Aires de cambio se respiran y el joven inhala profundamente convencido de ser protagonista de la transformación. Nuevamente se abre ancho el horizonte después de andar un camino estrecho, tortuoso y empinado en el pasado reciente. Hoy, más que nunca, siente que es su momento, poco tiempo atrás era solo una invitación que su conciencia marcaría como el reinicio de una gesta.

Así se levanta Martín esa mañana. Su corazón le dice que algo sucederá, la convocatoria se ha hecho por murmullos entre dientes y notas encriptadas. Ese día se conmemora un año más de la célebre batalla, en la que un grupo de imberbes derrotaron al sanguinario caudillo asturiano en los valles aragüeños, aquel terrible e inolvidable 1814.

Cual valiente Campo Elías sale al encuentro del grupo. Se encuentra con su propio Rivas en la puerta principal de la Central, pues no deben dejar pasar el momento presente para exponer el repudio a la opresión y gritar a viva voz, hasta el ardor de la garganta seca, las ansias reprimidas de libertad.

Se trata entonces de una nueva cita con la misma historia, con el caminar al lado de la conciencia de su tiempo. Uno a otro los compañeros se van acercando a la entrada del campus donde se reúnen para iniciar la marcha, saben que los esperan afuera, más allá de los límites físicos de ese recinto autónomo, vulnerado tantas veces en estos tiempos rojos.

No son miles esta vez, algunos no asisten, tal vez cansados de la mano represora, de inhalar gases y recibir perdigones; o más bien por el recuerdo de la muchacha bonita caída en el asfalto, herida por la indigna bota que vendió su andar al son antillano que invadió los salones de la militar academia y las barracas del fuerte castrense, pero que no ha podido someter al espíritu ni a la dignidad del alma mater.

Salen entonces nuevamente a la calle, esa misma que los ha llevado tantas veces como riachuelo crecido al cauce mayor de la autopista, que como río imponente recibe los aportes de las corrientes de afluentes tributarios a lo largo de todo el valle capitalino.

En el andar acompasado perciben el aliento sulfuroso del esbirro que les mira esperando la orden de arriba, o tal vez de abajo, de mismas pailas infernales de donde salen los designios malignos de violencia y muerte.

Mientras, en su propia épica, otra avanzada de jóvenes toma una colina, suben
esas escalinatas que invocan un calvario y que ha sido silente testigo de intentonas sangrientas y de emboscadas mortales de premeditada alevosía.

Cuando ascienden segregan adrenalina y destilan temor que se mezcla en el ambiente con el sudor de sus axilas, al saber que al frente, donde las flores se miran, los observan en la mira detenidamente.

Allí les llega la brisa del oeste caraqueño que refresca un poco el rostro enrojecido por el sol de febrero, mientras El Ávila los contempla altivo, como siempre lo ha hecho, desde tiempos del mestizo Fajardo, mitad blanco y mitad indio, en los albores de la vida de la ranchería del Guaire o cuando escuchó la osadía de la proclama del joven Simón en el destruido templo franciscano, en aquellos días inmortales cuando los hijos de esta patria sacudieron a un continente entero en el inicio de la primera independencia de Venezuela, hoy inspiradora de esta nueva gesta libertaria.

Y allí sobre cada escalón dejan el testimonio del rechazo a la tiranía, como lo hicieran seis décadas antes en un noviembre convulsionado los estudiantes caraqueños en la última dictadura del siglo pasado.

Hoy estos jóvenes crecidos en la opresión siguen adelante en la búsqueda de
la luz de la libertad, y es que ellos no quieren irse, como se fueron muchos de
sus amigos y amantes que levaron anclas en dolorosas despedidas para
navegar los mares inciertos de la diáspora.

Ellos, los hijos de este nuevo calvario, inspiran a los hombres y mujeres de todo un país a seguir adelante, con la fe intacta y las ganas renovadas por la llama de una causa que en
momentos pareció extinguirse y ahora se reaviva para encender conciencias y corazones cuando nos miran a los ojos y sin palabras nos dicen que no los dejemos solos.

Joven venezolano, en la mixtura de olores de lucha y sabores de besos escondidos se hará alquimia perfecta para superar la tragedia que te tocó vivir sin ser culpable ni merecer estos grilletes que juntos lanzaremos al mar. Al final, más temprano que tarde, el país será de ustedes y la inmensa y fértil tarea a cumplir les llevará a escribir su propio relato en esta nueva etapa, accidentada, sin igual pero inspiradora, de nuestra propia historia.




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