En estos días salió al público la edición 2022 de la encuesta de la Universidad Católica Andrés Bello sobre las condiciones de vida de los venezolanos. La Encovi, como se le conoce, es una de las pocas fuentes confiables de información social y económica sobre la realidad del país. Uno de los refugios para saber lo que está pasando sin tener que acudir a la cosmética ni al silencio del régimen.

Los datos de esta edición fueron levantados entre julio y agosto de 2022, e incluye
una muestra de 2218 hogares segmentados según múltiples criterios. Los resultados encajan en la percepción de que hay una cierta mejora en los indicadores, pero sin que exista nada que permita suponer un avance significativo en la superación de la crisis que sacó a más de 7 millones de paisanos a buscarse la vida, o la supervivencia, en tierras lejanas.

Empezando con la pobreza de ingresos: el 81.5% de los habitantes es pobre, el 53,3% cae en la categoría de pobreza extrema. En 2021 las cifras eran de 91% y 68% respectivamente. Si se mide la pobreza multidimensional, que incluye, además del ingreso, factores como la vivienda, educación y acceso a servicios públicos, la pobreza disminuye hasta el 50%, contra el 65% en 2021. La versión en línea de la encuesta no muestra cifras de pobreza extrema en este renglón.

A pesar de las cifras de pobreza multidimensional, solo 22% de los hogares no padece de inseguridad alimentaria (los que comen completo y sin sustos), lo que sugiere una relación directa entre la suficiencia de la dieta y la pobreza de ingresos. El restante 78% de la gente cae en alguna categoría de escasez de alimentos, desde la menos grave (preocupado por la posibilidad de quedarse sin comida) hasta la más crítica (dejar de comer un día entero o más).

Otra de las revelaciones de Encovi22 es que Venezuela es el país más desigual de América. La diferencia en ingresos entre el decil más pobre y el más rico es 70 veces; es decir, el 10% más rico del país tiene unos ingresos que son 70 veces más altos que los del 10% más pobre. Este nivel de desigualdad, medido según el índice de Gini, está a la par de Namibia, Mozambique y Angola. En 2014, con base en las cifras oficiales del régimen, la ONU publicaba que Venezuela era de los países más igualitarios de América Latina, apenas por debajo de Uruguay y Cuba; y de esa fecha recuerdo a Pablo Iglesias, el dirigente español de Podemos, arrimándole la canoa al chavismo mientras presumía de índice de Gini con números maquillados.

“En 2022 se ha observado una ralentización del nivel de la actividad económica (7,2%) en comparación al segundo semestre de 2021 y se pronostica que todavía caerá en 2023 (4,4%), a niveles insuficientes para la recuperación a los niveles pre-crisis”, dice textual la presentación de Encovi. O sea, que la recuperación “asiática” que se reportó a principios de 2022 está perdiendo fuelle, y para el año que viene no cabe esperar milagritos. Siempre es pertinente recordar una cuenta sencilla: la economía deberá subir 5% anual durante 17 años para apenas llegar al tamaño que tenía en 1998.

Finalmente se reportan los estimados de inflación, afirmando que si bien la hiperinflación ha cedido, “Venezuela todavía figura como la economía más inflacionaria del mundo, estimándose que puede cerrar este año 2022 en 125%”.

En conclusión, el país no se está arreglando ni mucho menos. Dado el hueco que representa el 2021 como punto de partida, el progreso a 2022 resulta infinitesimal: pobreza, inflación, migración e insuficiencia alimentaria siguen mostrando signos de crisis severa. Nada que celebrar, a menos que uno tenga su enchufe a la mano.




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