El sitio de conversación es un webinar sobre la meritocracia en PDVSA. El público es mayormente petrolero,convocado por la Venezuelan American PetroleumAssociation. El expositor narra con fluidez y conocimiento de causa la historia de la paraestatal venezolana,desde sus inicios en 1976 como un conglomerado de 13 empresas eficientes recién nacionalizadas (más la CVP), con actividades limitadas, y pasa por su transformación hacia mediados y finales de los años 90 en una multinacional de grandes ligas con operaciones y activos en varios continentes. Finalmente, la charla aterriza en el trágico final de PDVSA en enero de 2003, resultado del asalto de las posiciones de dirigencia por los políticos y resentidos del régimen chavista más el despido por el mismo régimen de unos 20.000 profesionales de primera línea, reemplazados en el tiempo por cien mil reposeros, diletantes, militantes del partido de gobierno y alguno que otro profesional recién salido del horno.

La charla me lleva al tema de que la meritocracia es parte esencial de la historia de PDVSA, tanto por su aplicación como por su posterior desecho luego de 2003.El sistema de premios y ascenso por méritos –la cultura, quizás sea un mejor término- demostró su valía antes y después de la debacle petrolera venezolana. Mientras la empresa mantuvo los criterios organizacionales que soportaban la promoción de los mejores los resultados de gestión fueron los que todos conocemos: crecimiento aguas arriba y aguas abajo, rentabilidad y beneficios para el país. Cuando el chavismo tomó el control e implantó una ruta de ascenso y reconocimiento para los trabajadores de la petrolera que se basaba en el clientelismo, la afiliación y la identificación con el proyecto revolucionario el impacto de la faena oficial quedó a la vista, inocultable: la merma en la producción de hidrocarburos a una quinta parte de su potencial histórico más la seguidilla de accidentes, destrucción de instalaciones, ecocidios y corruptelas que han salido a la luz en estas dos décadas de industria roja rojita.

El chavismo siempre consideró a la meritocracia como un sistema elitista que favorecía a los privilegiados y dejaba atrás a los que venían de estratos sociales menos favorecidos. Hay algo de razón en que la meritocracia genera desigualdades y afecta en mayor medida a los débiles. Pero la solución no está en la igualación generalizada ni en el reemplazo de la capacidad por la ideología; el fracaso de PDVSA –el fracaso del país, más bien- es una prueba de lo que ocurre bajo la tutela de un régimen igualador y enemigo de los méritos profesionales. El gobierno de los más capaces sigue siendo la mejor opción para una empresa o una nación, y para compensar las desigualdades lo que hay que cambiar y ampliar es el acceso a las oportunidades, no la medición del desempeño ni las unidades de medida.

La PDVSA meritocrática era una isla en Venezuela (había otras, como Edelca o el Metro de Caracas). No porque sus empleados fueran arrogantes ni por fallas de comunicación, sino porque se regía por unos códigos distintos a los del resto del país. Unos códigos que la mayoría de la sociedad no compartía y posiblemente no comparta al día de hoy. El sistema de méritos se basa en la preeminencia de la motivación al logro, la internalidad, la búsqueda de excelencia y el diferimiento de la recompensa por encima de las motivaciones de poder y afiliación, de la externalidad y del premio inmediato, por mencionar algunos rasgos.Desde hace décadas, la sociedad venezolana ha estado más cerca de la igualación y el populismo que del competitivo entorno de la meritocracia. El reto del futuro, cuando llegue, tendrá que comenzar por revisar el cableado social que trajo al chavismo a gobernar. Y cualquier cambio no será nada fácil.




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