacarme. Desde entonces, nos une una linda amistad.

Tampoco puedo dejar de mencionar a Carolina González, una hermana mayor en estas andanzas del periodismo. Carolina es guerrera, tenaz, perseverante, valiente y ante todo solidaria. Le ha tocado quizá la época más dura en estos 90 años, en los que el régimen atacó sin compasión a los medios de comunicación social críticos a su patética administración. A pesar de las dificultades, Carolina se mantiene al frente haciendo lo que mejor sabe hacer: buen periodismo.

Con este relato celebro los 90 años de El Carabobeño. Sonrío y se me eriza la piel al pasearme imaginariamente por sus pasillos, abrazar a mi familia, escuchar las canciones de Basyl, las historias de Raúl y Alfredo, los consejos de Beatriz Rojas y mi compañero de batallas Carlitos Blanco; las charlas con Pedro Ramírez Manzo, Miguelón y Eduardo Calderón, los chistes de María Mercedes y la comadre Ana Laguna, el cariño de María Milagros y muchas otras personas que por razones de espacio no puedo mencionar, pero que se mantienen en mi corazón, porque a la familia, a donde quiera que estemos, se le añora y agradece. Larga vida a El Carabobeño.




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