Frente al aumento absolutamente exponencial del tipo de cambio, como consecuencia del abandono de este objetivo y de toda la política monetaria en pos de sostener un macilento aparato fiscal basado en precios altos del barril de petróleo, mismos que ya son solo historia y además se constituyen en el resultado de una violación constante a la más elemental norma de responsabilidad y respeto del marco doctrinario del Banco Central, quien hasta la fecha ha extendido una línea de crédito hacia la estatal Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima por 21.500 millones de dólares, es decir un monto equivalente a siete veces el monto total de las reservas internacionales, siendo estas junto a la fractura del capital social las causas de una constante y abrumadora hiperinflación instalada en la economía y en el estómago del venezolano, por más de 36 meses, con el agravante de una depresión sin comparación en los registros económicos del Fondo Monetario Internacional, la cual reta la capacidad de comprensión de académicos,  economistas y representantes de organismos multilaterales, convirtiéndonos ya no en un caso de estudio, sino en un drama continental de desplazados superior a la crisis de Siria y en un referente de catástrofes humanitarias al nivel de Sudán de Sur  y Yemen.

En suma Venezuela ya no es un país, es un fardo  sangrante de lo que alguna vez fue la democracia más sólida de la región y el otrora paradigma del mundo en desarrollo.

Frente a este drama y basado en la lacerante afirmación de que el Banco Central de Venezuela quedó de facto limitado a una inútil torre de concreto en la Avenida Lecuna de la esquizoide ciudad capital de esta ex República, sustentada desde los indicadores ofrecidos por el propio ente emisor y  en la evidente y palmaria devaluación y depreciación del bolívar, el régimen no encuentra otra salida distinta a la referencia atávica y anacrónica de un impuesto que grave a las transacciones en dólares, es decir acudir a la propuesta del premio Nobel de economía James Tobín, en los setenta propuesta está referida a la aplicación de impuestos a las transacciones de cambio desde una moneda hacia otra, para intentar proteger al mercado de la especulación.

Es obvia que la proxemia con la propuesta desde el keynesianismo, rescatada por los nostálgicos de la planificación centralizada sería lanzada entre gallos y medianoche, por la flamante Ministro de Economía Delcy Rodríguez. Este impuesto deja indenme las transacciones en dólares, le imprime mayor volatilidad al tipo de cambio y agudiza la muy desigual política de dolarización de la demanda, misma que es una consecuencia acumulada de los errores continuados por más de dos décadas de errores en la política económica del chavismo.

Esta concentración de desviaciones macroeconómicas, decantadas desde la aplicación del estalinismo troglodita de los Castros y una feroz política de expropiaciones y expolios, que dieron al traste con el aparato productivo nacional y que a la fecha, presentan a un PIB que es solo una cuarta parte de lo que fuera en 2019 y 70 veces inferior al recibido por Hugo Chávez, en 1998, dan cuenta de la magnitud del daño, la aplicación de este tributo no puede derribar la realidad de un patrón de pagos dolarizado en más de un 70% y mucho menos restituirle las cualidades dinerarias al bolívar, suprimidas tras dos fracasadas reconversiones y la coexistencia de una antigualla como la hiperinflación.

Ahora de dónde sale esta idea anacrónica, de aplicar una tributación a las operaciones financieras de cambio entre las monedas, no cabe la menor duda que esta genialidad reside en los atavismos de los hijos del pasado, en la nostalgia de las izquierdas y en el deseo de planificar a la economía, todas ideas absolutamente inviables.

Un poco de teoría nos vendría bien, para fustigar este proceso de anestesia social que vivimos, como consecuencia de haber reconstruido al homus economicus y sustituirlo por el homo desahucio, o el hombre enfermo hasta llegar al límite existencial propuesto por Karl Jaspers, al límite de los limites, acotado por la sociedad enferma. En tal sentido es menester explicar, que la tasa de Tobín o tasa de transacciones, grava originalmente las operaciones de cambio de conversión entre las divisas. Recibe su nombre en honor a James Tobín, premio Nobel de economía en 1981.

El origen de esta tasa a las transacciones estaba dirigido a frenar la volatilidad de los mercados cambiarios y proponía que su recaudación se destinase a fines sociales, en una política de transferencia para auxiliar a los ciudadanos durante la aplicación de un plan para resolver crisis financieras. Como la crisis de la deuda soberana de Europa en 2011.

Esta tasa cuanta entre sus limitaciones, encuentra su imposibilidad de establecerse como un placebo para enfrentar, situaciones cambiarias que la política monetaria contempla, desde sus herramientas fundamentales de trasmisión sana, basada en la coherencia de los objetivos instrumentales nivel de reserva y tasa de interés de redescuento, con los objetivos intermedios de liquidez, para preservar el equilibrio del tipo de cambio y corregir la emisión terciaria de liquidez y por ende procuras estabilidad en precios, defiendo de manera concomitante la solidez del signo monetario local, la referencia concurrente a esta tasa la ha llevado a ser calificada por la confederación internacional de ayuda contra el hambre “OXFAM”, como la tasa Robín Hood, pues los Estados ahora apropiados de la renta en divisas gravadas, no son capaces de redistribuirlas y se queda en el reduccionismo de la teoría de goteo planteada por el propio James Tobín.

La idea referente a gravar las transacciones en divisas, esta embridada en el movimiento antiglobalización en los últimos años. Por medio del establecimiento de impuestos a las transacciones financieras los teóricos antiglobalización, argumentan que con su empleo se conseguiría una más justa distribución de la riqueza.

Antes de su muerte en 2002 el propio James Tobín se desmarcó de esa postura mostrándose como un firme defensor de la libertad de los mercados financieros. Esta tasa desincentiva la inversión el componente de dinamización de la demanda agregada y por añadidura del crecimiento económico y desestabiliza los tipos de cambio. Sólo incentiva a la postre el endeudamiento público e impacta negativamente los mercados de capitales.

Esta tasa hace imposible distinguir entre movimientos de capital orgánico y de índole especulativa, los especuladores pueden eludir su aplicación y trasladas con fines de evasión, la transferencia de capitales hacia paraísos fiscales.

Si es aplicada de manera global por todos los países inmersos en el comercio exterior es una inutilidad, es una medida insuficiente para la lucha contra la pobreza, pues debe ser acompañada con políticas de fomento a la capacidad de expansión desde la oferta de la Inversión.

Supone una hipertrofia al Estado y a su endeudamiento y en la práctica ha demostrado sus limitaciones, para la construcción de una política sana de transferencias a los menos favorecidos, de allí su reconsideración y abandono, por parte de su creador quien en 1981, la presentase como: “A proposal for international monetary reform”en el “Eastern Economic Journal”.

Finalmente el régimen conoce de sobra estas limitaciones de la tasa sobre transacciones en dólares, pero apela a esta inutilidad, para intentar no derribar una realidad sino imponer una posverdad, que le sea redituable desde el punto de vista electoral, frente a un proceso vacío y carente de utilidad competitiva, desde el punto de vista político pues es una elección convocada con una oposición ad hoc, con el fin de instrumentalizar el control social, de allí la referencia a esta tasa que ha demostrado su absoluta invalidad. Sobre todo si colocamos las surrealistas cifras de nuestra realidad monetaria.

 

Valor Dólar al 27/11/2020        1.083.089,87
Valor del Dólar en Marzo antes de la Pandemia.              53.000,00
Depreciación Durante la Pandemia. -1943,57%
Devaluación durante la Pandemia -95,11%

Fuente Cálculos Propios.

 

El terreno histórico de la teoría macroeconómica es la explicación de los niveles y fluctuaciones de la actividad económica general. Los macroeconomistas se han interesado especialmente en los efectos de las políticas fiscales, financieras y monetarias alternativas.”                                                                                                       James Tobín.

 

 

 

 

 




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