“Cuando la barbarie triunfa no es gracias a la fuerza de los bárbaros sino a la capitulación de los civilizados.” Antonio Muñoz Molina

Cada quien está en lo suyo tratando de sobrevivir, sin percatarse que en la desunión hemos sido cada vez más débiles e indefensos ante un régimen totalitario que no respeta leyes, no le importa el indetenible éxodo de compatriotas ni el futuro de nuestro hijos. Nos hemos acostumbrado a este medioevo tropical, a este prolongado oscurantismo; seguimos caminando a ciegas, como los niños de la fábula alemana “El Flautista de Hamelin”. Nos encontramos con frecuencia a muchos venezolanos que, lejos de reivindicar su libertad personal y de exigir sus libertades civiles, viven en tal indiferencia, docilidad y aquiescencia que nos hacen dudar si quieren o no quieren ser más libres y disfrutar de mayores libertades.

En todo activismo hay prolongados inviernos. Momentos de crisis cuando, debido a las dificultades, nuestros esfuerzos parecen fracasar. Ante esto, la respuesta está en la perseverancia. Hoy muchas personas con buenas intenciones están desorganizadas, desilusionadas y necesitan tanto de líderes confiables como de activistas perdurables.

Para eso se hace necesario que prevalezca la confianza de los unos en los otros. Es necesario recordar que muchas veces a los demócratas no les falta entereza moral, honestidad, sino firmeza y verticalidad para enfrentar al diablo, tal como calificaba Václav Havel al totalitarismo. El más grande error que se puede cometer con estos regímenes es menospreciarlos, desestimar la gravedad de sus amenazas, pretender entender sus comportamientos bajo un raciocinio netamente intelectual.
Se ha dicho que no existe nada más importante en la vida de un ser humano en momentos de dificultad que la capacidad de mantener la calma generada por la esperanza. Al respecto, permítanme apoyarme en F. Savater cuando expresa que elegir la política es el paso personal que cada cual debe dar, desde su aparente pequeñez que no renuncia a buscar compañeros y cómplices, para obtener lo mejor de lo posible frente a las fatalidades supuestamente irremediables, pero para nadie es un secreto que el político torpe carece de prudencia, como tampoco resulta desconocido que la actividad política verdadera, es una de las mayores manifestaciones de prudencial sabiduría.

Tengamos siempre presente que el propósito del régimen – tratando de calcar modelos retrógrados y fracasados – no es otro que atemorizar a cualquier ciudadano que, al tratar de participar en el espacio de la política, es presa de las viejas prácticas totalitarias que van desde las amenazas, el desprestigio, la burla e insultos, el amedrentamiento, hasta la violencia. La extensión del temor que conduce a la desesperanza busca paralizar las intenciones de cambiar la realidad que vivimos.

Una sociedad que se precie de tal, no puede ni debe permanecer por más tiempo impasible ante tanta barbarie política e institucional como hoy se está produciendo en nuestro país. Y por supuesto, mucho menos, ante el sufrimiento ciudadano que de ello se viene derivando, ya que, más pronto que tarde y de no ponerle freno a tiempo a tanto mal uso y abuso de poder, ello acabará afectando y creando una terrible decadencia y mayor sufrimiento a toda la Nación venezolana.

Se hace urgente optar por una moral de la responsabilidad que nos comprometa a tomar seriamente la construcción de nuestra realidad social y política. Y esta actitud de la ciudadanía no puede fundamentarse en la tolerancia (que etimológicamente significa soportar el mal, para evitar males mayores), ni en la condescendencia (que es descender a un nivel moral inferior), ni tampoco con la transigencia (que es ceder del propio derecho para facilitar la convivencia), sino que ha de traducirse en el respeto a la dignidad del otro. Y es precisamente dignidad lo que en esta fase de la decadencia nacional, se viene perdiendo de manera acelerada.

Manuel Barreto Hernaiz




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