“Confiar en todos es insensato; pero no confiar en nadie es neurótica torpeza”, Juvenal

Entre las acepciones del término confianza nos encontramos que se trata de la esperanza firme que una persona tiene en que algo suceda, sea o funcione de una forma determinada, o en que otra persona actúe como ella desea. Tanto para los sociólogos como para los psicólogos sociales la confianza es una hipótesis que se realiza sobre la conducta futura del prójimo. Se trata de una creencia que estima que una persona será capaz de actuar de una cierta manera frente a una determina situación. La confianza es una expectativa respecto a las acciones futuras de otras personas, de instituciones y de organizaciones. Sobre este concepto es posible establecer relaciones de excelencia que reduzcan la incertidumbre y generen certezas para el desarrollo de la sociedad y para ubicarnos debidamente en el siglo XXI.

La confianza implica reciprocidad. Vamos depositando nuestra confianza en el otro al comprobar que no somos defraudados y, al mismo tiempo, porque experimentamos que también somos objeto de confianza. Esperamos, porque estamos convencidos de que vamos a recibir. La construcción de confianza también es clave en la búsqueda del desarrollo. Ahora bien, recientemente, Psicodata Venezuela (UCAB) encontró que 81% de la población, es decir, 8 de cada 10 habitantes del país, no puede confiar en la mayoría de las personas. El desconcierto y la angustia que hoy vivimos es síntoma de una ruptura profunda en la estructura de la sociedad. Esta estructura es la confianza. En efecto, atravesamos la peor crisis de confianza en mucho tiempo, tal vez la más profunda desde que la confianza se mide.

Ahora bien, ya son más de dos décadas que nuestro país vive inmerso en el limbo socio-político del escepticismo: una ciudadanía que desconfía de las cualidades personales de quienes se han apoderado de las riendas de Venezuela, y que tampoco confía en las instituciones que administran al Estado.

Winston Churchill definía la Democracia como…” Ese tipo de sociedad en la que si alguien llama a tu puerta a las 5 de la madrugada, sólo puede ser el lechero”… es decir, en la sociedad democrática el individuo puede sentirse seguro, confiar y dormir tranquilo; y por supuesto, que enorme distancia nos separa de esta sentencia. Basta la lectura en cualquier red social, la conversación con los vecinos, o un angustioso paseo por cualquier ciudad del país.

La incertidumbre y la desconfianza son costosas. La desconfianza aumenta los costos de transacción, incrementa los tiempos en todos y cada uno de los procesos, se entorpecen las relaciones, los intercambios y las vinculaciones de todo tipo por la sospecha, el temor y el miedo. Y de esto sobran, en todos los ámbitos de nuestro país, abundantes ejemplos dan fianza a lo anotado. Mientras no se recupere la confianza no habrá cambio posible, pues para restituirla se requiere que aquellos a quienes el pueblo entregue el poder para que lo gobiernen, no solo gerencien los asuntos públicos con la debida capacidad y pulcritud, apartados de toda corrupción, sino que realicen una correcta administración de los recursos que manejarán. Ahora bien, el punto de partida de todo esto puede conseguirse con nuestro voto en la Primaria, tal como lo afirma Vladimiro Mujica: “Restaurar la confianza en el voto como mecanismo para inducir cambios en la crítica situación venezolana y avanzar en la restauración de la libertad y la democracia, es un tema de vital importancia para la resistencia democrática al régimen. El asunto ha cobrado una relevancia singular en medio del debate acerca de la participación del CNE en la Primaria, tanto en Venezuela como en la diáspora, y como este evento puede influir en las elecciones presidenciales de 2024…”

Manuel Barreto Hernaiz




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