El contexto venezolano es sumamente desgastante. A la incapacidad del gobierno en solventar la crisis de los servicios básicos que comenzó a visualizarse en la primera década del 2000, le sumamos la hiperinflación, escasez de gasolina, represión para quien haga pública su inconformidad, matraqueo desde las fuerzas policiales y un largo etcétera. Pero he comenzado a percibir entre la gente una sensación aterradora: la impresión de que nada va a cambiar, por lo que muchos comienzan a sentirse tragados por un sistema, que viralizó el “daño antropológico” advertido por jesuitas del Centro Gumilla.

Dentro de esas transformaciones forzadas aparece el sentirse exiliado en el propio país. A esta condición, algunos psicólogos sociales la denominan “insilio”, irse sin moverse de sitio, quedarse sin estar, pensar que la situación por muchas voluntades que se unan permanecerá igual, que oficialismo y oposición representan la “misma vaina”, razón por la cual, la gente empieza a fortalecer sus propios muros para mantenerse/protegerse, aunque se siente excluido y extraño en una Venezuela que ya no es la misma.

Pero estas sensaciones no aparecen de la nada. Quienes están en el país o los que decidieron regresar, se ven afectados por nefastas decisiones políticas y económicas adoptadas no solo desde las fuerzas revolucionarias, sino también, desde quienes apuestan y aplauden las sanciones que vienen de afuera. Porque todo impacta, influye, marca. La mayoría de los venezolanos ha experimentado cambios notables en los hábitos alimenticios, recreacionales. En el rostro de mucha gente se nota miedo, desesperanza. Nos hacemos eco de discursos de odio fomentados desde la esfera oficial y sectores de oposición. Presenciamos crisis éticas en los que la mal llamada viveza criolla se manifiesta sin tapujos, se hace visible y muestra también lo peor de nosotros. Porque esa idea de que todos somos buenos, es solo eso, una idea platónica.

En este contexto en el que reina la desesperanza, muchos optan por el silencio porque lo cercano, lo propio le resulta peligroso. Alzar la voz puede traer consecuencias trágicas. El insiliado, así como el exiliado, también extraña, en especial, porque muchos de sus seres queridos han cruzado fronteras. Es que el insiliado se siente en otro planeta, su lugar diferenciado en el mundo ya no existe,fue destrozado hace muchísimo tiempo. Por el contrario, vive en un país hiperreal. Sale a la calle -por ejemplo- y observa comoen un país con crisis humanitaria, aparecen decenas de concesionarios con automóviles de lujo que sólo en sueños podría comprar y, se pregunta ¿dónde estoy? ¿Quién compra esto en un país dónde el salario lo convirtieron en polvo hace años? Pero no cuestiona, contempla, sospecha y calla.

Ser exiliado en el propio país no es fácil. Visualizar el futuro, proyectarse a veces desalienta. La fe del insiliado se tambalea, va y viene. Dentro de sus muros y propias desgracias lucha por la vida y satisfacer lo básico.Pero existe evidencia histórica reciente sobre el despertar de insiliados y si lo hacen en masa, seguramente desterrarán a quien socializó desgracia, miseria, desolación y tristeza.




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