Barinas no es cualquier estado. Simbólicamente para la iconografía chavista, representa la cuna del líder de la revolución bolivariana, considerado en algunos sectores como una especie de entidad suprahumana, cuya imagen es activada fuertemente en tiempos electorales. Pero en la entidad llanera esta fórmula no funcionó y al ciudadano común, ese que vive en carne propia las vicisitudes cotidianas, no le importó la verborrea litúrgica propia del chavismo y pasó factura con el voto, la única arma con la que contamos para elevar nuestra voz.

Fue un estado muy bien resguardado. El poder pasó por la dinastía Chávez durante los últimos 20 años. Comenzó con el padre, Hugo de los Reyes, quien gobernó entre 1999 y 2007. Del 2008 al 2017 le correspondió al mayor de los hermanos, Adán Chávez y luego, del 2017 al 2021 a Argenis, señalado por la gente como el peor de los gobernadores que se pueda recordar.  El Ejecutivo Nacional no estaba dispuesto a perder en el Llano, razón por la cual se emplearon las estrategias habidas y por haber para mantener a Barinas en el mapa rojo.

No se reconoció la victoria de Freddy Superlano en los comicios del pasado 21 de noviembre de 2021; se inhabilitaron candidatos y se emplearon artilugios legales para convocar unas nuevas votaciones programadas para el nueve de enero, en las que el candidato opositor, Sergio Garrido, superó a Jorge Arreaza, a quien lanzaron a recorrer y hacer campaña en un estado al que además no conoce muy bien. Pareciera que fue un castigo.

Pero los barineses no comieron cuento y votaron masivamente por Garrido. El dirigente adeco obtuvo 172.477 votos (53,3%) mientras que el PSUV encausó 128.583 (41%). La diferencia supera el 14%. Es decir, el resultado fue un verdadero gancho al hígado para el chavismo, que nunca pensó perder en la tierra que vio nacer a su líder, esa misma tierra en la que repetían como estribillo durante la campaña la fatídica frase: “Rescatemos a Barinas”.

Los resultados, vistos desde los ojos de un ciudadano común como yo tiene varias lecturas. Para el gobierno, evidencia el hartazgo de mucha gente tras un gobierno que mantiene en la miseria a nuestros hospitales, escuelas en el piso, salarios de hambre para todo el sector público, políticas económicas que nos mantienen con la peor inflación del planeta y es el responsable del cierre de miles de empresas, alto desempleo y la peor crisis migratoria que haya registrado el continente americano. Los hechos saltan a la vista, aunque en la actualidad, en materia económica pareciéramos vivir en un oasis del cual se han beneficiado algunos, al prácticamente dolarizarse gran cantidad de oficios y permitirse la llegada de productos importados, en especial provenientes de Estados Unidos, países árabes y Brasil.

Este hartazgo casi general debe poner en alerta al Gobierno Nacional, tomando en consideración que algunas gobernaciones las ganó el PSUV debido a las fracturas de esa dirigencia opositora mezquina,  mediocre y chupasangre que también le ha hecho un gran daño al país. Lara, Mérida y Táchira por ejemplo, pudieran estar pintadas de otro color en el mapa si hubiese privado la cohesión por encima de intereses partidistas. En este sentido, esa oposición extrema que busca la intervención gringa desde hace años, también recibió su lección.

El voto masivo puede frenar cualquier intento de fraude y sigue siendo un error tremendo sostener los llamados de abstención. Además, el resultado, aunque muchos fatalistas hablen de pactos secretos para la victoria en Barinas sin la asistencia de los marines. Los venezolanos confiamos en que podemos resolver nuestros propios problemas y si el chavismo ha permanecido durante tantos años en el poder, ha sido en parte por la incapacidad de los dirigentes opositores de articular una verdadera unidad, que enfrente con éxito las marramucias de un régimen cargado de desaciertos y que esparce desesperanza. Sin embargo, la derrota chavista en Barinas trae aires nuevos y la ilusión de estructurar una tercera vía que nos saque a flote en el mediano plazo.

 

 




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