Indira Rojas y Alfredo Lasry/Prodavinci

La escuela básica María Luisa Tubores Coello está en el sector La Sabaneta III, al norte del municipio Marcano de la isla de Margarita, en Juan Griego. Es el único plantel de la zona. El 99% del personal es femenino. Tiene un profesor y once maestras, seis de ellas docentes de aula. Pertenece a Fe y Alegría y se fundó en 2006. Durante su primer año, las clases se dictaron en una casa prestada por un residente de Juan Griego. La profesora Belkis Valencia, directora del plantel, recuerda que recibieron desde adolescentes de 13 años que se encontraban en segundo grado hasta niños de 6 que no pasaron por el preescolar.

Desde entonces, las maestras siguen los casos de los niños y niñas que tienen dificultades para acceder a la comida, viven en hogares vulnerables o interrumpen su asistencia a clases. También procuran saber si el joven que egresa de sexto grado continúa sus estudios de bachillerato. Crearon el programa de alimentación “Dios me sonríe”, en alianza con instituciones religiosas. A falta de computadoras, impresoras y tinta, elaboraron guías de estudio a mano y las repartieron entre los alumnos, para asegurar la continuidad del aprendizaje durante la cuarentena.

Estas profesoras no pueden mantenerse ni sostener a sus familias con el salario que reciben cada mes, y se valen de otros empleos y oficios para generar ingresos. En Venezuela, al menos el 49,5% de los docentes tienen trabajos alternativos, según la encuesta de la Red de Observadores Escolares de mayo de 2022. La profesora Belkis presenta a tres educadoras de la escuela María Luisa Tubores Coello que tomaron diferentes caminos para subsistir.

Testimonios

Luzmary Mata, 36 años, profesora de educación primaria.

“Los fines de semana me dedico a vender majarete”

“Soy profesora en la escuela María Luisa Tubores. Trabajo en la escuela desde las siete de la mañana hasta el mediodía. De allí salgo a casa corriendo, porque a la una de la tarde empiezan las tareas dirigidas. El primer grupo de niñas y niños termina a las tres, y el segundo grupo se va a las cinco. Los fines de semana me dedico a vender majarete por el sector Boca de Monte II, en Pedregales. Hago eso para poder afrontar la situación económica en casa. Mi quincena como docente es de 180 a 185 bolívares. Por las tareas dirigidas cobro un dólar semanal a cada estudiante. El majarete lo vendo en vasos medianos, tres por un dólar. Gustan muchísimo. La receta es de mi mamá y, de hecho, ella todavía me apoya. Es quien tiene el toque, el punto especial.

En casa soy la única que tiene un empleo formal. Mi pareja trabajaba en Hidrocaribe pero se retiró. Me apoya en casa en lo que puede, por ejemplo, cuidando a nuestros animales. Tenemos desde borreguitos hasta cochinos y pollos de engorde. Mis dos hijos dependen de mí. La niña, la más pequeña, dice que quiere ser maestra. En las tareas dirigidas ella está a mi lado, atenta a lo que hacen los estudiantes. Por el contrario, mi hijo, de 12 años, quiere que me vaya de la escuela. Es difícil tener tiempo para la familia, hay que trabajar para subsistir. Me las ingenio para estar con mis hijos. A veces caminamos a la playa y estamos allí media hora, o nos comemos un helado.

En la escuela tengo 5 años, pero comencé como docente hace tres. Ingresé como secretaria. Después, me ascendieron a asistente administrativo. Si faltaba un docente, me preguntaban ¿puedes quedarte un momento con los niños? Yo aceptaba con gusto. Así fui entrando al mundo de la educación y decidí inscribirme en la Universidad Nacional Experimental del Magisterio Samuel Robinson para obtener mi licenciatura. Ya terminé el séptimo semestre, estudiando los viernes y los sábados”.

Emelitza del Valle González, 47 años, profesora de primaria y educación media.

“La costura ayuda a pagar la comida”

“Soy licenciada en Educación, mención Desarrollo Cultural. Estudié en la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez. De lunes a viernes, por las mañanas, soy profesora de primer grado en Fe y Alegría. Durante las tardes, doy clases de cuarto y quinto año en un colegio de media y diversificada. También soy costurera. Trabajo en mi casa y utilizo una máquina de coser prestada. La mía es muy vieja, está dañada y las piezas que necesita no se consiguen porque están descontinuadas.

La costura ayuda a pagar la comida, sin embargo, a veces hay personas que no tienen dinero y hago mis trabajos sin recibir nada. Por eso siempre estoy pensando qué otras cosas puedo hacer para resolverme el mes. Salgo a las seis de la mañana y regreso a las seis de la tarde. De mi casa a Fe y Alegría no hay mucho camino, pero el colegio donde doy clases de educación media está en el centro de Juan Griego. Suelo ir caminando. Me toma 40 minutos. En junio de 2022 me desmayé por el ajetreo y el calor. No ayuda el hecho de que tengo problemas para mantener estable mi tensión y sufro bajas de azúcar. Además, tengo gastritis.

Parte de la quincena se va en pasaje, pero la verdad el salario no alcanza para cubrir las necesidades del hogar ni las personales. Mi esposo me ayudaba con los gastos de la casa el año pasado, trabajando como obrero, y yo podía invertir mis ingresos en mi tratamiento, comida, y productos para el aseo personal. Pero en estos momentos tengo a mi esposo enfermo y no cuento con los recursos para la consulta médica y las medicinas. Necesita verlo un internista y la consulta cuesta 35 dólares. Mis hijos mayores están fuera del país. Me han dejado a cargo de tres nietos. La mayor tiene 12 años, le sigue un varón de 5 y otro de 4. En Venezuela se quedó mi hijo menor. Está por entrar a la universidad y ha sido muy cuesta arriba. En casa solemos pensar: o comemos o pagamos la carrera. Y yo quiero lo mejor para él”.

Mirber Coromoto Rodríguez, 42 años, profesora de Educación Integral.

“Me ofrecieron un puesto como ferrimoza”

“Estudié Educación Integral en la  Universidad Pedagógica Experimental Libertador. Luego, hice una maestría en Planificación y Evaluación, en el Centro de Investigaciones Psiquiátricas Psicológicas y Sexológicas de Venezuela. Además de dar clases de educación primaria, también soy productora de la radio local en un espacio para Fe y Alegría, y doy tareas dirigidas por las tardes en mi casa. Salgo de la escuela, almuerzo y comienzo a atender a los niños que me llegan. A veces me pagan con un kilo de harina o un kilo de arroz si no pueden darme el dólar que cobro por los servicios. Tengo 7 niños, pero solo 3 me pagan con regularidad. Aunque me ayuda a redondear el mes, tuve que acortar las horas que dedicaba a las tareas dirigidas por problemas de salud.

Mi sueldo base es de 376 bolívares aproximadamente y con la prima llego a los 600 bolívares mensuales. Cuando veo que sube la cantidad de dinero que tengo en mi cuenta, sé que acabo de cobrar y hago las compras más grandes para la casa. Suelo utilizar el dinero semanalmente, y los gastos se van sobre todo en comida. Debo comer de una forma especial. Algunos alimentos me producen gastritis, y para colmo son aquellos que suelen ser más económicos. Vivo con mi mamá, mi hermano soltero y mi hijo y soy quien pone la mayoría de los ingresos en casa. Por suerte, el padre del niño también responde económicamente por él y eso me ayuda a gestionar otros gastos.

En este nuevo año 2023 decidí que no voy a continuar con las tareas dirigidas. He pensado buscar otro empleo que no esté relacionado con la docencia. Estoy buscando trabajo en locales, negocios o el área de servicios. Ya me ofrecieron un puesto como ferrimoza en una compañía naviera de pasajeros, pero veremos qué pasa”.

Voces fuera de la isla

Seis maestras de otros estados del país relatan su historia dentro y fuera del aula. Solo una dejó de impartir clases, pero se vincula al sector educativo a través de la investigación. Algunas cuentan por qué no quieren abandonar la labor de enseñar, a pesar de ganar más dinero con emprendimientos propios o ejerciendo algún oficio. Buscamos voces de mujeres docentes que acompañaran a las educadoras margariteñas.

“Trabajo en casas de familia”

María Ramos 41 años Profesora de Educación Física

en el Estado Guárico

«Vivía y trabajaba en Altagracia de Orituco. Egresé como licenciada en Actividad Física y Salud de la Universidad Deportiva del Sur, y cuento con una licenciatura en el área de Educación Física, de la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez. Quise formarme en Higiene y Seguridad Industrial, pero al terminar el cuarto semestre decidí congelar la carrera. Había días en los que no tenía ni para comer y tuve que buscar otras alternativas para subsistir. Me fui a Caracas en plena pandemia, en 2020. Invertí en tres tobos de natilla y un primo me ayudó a venderla para poder pagar el viaje por carretera. Llegué a la capital y me contrataron como personal de limpieza en una empresa. Además, limpiaba las casas de algunos empleados.

He trabajado en luncherías y panaderías. También he cuidado personas mayores, soy niñera y en algunos casos hago todo: cocino, limpio y me encargo de los quehaceres del hogar. Como trabajadora doméstica puedo ganar entre 25 y 30 dólares diarios. No ha sido fácil. Hay que ser una persona con una mente muy madura. No llego a los trabajos diciendo que tengo dos licenciaturas, lo cuento pasado un tiempo. Entonces, me ven como una persona de pueblo, la llanera, la campesina. Hacen suposiciones. Aunque el trato no es malo, sí es cierto que cambia para mejor cuando les digo que soy una profesional. No me quiero ir del país, prefiero seguir guerreando y apoyar a mis colegas en las protestas. Tuve que dejar mi casa y poner la docencia a un lado, pero no la he olvidado. Confío en que algún día volveré a ejercerla”.

“Vendo masa para cachapas libre de gluten”

Marlene Querales, 56 años Profesora de educación primaria Distrito Capital

«Egresé de la Universidad Central de Venezuela como Licenciada en Educación, especializada en Investigación. Soy docente activa en una escuela distrital desde hace 14 años y mi quincena es de 262 bolívares, que hoy equivale a un poco más de 10 dólares. El año antepasado salí jubilada de una escuela pública que dependía del Ministerio de Educación y sigo esperando el pago de las prestaciones. Sostengo a mi hija y a mis padres. Mi hija tiene 16 años y pago un colegio privado para que pueda tener una buena educación. Tuve que buscar algo adicional, hacer otra cosa, y así empecé mi emprendimiento. Vendo a 4 dólares masa para cachapas libre de gluten. Yo misma fabrico la masa, natural, cien por ciento de jojoto, ya lista para el budare. Compro los envases, los esterilizo, y hago el etiquetado.

Comencé el negocio en 2018, cuando estábamos ganando un poco más de un dólar mensual. Quiero que mi masa llegue a las estanterías de los supermercados, estoy gestionando el papeleo que se requiere para eso, pero voy poco a poco porque también implica una inversión. Sin embargo, seguir con mi emprendimiento no significa dejar el sistema educativo. Como dice una canción que una vez compuse, la vocación docente está dentro de mí. Hay profesores a los que les da miedo hablar sobre su situación. A mí me da miedo abrir la nevera un día y no tener comida para mi hija. También alzo la voz por la educación. Los maestros estamos subsidiando al sistema educativo, incluso utilizamos el dinero de nuestras otras opciones de trabajo para ayudar a los alumnos más desfavorecidos”.

“Monté un local en el garaje de mi casa”

Nayrobis Montero 42 años Profesora de Biología estado Lara

«Soy egresada del Pedagógico de Barquisimeto Luis Beltrán Prieto Figueroa y voy a cumplir 17 años de servicio como docente. Trabajo 40 horas semanales en el sistema público y 14 horas en un colegio privado. Mi esposo también es educador y tenemos tres hijos. Hace años fuimos seleccionados para recibir electrodomésticos de Mi casa bien equipada. A él le dieron una cocina, a mí una nevera. Le pedí mucho a Dios para que me ayudara a enfocarme y decidir qué hacer. El salario no alcanzaba para nada, me sentía atada. Se me ocurrió vender la nevera de la casa, que teníamos en uso, e invertimos el dinero en productos para vender. Luego, arreglamos el garaje. Hasta entonces lo usábamos como depósito, porque no teníamos carro.

Compramos cal, acomodamos las paredes, pintamos todo, y lo pusimos lo más presentable posible. Allí montamos un local hace dos años y 4 meses. Empezó con dos repisas y una mesita. Antes de tener el espacio listo, llevaba mis productos en la cartera. Iban conmigo a donde fuera. Mostraba lo que tenía para vender: una cadenita, un par de zarcillos, un perfume. Tenía un poquito de cada cosa. También me ocupo de los oficios del hogar. No podemos pagar a una persona que haga los quehaceres diarios. No somos ricos, no creo que nadie que trabaje en Venezuela realmente lo sea, pero tenemos cómo defendernos. Si se enferma uno de mis niños puedo pagar los exámenes necesarios. Siento que estamos cansados, pero es mejor esto a no tener qué comer”.

Lee el reportaje completo en Prodavinci




Estimado lector: El Diario El Carabobeño es defensor de los valores democráticos y de la comunicación libre y plural, por lo que los invitamos a emitir sus comentarios con respeto. No está permitida la publicación de mensajes violentos, ofensivos, difamatorios o que infrinjan lo estipulado en el artículo 27 de la Ley de Responsabilidad en Radio, TV y Medios Electrónicos. Nos reservamos el derecho a eliminar los mensajes que incumplan esta normativa y serán suprimidos del portal los contenidos que violen la Constitución y las leyes.