El silencio de las tuberías vacías se siente como un recordatorio constante de la precariedad. Eso ocurre en cualquier comunidad o municipio de Carabobo, donde la llegada del agua es un juego de azar que pocos ganan.
“Mire el tanque, no tiene ni una gota desde el lunes”, dijo Mercedes Quintero mientras señala el depósito vacío que antes sostenía su rutina. Ella vive en El Samán, en Guacara, donde sus habitantes están acostumbrados a que le corten el suministro de agua dos veces a la semana desde hace seis años.
Cada martes a las 6:00 a.m. empieza la rutina impuesta por el racionamiento del servicio con la interrupción del mismo hasta el jueves en la tarde, pero las tuberías nuevamente quedan secas el viernes a las 8:00 a.m., hasta la tarde cuando restituyen el suministro solo por dos horas.
Los sábados hay agua, pero con poca presión, por lo que sin un sistema de bombeo no sale nada de los grifos hasta el domingo en la mañana que la presión aumenta hasta volver a disminuir en la tarde, y entre ese día y el lunes la tarea de todos es llenar tanques y recipientes, una labor que se hace con lentitud hasta el martes, cuando se repite el ciclo.
Todo esto sin contar las ocasiones en las que se interrumpe el servicio por alguna falla en el sistema, como la que anunció Hidrocentro el jueves 12 de diciembre de las averías en una tubería de 54" de diámetro, que está en el fondo del Lago de Valencia, en el municipio Carlos Arvelo, que provocó que no llegara agua esa semana, como cada jueves, en la comunidad El Samán de Guacara.
“Ya no tenemos ni para lavar un plato, ni para bañarnos”, explicó Mercedes el lunes 16, con el cansancio de quien ha tenido que adaptar su vida a una incertidumbre constante. Como ella, miles de familias en Carabobo enfrentan una crisis hídrica que ha pasado de ser una molestia temporal a una emergencia permanente.
Un derecho vulnerado desde hace más de 15 años
El acceso al agua potable es un derecho humano fundamental que establece garantizar el suministro suficiente, salubre, accesible y asequible para el uso personal y doméstico.
Este derecho es indispensable para vivir dignamente y para la realización de otros derechos humanos. En 2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó una resolución que reconoce el derecho al agua potable y al saneamiento como esencial.
Para garantizarlo, los Estados deben adoptar medidas concretas, demostrar que están haciendo todo lo posible dentro de sus recursos disponibles y facilitar el cumplimiento de sus obligaciones en relación con el agua. En Venezuela y, particularmente en Carabobo, esto no ocurre.
“Estamos en exterminio”, expresó el exdiputado Benedetti al relatar la situación actual y que ha denunciado desde hace más de 15 años.
Relató que desde 2007 se trasvasan aguas residuales al Lago de Valencia desde la planta de tratamiento de Los Guayos, que apenas pueden procesar mil 200 litros por segundo de aguas residuales, y se envían cinco mil 200 al lago que, además, está contaminado por desechos de químicos de las industrias con niveles de salinidad que superan los 250 microSiemens por centímetro, que impide que los productos químicos utilizados en la Planta Potabilizadora Alejo Zuloaga atrapen la materia orgánica, los metales y las cianobacterias en sus piscinas.
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Es por ello que, pese a los trabajos realizados desde la gobernación de Carabobo desde hace ocho años, “la materia orgánica se queda flotando con el sulfato de aluminio y eso pasa a nuestros hogares, remueven un pequeño porcentaje con coleto, pero nada de eso es suficiente”
Mismo drama en todo Carabobo
Martín Arias viene en Ricardo Urriera, una comunidad del sur de Valencia donde el agua llega dos veces a la semana: el lunes y el jueves en la tarde. Pero, al igual que en la mayoría del estado, tiene poca presión y deben almacenar el agua para abastecerse el resto de la semana.
Él no tiene bomba, por lo que amanece y se trasnocha esos días para llenar varios recipientes en los que ve claramente la turbidez del agua. “A veces es marrón o amarilla; nunca cristalina. Siempre huele feo, como a cloaca”.
El presupuesto familiar no alcanza para comprar agua potable, por lo que optan por hervir lo que almacenan y usarla tanto para la higiene como para el consumo de todos en casa, incluyendo sus hijos de dos y seis años.
Agustina Molina vive en San Blas con sus padres, mayores de 60 años, y su hijo adolescente. Ahí les suspenden el servicio de agua dos veces a la semana. Los lunes y los jueves, en cada oportunidad, por más de 24 horas.
Cuando se restablece el suministro, el agua llega sucia, después, poco a poco se aclara, pero nunca es totalmente limpia. Benedetti explicó que cuando se tiene días sin el servicio los sedimentos acumulados en las tuberías se suman a toda l materia orgánica si tratar ni potabilizar que sale por los grifos.
Mercedes explicó que sus hijos han desarrollado problemas en la piel. “Yo no puedo confiar en esta agua ni para cocinar, menos para que la beban los niños”.
Camiones cisterna, ¿a qué costo?
Los camiones cisterna son la única opción para muchas comunidades, pero a un costo prohibitivo para la mayoría. En La Isabelica, Matilde Oropeza relató que llenar el tanque de su edificio puede costar hasta 80 dólares, mientras que el salario mínimo apenas alcanza para cubrir necesidades básicas. “Nos hemos tenido que reunir entre vecinos para pagar un cisterna, pero no todos tienen dinero. Hay casas que llevan semanas sin una gota de agua”.
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En los pisos altos de los edificios, la situación es peor. Cuando llega el agua, no hay presión suficiente para que suba, y quienes viven arriba tienen que bajar con baldes para intentar recolectar lo que puedan.
Un problema de fondo
La crisis del agua no es solo un problema de infraestructura hídrica. Está profundamente entrelazada con el colapso energético que afecta a todo el país. “Sin energía, las hidrológicas no pueden bombear agua a las comunidades”, afirmó Benedetti.
Corpoelec enfrenta un déficit de generación del 90%, principalmente debido a la falta de combustibles y el deterioro de las plantas termoeléctricas. Esto afecta directamente el funcionamiento de estaciones de bombeo y plantas de tratamiento.
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Detalló que todas las hidrológicas de Venezuela consumen dos mil megavatios por minuto para bombear agua a toda la población en los 335 municipios, pero la poca energía eléctrica que se está produciendo en el país es la hidroeléctrica del Guri, en el estado Bolívar, que tiene 20 turbinas con capacidad de procesar 10 mil 200 megavatios, pero solo está generando seis mil 500.
El ingeniero explicó que la demanda actual de energía es de cinco mil 500 para el uso residencial, por lo que l sumarle los dos mil de las hidrológicas y lo que requieren las industrias, el comercio y las oficinas de la administración pública, es evidente que hay un déficit y por eso existe el racionamiento de electricidad y de agua.
Indefensos sin agua
La falta de agua trastorna todos los aspectos de la vida diaria. En las comunidades más afectadas, los habitantes se levantan de madrugada con la esperanza de que el servicio se restablezca por unas pocas horas. “Cuando llega el agua, tenemos que hacer todo: lavar, limpiar, llenar los tanques. Es un corre-corre que no da tregua”, dijo Luisa Pinto desde su hogar en San Diego.
El impacto también se siente en la economía y la salud. La necesidad de comprar agua embotellada, cisternas y filtros ha llevado a muchas familias al límite financiero. Además, la falta de agua limpia incrementa el riesgo de enfermedades gastrointestinales y dermatológicas, especialmente en niños y adultos mayores.
Resolver esta crisis requiere una inversión significativa en infraestructura. Desde el Centro de Ingenieros de Carabobo se destacó la necesidad de rehabilitar plantas potabilizadoras, modernizar las estaciones de bombeo y establecer una legislación que permita la participación del sector privado en la gestión del agua. “Esto no se soluciona con medidas temporales. Necesitamos un plan integral que aborde tanto la falta de agua como la crisis energética que la agrava”, afirmaron.
De vuelta en El Samán, Mercedes se resigna a otra noche sin agua. Su tanque sigue vacío, y la cisterna que pagaron entre varios vecinos no llega. “Lo que queremos no es solo agua; queremos que nos traten con dignidad. Que no tengamos que vivir pendientes de si mañana podremos bañarnos o cocinar”.
Las familias de Carabobo, atrapadas en un ciclo de escasez, esperan no solo soluciones inmediatas, sino también un compromiso real por parte de las autoridades para devolverles algo tan básico como el acceso al agua potable, un derecho humano del que prescinden y que los tiene indefensos.