Jenny de Tallenay tenía varios días de haber llegado a Valencia (1881) era la hija del Cónsul de Francia en Venezuela, había emprendido un viaje al interior del país junto a su esposo desde diciembre de 1880, se había animado a visitar varios lugares de la ciudad de los cuales quedó fascinada, todo lo que observaba, experimentaba y vivía lo escribía, con el tiempo estas notas se convertiría en su libro “Recuerdos de Venezuela”  en el cual llama la atención  un suceso que ella describe, algo singular que observó durante su visita al cementerio de Valencia, también conocido como el cementerio Morillo, ella ubicándolo “En un terreno elevado a poca distancia de la ciudad” y “a la entrada del cementerio, a la derecha, se presenta una colina árida y rocallosa llamada el Calvario”.

Una vez dentro del cementerio relata lo siguiente: “Se notan en él algunas tumbas bien cuidadas y cercados llenos de flores. Una torre bastante espaciosa a lo alto de la cual llevaba una escalera de caracol, llamó nuestra atención. Subimos en ella y ¡cuál no fue nuestro horror, cuando llegamos a una estrecha plataforma, al constatar que todo el interior de este edificio circular estaba tan lleno de osamentas confundidas de tal modo que lo colmaban casi enteramente! Cráneos desnudos surgían aquí y allá en este lúgubre amontonamiento de desechos humanos”.

Al parecer lo que vio es un escenario macabro, en donde puede notar restos de lo que fueron personas, la joven detalla: “Algunas cabezas medio descompuestas llevaban aun huellas de barba y de cejas. Una de ellas, probablemente la de una desgraciada emigrante irlandesa, estaba velada bajo una espesa cabellera roja derramada sobre otros despojos”.

Después de tal impresión, desea por higiene pública que tal práctica se deje de realizar porque al parecer era una “costumbre en Valencia de desenterrar los cuerpos después de un año de sepultura, a menos que haya una concesión especial comprada con dinero, y de echarlos en este osario común donde quedan expuestos al sol ardiente y a los aguaceros”.

Quizás la joven musa no exageraba con sus notas al respecto, ya que cinco años después de su paso, en 1885 Valencia fue visitada por un geógrafo alemán, Wilhelm Sievers quien dejó registrado en su libro “Venezuela” un testimonio algo similar a lo que vio Jenny de Tallenay años atrás.

Comenta el geógrafo: “Parece que en Valencia se trata mejor a los animales que a las personas, al menos a las personas que han fallecido. Porque en los patios de la iglesia, que se encuentran en la salida occidental de la ciudad, hay una instalación muy peculiar y completamente antiestética. Las tumbas solo se alquilan por dos años; quien no pague, más tarde será declarado perdido de la tumba. Los huesos de los muertos enterrados allí se retiran y se arrojan a un enorme contenedor que se encuentra en medio del cementerio principal. En ninguna parte de Venezuela me he encontrado con una costumbre más fea”.

Sin duda alguna estos relatos que quedaron para la historia nos sirven como una ventana al pasado; dejándonos con dudas acerca de lo que realmente pasaba ahí y conectándonos con el Valenciano del siglo XlX.

Fuentes:

De Tallenay, Jenny “Recuerdos de Venezuela” Ediciones del Ministerio de Educación. Caracas 1954.

Sievers, Wilhelm “Venezuela” Hamburg 1888.

 




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