La reciente cumbre suramericana realizada en Brasilia supuestamente estaba orientadaa promover la integración regional, un deseo de años que ha tenido muchas arrancadas de aparente buena intención pero que siempre –por ideologías o por conflictos de intereses-ha terminado haciendo agua. A la reunión fueron todos los presidentes del subcontinente, conla excepción de Perú que envió al presidente del Consejo de Ministros, lo cual indica el interés de los gobiernos en hacer acto de presencia. La declaración final, como tanto sucede en estos eventos de pompa y ceremonia, es una manifestación de buenas intenciones que habla, entre otros temas, de promover la democracia, los derechos humanos y la protección a las instituciones, así como el desarrollo económico y social y la lucha contra la pobreza. Igualmente, se acordó crear un grupo de alto nivel dirigido por los cancilleres que elabore una hoja de ruta para la integración suramericana y presente a corto plazo un informe a los jefes de Estado. La próxima reunión quedó sin fecha ni convocatoria.

Hasta ahí lo protocolar y las declaraciones oficiales de buena voluntad. Lo que más llamó la atención de la gente fueron las anécdotas y los discursos enfrentados de varios de los asistentes. Para empezar, al presidente anfitrión LuizInácio Lula da Silva no se le ocurrió mejor idea que afirmar, en una reunión con su homólogo Nicolás Maduroel día anterior a la cumbre, que la crisis venezolana es una “construcción narrativa” y que el gobierno del país caribeño no es una dictadura y fue electo democráticamente. Con esas sencillas palabras el Sr. da Silvarechazó las abrumadoras evidencias de falta de libertades, violaciones a los derechos humanos, corrupción y destrucción económica que asuelan a Venezuela desde hace más de dos décadas y se puso del lado de los terraplanistas y los negadores del holocausto al pronunciar un embuste tan extenso con la frescura de quien tararea Las mañanitas. Uno se pregunta por las razones que hay detrás de la bendición al chavismo del mandatario brasileño, cuando el fracaso del socialismo siglo XXI es tan obvio y conocido.Alguna razón habrá, más allá de la sintonía ideológica y la solidaridad automática entre militantes.Quizás fue solo parte de los festejos, pero no deja de sorprender ni de despertar suspicacias. Después de todo, fue Lula quien le dijo a Hugo Chávez, antes de las elecciones presidenciales de 2012, “tu victoria será nuestra victoria”.

En medio de los videos que mostraban a los escoltas de la delegación venezolana golpeando periodistas, y en especial a uno de ellos pateando a una dama que hacía su trabajo cubriendo el evento, salieron dos voces disímiles a cortarle las alabanzas a Lula. Por una parte, el presidente chileno Gabriel Boric, de rancia izquierda sureña, y por la otra Luis Lacalle Pou, el derechista presidente de Uruguay, se encargaron de recordarle a quien quisiera escuchar que en Venezuela no se respetan los derechos humanos ni hay democracia. Boric fue bastante explícito cuando dijo que no había que hacerse la vista gorda frente a las numerosas denuncias contra el régimen chavista, y expresó que ha podido ver la dramática realidad venezolana en los ojos y el dolor de los miles de inmigrantes que han llegado a su país.

Hay quien opina que la cumbre tuvo la expresa intención de lavarle la cara al régimen venezolano y que ese era el mandato principal de los anfitriones, pero suena un poco exagerado. Más bien parece un intento de revivir Unasur, aquel proyecto que iniciaron Chávez y Lula en la primera década del siglo, y que se vino abajo cuando los gobiernos de izquierda comenzaron a debilitarse y a perder elecciones. Unasur podría ser un buen aliado del foro de Sao Paulo si la región se va hacia la zurda; y si no, pues ahí está la organización para promover fantasías de integración con da Silva como promotor y líder.




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