A pesar de que se han producido hechos de importancia como la inclusión de Nicolás Maduro el día lunes en la lista Clinton, un caso sin precedente porque el gobierno norteamericano sanciona a un presidente del continente en plena función de su alto mandato. Más tarde el Sebin, el mismo lunes en horas de la noche, irrumpe en los hogares de los dirigentes de la oposición Antonio Ledezma y Leopoldo López para regresarlos a las ergástulas del régimen. Sin embargo, en lugar de tratar en esta nota las implicaciones de estos hechos he considerado más bien tomar otro camino en esta ocasión.

El domingo pasado, día en el cual el régimen de Maduro llevó al cadalso la obra cumbre de su mentor Hugo Chávez, la Constitución, no se produjo ningún tipo de sorpresa sobre lo que estaba cantado con antelación: fusilamientos de jóvenes compatriotas, fraude y pocos, muy pocos votantes.  Además, Nicolás Maduro tomó ese día la retorcida decisión, cuidado si la más difícil de su existencia, de hacer de Venezuela una dictadura sin manto, sin eufemismos; aislado de la comunidad internacional tan necesaria en estos tiempos sin linderos.

El hecho ocurrido ese 30 de julio, a pesar de que eran predecibles los resultados, dejó en algunos un sabor amargo.  De fracaso, de decepción, de derrota.  De derrotados sin haber competido en esa votación de Constituyente ilegitima. Mirando con detenimiento lo acontecido, la única manera de que ese 90% de la población que rechaza esta dictadura saliera victoriosa, o así se sintiera, no estaba en el sufragio, naturalmente, sino en la probabilidad de que a través de la presión de calle y de las conversaciones solapadas que se comentaban sostenían dirigentes de la oposición y del gobierno; este, me refiero al gobierno, desistiría de esa idea siniestra y de esa manera llegaran a un acuerdo electoral general. Una atolondrada ilusión, pero a eso se apostaba.

Las rectoras del Consejo Nacional Electoral hicieron de manera estelar su rol de reptantes disciplinadas a las señas que les venían desde Miraflores.  El número de votantes que ellas anunciarían serían los mismos que estaban anotados desde el día siguiente del plebiscito de las fuerzas democráticas del 16 de julio: algo más de lo que estos obtuvieron de manera pulquérrima aquel día de festividad democrática que conmovió prácticamente a todo el planeta.

El domingo treinta todo aconteció como estaba calculado. Quizás donde hubo unas fallas sorpresivas, incluso para la misma oposición, fue en la pobre participación de empleados públicos que asistieron a votar para apoyar la ilegal Constituyente; tanto, que ni las propias cámaras de VTV con sus piruetas pudieron esconder aquel macabro desierto.

En conclusión, los motivos que indujeron a los venezolanos salir a la calle a luchar hace más de tres meses no fue la Constituyente sino el hambre, la carencia de medicinas, la inflación, el latrocinio, los negocios del narcotráfico y, desde luego. por la libertad y la democracia.  Bueno, esos elementos persisten.  Con una tendencia a empeorar cada día más, una vez que la comunidad internacional no reconoce los resultados de la Asamblea Constituyente del domingo pasado y declara al gobierno de Maduro como una grotesca dictadura.

garciamarvez@gmail.com




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