El lunes quince de abril, mi esposo y yo regresamos a Venezuela después de haber vivido en Buenos Aires diez meses y medio. La experiencia fue maravillosa, sobre todo00, compartir tanto tiempo con mi hija Isa y mi hermano Juan Pablo, que viven en Argentina desde 2016.

Sus amigos se convirtieron en amigos nuestros, así como aquellos que hoy son su familia, también fueron adoptados por nosotros.

Sintieron que tenían que hacernos una despedida con música y Wilfer Alfonzo, un amigo de César Manzanilla, mi sobrino de la vida, ofreció su precioso apartamento para la ocasión. Como la noche se mostraba lluviosa y el otoño, que llegó para quedarse hasta junio, amenazaba con frío intenso, en lugar de celebrar en la terraza, lo hicimos dentro del precioso apartamento de Wilfer, por lo que resultó mucho más íntimo.

Cuando hicimos la lista de lo que sería bueno llevar para compartir, pensé en un pan siciliano relleno, mi marido compró unos panes de aceituna, que había probado con los Noya, sabrosísimos y a mi hija se le ocurrió hacer un funche.

Cabe destacar que el funche es un plato muy venezolano, que nosotros solemos comer en muchas de nuestras fiestas, a base de harina de maíz y un guiso que puede ser de carne, cerdo o pollo, pero que queda espectacular con chicharrón.

La verdad es que en nuestras casas no falta el funche gracias a los Ruiz. Desde que Miguel Ángel, mi hermano, se empató con la que después fue su esposa, Lisbeth Ruiz, su futura suegra, la abuela Carmen, llegaba a todas las fiestas con un funche y desde los niños hasta sus padres, se volvían locos con el plato. Por esta razón, para mis hijos, el funche es pasapalo obligado en las reuniones.

Cuando la abuela Carmen nos dejó, el funche siguió acompañándonos, porque su hija Ángeles Ruiz, Angelita, seguía asistiendo a nuestras fiestas con la tradición de su mamá, un funche. Y hoy, que estamos en el mismo grupo musical, “Los Amigos de Siempre”, el funche es invitado perenne de las reuniones que tenemos.

Cuando llegamos al apartamento de Wilfer, colocamos los pasapalos en la mesa, como el resto de los invitados. Por supuesto, los argentinos, al ver el funche, preguntaron qué era “eso”. Y cuando tratamos de explicar, nos dimos cuenta de que los venezolanos tampoco conocían el funche.

Madyori Noya nos contó que su abuela, de origen alemán, solía prepararlo y decía que el funche venía de Las Antillas.

Busqué entonces en internet, y encontré un artículo de la Fundación Afroamericana en el que aseveran que el funche es una especie de pastel que trajeron los esclavos africanos desde Las Antillas. Y agregan que es primo hermano de la polenta milanesa, considerada en aquellos tiempos “comida de pobres”, por la economía de sus ingredientes y fue traída por los inmigrantes europeos, a nuestras tierras, donde los aborígenes comían muy sano.

Pero los europeos no llegaron solos, los acompañaban los esclavos africanos con su cultura, sus costumbres y comidas que terminaron mezclándose de una forma maravillosa con la de aquí y con la europea. Aunque sabemos que por siglos, las recetas se transmitieron de padres a hijos, manteniendo así, la tradición culinaria venezolana, los autores del artículo afirman que, con la llegada del siglo XXI, de la tecnología y los consabidos avances, es probable que muchas de esas recetas hayan quedado en el olvido, como suponen fue el caso del funche.

Y esa noche de música y despedidas, mientras salió a relucir este sabrosísimo plato venezolano, que todos comimos con gusto, escuchamos a nuestra querida y admirada Lorena Astudillo cantar sus canciones, sola o a dúo con Isa, mi hija, o con Marciel Echeverría, acompañados por el piano de Juan Pablo mi hermano, o de Alejandro Gallo, mi admirado Zorro de El Principito Sinfónico, quien también nos deleitó con su hermosa voz. Y ni hablar de Marián Vázquez, quien nos recordó a Mayra Martí con su Elevación. Fue una noche de fábula donde reinó la alegría, aunque las despedidas siempre traen algo de tristeza.

Gracias Papá Dios por estos diez meses de fe, comprensión y enseñanza; gracias Argentina por habernos acogido con cariño y por haberle salvado la vida a mi marido, gracias familia, especialmente a mi hija Isa, por su amor incondicional, su paciencia y entrega total, a mi hermano Juan Pablo, a mi casi nieta María Lucía Briceño, a mi sobrino adoptivo César Manzanilla, a Axel González y su familia, a nuestros amigos de Venezuela y a todos aquellos que, sin serlo, nos trataron como familia: Paula Samper y Brad Speidel, Osvaldo Laport y Viviana Sáez, Martín Cabello, Vale y Vero Uher, Anna Amorese y Levis Suárez, Lisbeth y Jorge “Caraota” Mata, Marián Vázquez y Gabriel Franco, Emilio y Lara Noya, Madyori Noya, Luz Carvy Martínez, Elicar Pérez, Joram Betancourt, Frank Candelario, Enmanuel González, Stephanie Pagua y su abuela Diluz, José Antonio Vielma, Simón Cóndez, Mariano Magnífico, Marciel Echeverría, Wilfer Alfonzo, José Alberto Paredes, Blanquita Martínez, Majo Oropeza, Antonella Logiovine y… Vermú Alejandro. Y, por supuesto, a todos los que contribuyeron a que comprobáramos que la vida, aquí o allá, con o sin funche, sigue siendo bella.

Anamaría Correa

anamariacorrea@gmail.com

 




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