El lugar común deque una imagen vale por mil palabras, aplica también para los números. Una cifra puede ser mucho más que una simple cantidad, si se sitúa en el contexto adecuado y se escucha con atención lo que tiene que decir. El simple precio de venta de un artículo, por ejemplo, puede decir mucho sobre los costos de producción, el margen de ventas, la intensidad de la competencia, el atractivo del producto y la oferta y la demanda, solo por mencionar algunos datos.

Los números de Venezuela muestran, con mayor precisión y dramatismo que muchas páginas y opiniones, la magnitud de la tragedia que ha sufrido el país. Más de la quinta parte de la población -6,8 millones según los últimos estimados- ha emigrado porque no podía cubrir sus necesidades más elementales. El tamaño de la economía es menos de la mitad de lo que era en 1998, el año 0 ACh (antes del chavismo). El 95% de la gente está en situación de pobreza. El 77% de los venezolanos no cubre sus raciones mínimas de alimentación. Desapareció el 80% de las empresas privadas. 34 millones de toneladas de riqueza minera y metálica -hierro, acero, aluminio- que se producían hace 20 años se redujeron a nada. Apenas se extrae el 15% del petróleo que se explotaba hace dos décadas. Las tasas de homicidios tienen 15 años entre las más altas del mundo. La esperanza de vida ha caído 6 años. Se robaron 400 mil millones dedólares del dinero público.

El régimen sabe de números, pero su experticia está en manipularlos, alterarlos y esconderlos. Para conseguir cifras confiables hay que ir a organismos internacionales (aunque muchas agencias publican los números oficiales, que se sabe que están trucados), ONG, expertos y gente celosa de la verdad que se dedica a buscar debajo de las piedras. El chavismo debe tener un ejército de gente dedicada a tergiversar datos, montar propaganda y borrar información cierta, como corresponde a una dictadura. La cacería de las estadísticas de Venezuela a veces solo llega a órdenes de magnitud y aproximaciones, pero el desmadre siempre sale a la luz porque una destrucción tan grande no se puede ocultar.

La incertidumbre en la información le da pie alos rojos y a algunos ingenuospara decir que Venezuela se está arreglando, cuando lo único que podrá haber en 2022 es una subida en el PIB que no significará ninguna mejora en la calidad de vida porque el punto de partida es el subsótano en elque se encuentra la difunta República. Una cuenta sencilla muestra que la economía debería subir 5% durante 17 años para apenas llegar al tamaño de 1998.

La destrucción de Venezuela es inconcebible para el que no viva en el país, o no lo conozca muy bien, o no tenga contacto continuo y cercano con su gente. Un país que engulló todo lo que le dieron, que destruyó todo lo que se había construido en su territorio. Que pasó de rico petrolero a mendigo. De democracia a dictadura; de tolerante a sectario; de igualado a resentido; de alegre a sombrío; de saludable a desnutrido. De albergar una sociedad libre a estar secuestrado por una minoría que dedica los recursos públicos -salvo unas migajas que deja caer- a complacer sus caprichos. De tener un ejército institucional a estar sometido por una milicia corrupta, cómplice de la oligarquía que manda. Este país, donde ya no cabemos todos, se volvió Otro. Con mayúscula.

La gesta revolucionaria solo dejará tierra arrasada, y esa tierra seguirá estéril hasta que surja una estirpe capaz de enderezar el fracaso de sus padres y sus abuelos y comience desde la prehistoria. Una gente nueva –esta sí- que deberá ser distinta a la sociedad que votó por el resentimiento y desde entonces no ha podido quitárselo de encima.




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