Hoy es Navidad, una celebración que muchos preferirían olvidar para siempre: esos millones de venezolanos que por diversas razones hacen parte de la diáspora; los miles de ciudadanos afectados por la hambruna, por la crisis humanitaria en la que yace postrada la nación venezolana, por la incertidumbre ante un futuro muy difuso; por una indetenible inflación que quedará registrada en la memoria histórica; por la violencia.

Esos cientos de miles de ciudadanos que no lograron una asistencia en salud acorde con los ingresos de un país petrolero que por negligencia e incapacidad dejo de serlo; los familiares de tantos presos políticos, de innumerables exiliados y perseguidos, que con tanta ilusión trataron –una vez más – que su lema “Navidades sin presos, perseguidos y exiliados políticos”, fuese tomado en consideración por un régimen arbitrario y pendenciero, que tan sólo privilegia sus intereses políticos por encima de cualquier consideración humanitaria.

Sin embargo y a pesar de los pesares, henos hoy, 24 de diciembre, envueltos en esa melancólica y nostálgica época que representa la Navidad, celebrando el nacimiento de Jesús de Nazaret.

La Navidad, de acuerdo a nuestra tradición, es época de nacimiento, es la alegría que vuelve al corazón de las personas y la generosidad de compartirla con otros. Es el misterio y la ternura del pasado, el valor del presente y la esperanza de seguir adelante, más que una fecha, es un estado de la mente. La Navidad, más allá del significado religioso, es la fiesta de la inocencia, de la bondad, de la profunda amistad, de todos aquellos sentimientos en los que debemos perseverar día a día.

La Navidad es, ante todo, un misterio de la infancia… pero hemos crecido demasiado. Para unos es tiempo de melancolía y nostalgia, y estén donde estén, les reconforta con la celebración del nacimiento de Jesús de Nazaret; en tanto que para otros la Navidad será una triste oportunidad para advertir la pobreza o la angustia en que se vive, puesto es en el momento de la celebración de unos, cuando otros toman conciencia de la nada a la que han sido arrojados por el destino o por la perversidad de los propios hombres.

Si la Navidad es tiempo de nacimiento, la invitación entonces que se nos presenta es al renacimiento de la conciencia con verdadera responsabilidad social y política, de la tolerancia y la comprensión sin distingos de raza, credo o clase social. Para los verdaderos creyentes la Navidad no es un festejo, tampoco es una época, es un sentimiento, un sentimiento que florece cada año, es la época en la que soñamos y nos prometemos un año mejor. Entonces, que ese Grinch hecho gobierno no nos robe la navidad.

Y no es cuestión de la ausencia de gaitas, patinatas, tumbaranchos, whisky o buenos vinos; ni del “aguinaldito chucuto” o la hallaca disminuida, pues así como María y José se vieron colmados de gracia en aquel vetusto y frio pesebre, así nosotros, como Nación, con fe, constancia y perseverancia, podremos alcanzar la luminosidad no de una estrella fugaz sino de toda una gran constelación que espera por nuestra orientación, coherencia, decisión…y acción.

Que en esta Navidad renazca todo lo bueno, que renazca lo mejor de cada uno de nosotros y la luz de la esperanza se transforme en una maravillosa realidad.

Manuel Barreto Hernaiz




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