En las últimas semanas ha habido abundante apoyo internacional a la causa de la democracia en Venezuela. Muchos discursos durante la Asamblea General de la ONU tocaron el tema del fraude cometido por el régimen, ratificaron la necesidad de reponer el Estado de Derecho y denunciaron el aumento exponencial de los presos políticos, las torturas a los detenidos -con especial mención de mujeres y adolescentes-, luego de las elecciones del 28 de julio. Varios parlamentos en el mundo –incluyendo el español, el colombiano y el europeo- reconocieron a Edmundo González como presidente electo. Más de 30 países democráticos emitieron una declaración conjunta exigiendo una transición hacia la democracia y reconocieron el triunfo de la Plataforma Unitaria, a la vez que denunciaron la represión y las violaciones a los derechos humanos y le pidieron al chavismo “el fin del uso excesivo de la fuerza, de la violencia política y del acoso contra la oposición y la sociedad civil”.
El mundo libre, qué duda cabe, está convencido de que los rojos perdieron por paliza, luego hicieron trampa y después le plantaron la bota en el cuello al mismo pueblo que ellos dicen representar. Como van las cosas en este terruño, cualquier truco vale para quedarse en la silla del poder, especialmente si se cuenta con el apoyo –no sabemos si sumiso, cómplice, impositivo o todo lo anterior- de los militares, los cuerpos de represión, las policías y los malandros armados que ocupan parte de la nómina oficial.
El último leñazo a la revolución bolivariana se lo acaba de dar la Misión Internacional de Determinación de los hechos sobre la República Bolivariana de Venezuela, adscrita al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en su más reciente informe, el quinto desde 2020. Entre las conclusiones más relevantes destacan algunas, tomadas textualmente del documento de la Misión: “tras las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024, el Estado reactivó e intensificó la modalidad más dura y violenta de su maquinaria de represión… las autoridades llevaron a cabo, de forma consciente y planificada, acciones encaminadas a desarticular y desmovilizar la oposición política organizada”
Con un lenguaje bastante claro y sin eufemismos diplomáticos, la Misión menciona que “La brutalidad de la represión sigue generando un clima de miedo generalizado en la población… La protesta contra los resultados electorales anunciados por las autoridades y la respuesta represiva del Estado marcaron un nuevo hito en el deterioro del Estado de derecho”. Y continúa, afirmando que “Los principales poderes públicos abandonaron toda apariencia de independencia y se sometieron abiertamente al Ejecutivo… muchas de las garantías judiciales perdieron su efectividad, dejando a la ciudadanía en desamparo frente al ejercicio arbitrario del poder”. Para finalizar, el informe considera que “algunas de las violaciones documentadas… incluyendo detenciones arbitrarias, tortura y violencia sexual, así como otras violaciones conexas, consideradas en su conjunto, constituyen el crimen de lesa humanidad de persecución fundada en motivos políticos”.
Con las evidencias que existen, y que se inflan cada vez que uno voltea la vista, no cabe duda de que los gobiernos de esta parte de la talanquera –libres, democráticos y respetuosos de las leyes, lo que no incluye, por supuesto, a Irán, Rusia, Cuba o Corea del Norte- están muy al tanto de que a Venezuela la gobierna una dictadura de facto, decidida a seguir mandando por el resto de este siglo y sin ninguna intención de enmienda ni de negociación ni de transitar un camino pacífico hacia el reconocimiento de unas elecciones que perdió. No hay forma de mirar la realidad de una manera distinta, aunque mucho se empeñen el grupo de Puebla, el foro de Sao Paulo o buena parte del socialismo europeo en darle al chavismo el beneficio de la duda. La realidad, tomando una palabra del informe de la Misión, es brutal. Y todos lo saben, aun los que lo niegan.
¿Y entonces?, se dice uno ¿Qué se hace con el apoyo, los discursos, las “preocupaciones”, las exigencias y los documentos que ocurren fuera de las fronteras? Dejarlos estar, mantenerlos vigentes y guardarlos para cuando hagan falta, sin ilusionarse con que las soluciones pueden venir desde las gradas. Y darles su sitio subordinado en la estrategia, detrás de la calle y enfrente de las alianzas.