Niños y adolescentes de Margarita
Los menores niños son formados en la pesca desde muy temprano y desertan del sistema escolar o no ingresan. Foto: Cortesía Crónica Uno.
OVV
Hilda Mendoza, OVV Nueva Esparta, destacó que los niños y adolescentes pescadores no tienen protección formal para los riesgos de altamar. Foto: Dexcy Guédez/ Crónica Uno.

Están colgados los morrales

En muchos hogares de los pueblos pesqueros de Margarita están colgados los morrales tricolores que antes los acompañaban hasta las aulas de clases.

Arán —nombre ficticio por seguridad— se hizo pescador a los 7 años de edad. Cuenta que se inició en el oficio en virtud de que su padre falleció y su madre, Goya, consideró que sus tres hijos deberían enfrentar la carga del hogar.

«Yo quisiera que ellos estudiaran, pero debemos decidir si comemos o van a la escuela con el estómago vacío. Aunque la pesca no siempre nos asegura los alimentos ya en las escuelas ni siquiera les garantizan desayuno y almuerzo, como ocurrió en algún tiempo”, argumentó la mujer quien dice no tener la capacidad para mantenerlos ella.

La coordinadora del OVV Nueva Esparta ratificó que en las comunidades pesqueras de la región insular, especialmente de los municipios Península de Macanao, Tubores, Marcano, Maneiro, Mariño y Antolín del Campo, los niños y adolescentes se inician como pescadores con sus padres y abuelos, con el propósito principal de contribuir al sostenimiento de sus familias.

Afirmó que, de acuerdo con la investigación, la dieta alimentaria para esas familias se fundamenta sobre todo en la sardina, una de las especies más accesibles para los grupos vulnerables.

Igualmente, participan en la venta o trueque de los productos del mar para ayudar al presupuesto familiar.

A sus 16 años de edad, Arán y sus dos hermanos, de 14 y 10 años, conocen más de redes y anzuelos que de libros, cuadernos y lápices.

«Salimos a trabajar mar adentro, los días que tenemos gasolina para poder mantener la casa, pagar algunos servicios y darle a mi mamá para que compre harina, arroz, plátano o yuca, para acompañar el pescado porque la plata no da para pollo o carne”, aclara el joven.

Herencia familiar

Arán empezó sus labores de la mano de su abuelo y de algunos de sus tíos. Indica que el trabajo en el mar lo distancia de las malas compañías y de la delincuencia.

“Nuestra faena consiste en pescar y compartir la producción con el dueño del bote, que es un tío, pero es más lo que se trabaja que lo que se gana”, destacó. A veces pueden pasar dos o tres días sin llevar comida a la casa.

Mendoza explica que esos hermanos forman parte de esa fuerza laboral que sobrevive bajo un esquema que, en muchos casos, no ofrece las condiciones reglamentarias.

Margarita
El trabajo infantil en Venezuela se incrementó 20%. Foto Dexcy Guédez/ Crónica Uno.

Antecedentes

Carlos Trapani, coordinador del Centro Comunitario de Aprendizaje (Cecodap), sustentó la investigación del OVV Nueva Esparta y afirmó que el trabajo infantil surge como una opción en medio de la grave crisis económica y que, incluso, podría considerarse trabajo forzado para sobrevivir.

Enfatizó que debe garantizarse la continuidad escolar, así como también que el trabajo no los ponga en riesgo. “Debe haber una aprobación del Consejo de Protección, deben tener derecho a seguridad social, a la sindicalización, a un examen médico pre y postrabajo”, detalló Trapani. Resaltó que, por lo general, no se cumplen estos requisitos.

En Venezuela, al menos 32 mil niños y adolescentes trabajan en las calles para mantener sus hogares y a sus familiares, según aportes que el vocero de la Unión Nacional de Empresarios para la Tecnología en Educación (Unete), José Antonio García, aportó para el estudio del Observatorio.

Asimismo, el más reciente informe de la ONG internacional World Vision sostiene que el trabajo infantil en el país se incrementó 20% durante la pandemia.

Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), en el aspecto educativo para el 2020, 2,2 millones de niños y adolescentes venezolanos no tenían acceso a la educación.

Mendoza indicó que todas esas consideraciones se evidenciaron en las entrevistas realizadas para la investigación sobre violencia estructural.

«Por lo general, hay en las familias de las comunidades pesqueras de Nueva Esparta una falta de interés en la educación formal, por considerarla poco eficaz para la supervivencia. A esto se aúnan las deficiencias del sector educativo, por lo que los niños son formados en la pesca desde muy temprano y desertan del sistema escolar o no ingresan, presionados por el hambre”, describe Mendoza en el informe dado a conocer por el OVV regional.

El estudio arrojó, además, que aun cuando el Programa Mundial de Alimentos de la Organización para las Naciones Unidas (ONU) firmó un acuerdo con el gobierno venezolano para alimentar a 1,5 millones de escolares en el lapso 2022-2023 y así disminuir la desnutrición —que en 2020 superó 70% en menores de 5 años de edad—, el hambre sigue campeando en los hogares del país.

Explotación

La investigación también refiere que, de acuerdo con la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) de la Universidad Católica Andrés Bello, en Venezuela, la pobreza se situó en 94,5% en 2021, mientras que la pobreza extrema se calculó en 76,6%.

Mendoza apuntó que el hambre y la miseria conducen a los niños y adolescentes a trabajar con la anuencia de sus padres, obligándoles a asumir responsabilidades de adultos.

Además, destacó que es notoria la falta de políticas públicas para garantizarles sus más elementales derechos a la alimentación, educación y adecuadas condiciones de vida.

Recordó además que la Ley Orgánica de Protección del Niño, Niña y Adolescente (Lopnna) en su artículo 38 prohíbe cualquier forma de esclavitud, servidumbre o trabajo forzoso. No obstante, también mencionó que hay formas permitidas o reguladas, específicamente para los adolescentes de más de 14 años de edad, pero con garantías específicas.

Hay una situación de explotación sin buenas perspectivas por la falta de escolaridad y la dificultad de un emprendimiento propio, pues el proyecto es la sobrevivencia. Además, no hay una protección formal contra los riesgos de altamar”, refirió Mendoza.

Hipotecando el capital social del país

A este respecto, Trapani indicó que, al no estar el niño escolarizado, se está hipotecando el capital social del país.

Margarita
Faltan políticas públicas para garantizar la alimentación y escolaridad a los niños. Foto: Dexcy Guédez/ Crónica Uno.

“La sobrevivencia es un círculo que no les permite estudiar ni invertir formalmente, aunque de una manera precaria ayuda a la subsistencia en el aspecto relacional familiar”, recalcó el equipo del OVV en la entidad.

Esto, sin embargo, poco o nada contribuye a la formación de las capacidades de niños, adolescentes y jóvenes en relación con un proyecto de país, como tampoco les permite mejorar algunas condiciones de vida, además de que los expone a diversos riesgos.

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