Cajas de CLAP. (Foto: Referencial)

Eran las 4:00 de la tarde del viernes cuando finalmente, tras semanas de espera, llegó un camión con las ansiadas cajas de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), a un espacio antes conocido como la biblioteca Miguel Colombet que ahora funciona como Casa de la Cultura.

Habitantes de las comunidades El Vivero y La Finca, en la parroquia Santa Rosa del municipio Valencia, se mantenían atentos al momento en que comenzara la distribución de los alimentos, a través de más de 30 voceros del consejo comunal.

Durante el día surgieron rumores. Se afirmaba la llegada de las cajas, pero sin algunos productos: azúcar y atún. El runrún no fue del agrado de algunos vecinos, quienes comentaban que en zonas aledañas llegaron las famosas cajas con todos los productos y por el mismo precio, es decir, 25 mil bolívares. Decidieron esperar a tener las cajas para emitir un juicio.

El otro rumor era sobre una supuesta auditoría por parte de funcionarios del Gobierno a la distribución de los alimentos. La idea sería solventar algunas irregularidades producto de la «viveza criolla» de dejar más cajas de las que corresponden en un hogar o la entrega de cajas a personas que no viven en la comunidad.

Con el pasar de las horas, fue confirmada la auditoría y se conoció que la distribución de los alimentos se realizaría casa por casa de manera controlada. Las personas censadas debían presentar su cédula de identidad ante una funcionaria de la Gobernación de Carabobo para poder recibir la caja.

Cerca de las 10:00 p.m. continuaba la distribución de los productos. Y para ese momento, según voceros, unas siete cajas estaban en una especie de limbo, sin un destino ni un dueño que pudiera ser verificado.

En los porches y frentes de las casas, familias enteras aguardaban por su caja. El movimiento en las calles era comparado con el 31 de diciembre. En un día normal a las 8:00 p.m, todo queda desierto.

Una camioneta tipo pick up iba y venía por las polvorientas y maltrechas calles. En su cabina un grupo de muchachos, con un estruendoso vallenato, se encargaba de entregar las cajas al tiempo que una mujer aparentemente de la gobernación, revisaba las cédulas.

Llegó la medianoche y la espera parecía lejos de terminar, pero la ilusión de la gente se mantenía. Algunos seguían en las calles sentados en sillas de mimbre, en las aceras y en pequeños bancos. Otros veían los toros desde lejos en las salas de sus hogares.

El cansancio fue haciendo de las suyas y más de uno decidió acostarse a esperar, resignado, a que lo llamaran. A Teresa Rojas*, a las 4:00 a.m un vocero del consejo comunal le aseguró que en cualquier momento pasarían por su casa para entregarle la caja.

Las horas siguieron su curso, hasta que aproximadamente a las 7:00 a.m. del sábado, le avisaron a Teresa que no le llevarían la caja a su hogar sino que debía buscarla en la pequeña Casa de la Cultura de su comunidad.

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Indignada, sin haber dormido la noche anterior a causa de la espera, agarró su viejo carrito para meter compras de mercado y salió a buscar la caja de los CLAP que le correspondía.

A pesar del supuesto control para entregar los productos, a Teresa en la mañana no le pidieron ni siquiera la cédula, lo que le generó aún más molestia.

Al regresar a casa, abrió a la caja y vio que faltaban productos: azúcar y atún en lata. Así confirmó los rumores que habían iniciado un día antes. La rabia la llevó a sacar los productos y luego destruir la caja, para drenar un poco el malestar ocasionado por la espera sin fin de los alimentos de cuestionable calidad traídos de México.

A Fátima Goveia* le llevaron la caja durante la madrugada, pero con la condición de que no la abriera sino hasta el día siguiente, cuando una vocera del consejo comunal lo hiciera por ella. El motivo de esta extraña petición es desconocido.

Para los vecinos que no pegaron un ojo en toda la noche, las 15 horas de espera solo representan una humillación más. Esta se suma a la falta de agua potable, a las fallas eléctricas, a la basura por montón, a las calles en mal estado y a los árboles sin podar que se enredan con los cables de electricidad y teléfono. Pero coinciden que esta humillación es la más grande, pues jugar con el hambre y el descanso del pueblo no tiene nombre.

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Ante la hiperinflación, una caja de los CLAP es vista como la salvación para muchas familias, porque al final del día ¿qué compras con 25 mil bolívares?

Marcos Trillo* lamenta que se haya llegado a depender tanto del Gobierno para comer. Desea que regresen los tiempos en los que iba a cualquier mercado y podía comprar lo que quisiera, pero a su parecer, la recuperación del país solo será posible con un cambio de mando. Su ensoñación acaba cuando un hombre con camisa roja lo invita a sacar el carné del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). «Esta pesadilla parece que no terminará pronto», dice.




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